Cartas a la celda 4

Capítulo 1

Ámbar no acostumbraba siquiera a levantar su mirada, y no era de extrañarse, había pasado por muchas dificultades en su vida.

Su nombre no coincidía con los fatídicos hechos que la hundían cada vez más, parecía que su madre le deseaba un futuro brillante y resplandeciente como un ámbar, sin embargo, no sucedía así, al menos no ahora.

Solía escuchar que a su edad debería empezar a fijar los rumbos de sus vidas, pensar en sus sueños y aspiraciones, a pesar de que algunos no lo lograrán llegar a ellos o que otros cambiaran sus deseos, aquel sentimiento ferviente de intentar llegar a él, era necesario, ya que eso es lo que nos mantiene motivados, vivos, el continuar anhelando es parte de nuestra naturaleza humana.

Ante todo aquello, había una sola cosa que sentía querer, no, necesitar, y era escapar del demonio de su casa, durante mucho tiempo pensaba en lo que debía hacer, se planteaba cada escenario en su mente, aquello la llevo a una sola decisión y era que sólo podría lograrlo ingresando a la universidad Hawking mientras se iba lo más lejos de lo que se hacía llamar su hogar.

Era sencillo pensarlo así y, teniendo en cuenta que no buscaba el prestigio, ni las oportunidades que se le puedan presentar ingresando a esa universidad, era fácil, lo que quería era escapar de la realidad que cada vez la consumía con mayor fuerza, quería estar lejos de los que la humillaban, lejos de los problemas, lejos de la agonía, esta universidad, además de ser de las mejores del país, estaba lejos de su casa (la raíz de los problemas).

—Ahora leeremos algunas de sus metas y propósitos, para así, juntos, empezar con el pie derecho—dijo la profesora, que, a pesar de su cansancio notable, expresaba una sonrisa amable en su rostro.

—María dice que será la próxima presidenta— empezó la profesora, que también era la orientadora del salón.

—Juan quiere obtener las mejores calificaciones para luego ser un talentoso ingeniero civil—siguió.

—Ámbar... —Cortó—. Ámbar, ¿No hay algo más que quieras? —preguntó la profesora Grace.

Aquella joven, con rastros de una profunda tristeza en su mirar levantó levemente su vista mientras movía su cabeza insinuando un rotundo no.

—Está bien—dijo la señora Grace, conmovida con aquellos profundos ojos de Ámbar, que parecían una caja fuerte llena de secretos, caja que por años había intentado abrir, pero que la frágil joven nunca se dispuso a compartir. — Ámbar quiere ingresar a la Universidad Hawking— continuó.

Bastó con terminar la oración para que se escucharan de inmediato las carcajadas de todos los que se encontraban en aquella aula, junto con todo tipo de comentarios maliciosos, era increíble la velocidad con la que sus mentes podían procesar la información para denigrar, si hay algo que merecía aprecio, era su creatividad.

La señora Grace, angustiada y mostrando su poco común rostro enfurecido, había frenado las burlas mientras los condenaba.

Pero ese sentimiento de soledad, de exilio, ya era común, para todos era una broma, así se sentía Ámbar. Como si fuera la única persona aquí que era capaz de comprenderse y apoyarse, nadie más que ella misma.

El tiempo de receso llegó, Ámbar había aguantado lo suficiente, las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos intrigante, en su mente resonaban como ecos aquellos comentarios que escuchó, no ahora, sino durante mucho tiempo atrás, realmente dolía. Y de un instante a otro se encontraba corriendo del salón hacia los baños, deseaba lavarse la cara y que sus lágrimas se confundieran con el agua.

Pero como siempre, no habían parado, nunca era suficiente. Al regresar a su pequeño escritorio, estaba lleno de palabras y frases escritas con lápices de todos colores en las que se alcanzaba a leer cosas como:

"Siendo así de estúpida, ¿en verdad crees que lograrás entrar?" "ERES UNA PUTA" "Las zorras deben estar en un prostíbulo"

El rostro de la débil joven perdió todo su brillo en aquel momento, bueno, tampoco se encontraba rebosante del mismo, sin embargo, aquello sólo reafirmaba lo que debería hacer, no debía llorar frente a ellos, debía aguantar, pronto se iría de ese infierno lleno de personas de mierda.

Sus compañeros la observaban, anuentes al momento en el que ella explotaría, esperaban en secreto con sus teléfonos, para continuar siendo objeto de burla hasta el final, entre ellos se daban codazos mirándola divertidos de reojo, mientras cuchichiaban acerca de lo ridícula que se veía.

Tomó el pañuelo que acostumbraba llevar a todas partes, pues su madre se había hecho para ella hace mucho tiempo, era como llevarla consigo, a la única persona que en este basto mundo le había dado su cariño, conteniéndose y bajando su cabeza inició a limpiarlo, al mismo tiempo pensaba en lo que estaba pasando.

¿Parecía increíble no? ¿Prostíbulo? ¿Zorra?, siempre escuchaba estos comentarios, en el colegio, camino a casa, gente burlándose de su apariencia, gente viéndola mal, era habitual.

A pesar de ello, siempre tuvo una pregunta, una sola, ¿Qué les había hecho ser tratada así? ¿Lo merecía por ser pobre? ¿Por ser atormentada a diario por los demonios de su casa?, repasaba su vida insignificante una y otra vez, pero nunca lograba obtener una respuesta, ¿Será por el simple hecho de vivir?, si es así, lo sentía por ellos, pero tenía que vivir, había una única persona que me le ha dado amor sincero, su madre y ahora debía vivir por ella, si era necesario soportaría todo por ella.

Sonó el timbre, habían terminado las clases, para todos los demás eso significaba libertad, diversión, salidas con sus amigos, citas con sus parejas, jugar videojuegos, y era evidente, aun el más estudioso de clase, Ian, iba cargado de libros que esperaba leer en su casa, Andrea tomaba la mano de su novio emanando felicidad, se hacía notar con su radiante sonrisa ella sentía extrema felicidad a su lado. Pero era diferente para Ámbar, significaba el regreso a su infierno.




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