Carretera Interestatal 93

Juicio

Emprendió el camino de regreso a donde se dirigía antes de ser retenido, consciente de que debía apresurarse, al parecer cada vez que se detenía sucedía algo, no estaba muy equivocado; estúvo caminando por lo menos dos horas, el dolor era un impedimento para desplazarse más rápido, aun así, sabía que algo andaba mal, no había tardado siquiera diez minutos en llegar al lago después de adentrarse en el bosque, ahora llevaba un par de horas caminando en la que se suponía era la dirección correcta, pero no llegaba a ninguna parte, como si el mismísimo bosque fuera interminable y no quisiera dejarle escapar, solo árboles y arbustos en toda dirección posible; además, estaba olvidando algo, fue atacado, y después mordido, sin dolor, sin veneno, hasta ahora.

El dolor fue tremendo, le hizo arquearse hacia atrás por el par de pinchazos que sobrecargaron su sistema nervioso, ya ningún otro dolor se hallaba presente en su cuerpo, no podía sentir más allá de lo que lo paralizaba en ese momento, agudo, quemante, profundo, casi hasta la médula, pero se detuvo en seco de un instante a otro, así como llegó se fue. Cuando recupero el aliento sintió dolor de nuevo, el dolor normal de sus heridas, dio gracias por que regresaran, podría partirse una pierna o arrastrar con ella amputada, y no sentiría dolor como el que sintió, ahora sabía que podía aguantar más, nada se comparaba a lo que acababa de sentir, nada.

Cuando el shock del momento pasó, se dio cuenta de algo, no estaba en donde debía estar, frente a él no había árboles, sino otra cosa, un lugar antinatural, algo que no podía haber hecho la naturaleza por sí sola; delante de él había un claro, pero no un claro naturalmente formado, los árboles que habían ocupado el espacio estaban cortados, casi a ras del suelo, justo en medio se encontraban unas figuras talladas en madera, de tamaño mediano, casi de la estatura de un niño de diez años; se acercó y divisó las figuras, cada una tenía una forma distinta, talladas a mano se encontraban ante él un oso, una serpiente y un venado con grandes astas que tenía a sus pies un pequeño venado bebé; no hubo momento más esclarecedor que ese, todo estaba claro, el tenia la culpa de lo que le estaba sucediendo, se trataba de una venganza, él había asesinado a un animal del bosque y por ello se desencadenaron todos los eventos que lo llevaron hasta allí, no había más explicación. Sabía que pedir perdón no le sacaría de su destino, el bosque quería sangre por sangre, eso estaba claro, pero no vio más opción que implorar, nada más podía hacer.

Sabía que fuera lo que fuera que estuviera ahí, estaba en todas partes, en los árboles, en el césped, en las diminutas rocas que yacían bajos sus pies, el aire que respiraba se alojaba en sus pulmones a la espera de poder castigarlos desde sus mismísimas células; así que se arrodilló, cerró sus ojos y se dirigió hacia todo lo que estuviera ahí con él.

- Lo siento, fue un accidente, no vi cuando estaba cruzando la carretera, nunca fue mi intención arrollarlo, yo no soy así, PERDÓN!

Silencio.

Al verlo allí tirado, sufriendo, no pude ver otra opción que acabar con su dolor, sus ojos me miraron y vi que no quería sentir eso, no podía dejarlo así, abandonado en sus pena, así que lo maté, yo lo mate...

Mientras una lágrima caía por su mejilla, y la confesión terminaba de salir de sus labios, un sonido ya conocido y penetrante inundó el sitio, profundo y dominante.

- WHOOOOOOOOOOOOFFF!!!

David abrió los ojos al escuchar el gemido gutural que identificó al instante, y lamento abrir los ojos; frente a él se hallaba la figura de tres metros, quieta y observante como la primera vez, sus ojos rojos lo observaban, sentía que no solo lo veían, sino que lo leían. Por un momento el claro se iluminó con la luz de la luna de manera tan esclarecedora que David quiso que la imagen de ese ser hubiera seguido en las tinieblas; su cuerpo solo era una gran masa que estaba compuesto por hojas marrones podridas pero abundantes, sus manos, que estaban entrelazadas delante de la mitad de su cuerpo, eran ramas gruesas de árbol, sus dedos parecían humanos pero delgados y hechos de madera sólida y anciana; por último su cabeza, un cráneo de ciervo adulto con sus dos grandes astas que terminaban en filos agudos e intimidantes, no tenía rastros de suciedad o desechos de que alguna vez hubiera estado vivo, totalmente blanca, en ella habitaban dos luces rojas brillantes que no tenían lugar de origen, sólo estaban allí, flotando, mirando.

El ente observó al humano, quieto pero con miedo, miedo de su condena, el juicio debía efectuarse, esa creatura a pesar de ser capaz de causar tanto daño, era igual de frágil y pequeña que todas las criaturas que la madre colocó sobre la tierra y les dio libertad, sólo que ésta terminó con la libertad de otro, y merecía ser castigado, pero ahora no podía hacerle pagar. Estaba allí, en el lugar del bosque donde la madre reposa, su conexión es fuerte en todo lugar, pero allí, entre las imágenes de madera ante las que los humanos adoraban a la madre tiempo atrás por grandes grupos de Wiccas, pero ya casi todos dejaron de hacerlo, ya no regresaron a presentar respeto; ahora ese humano estaba orando y ella lo estaba escuchando, el juicio no lo ejercería él, sino ella, la madre decidiría el destino del ser que no mostró piedad al quitar la vida a otro, solo ella en su magnificencia tomaría la decisión.

La imagen era tétrica, casi como de otro mundo, un mundo de sueños donde nada tenía sentido pero si solidez; sabía que eso estaba allí para castigarlo, él era un asesino antes sus ojos vigilantes, y no podía hacer más que esperar, esperar su muerte, ojala fuera rápida; dejaría mucho atrás, nadie lo encontraría, esa cosa no dejaría que sucediera; Annie, sus amigos, la empresa de su padre, todo, lo único que podía agradecer es que si moría seguro lo vería a él de nuevo, sería un encuentro perpetuo; sintió paz y se desprendió de sus temores; cerró los ojos de nuevo y espero el reencuentro.




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