Un amor agridulce

Estimado Joseph,

Mi vida empezó hace ya 17 años en un pueblo pequeño, con padres trabajadores y un hermano menor.

Al mirar atrás, aún recuerdo muchas cosas, podría atreverme a decir que demasiadas para mi desagrado. Pero eso no lo desconoces desde hace tiempo.

Sé que puede parecerte un despropósito el relatar todo lo acontecido, pero me deleitaría que no dejaras a medias mis palabras. Así que te invito a que continúes descifrando mis propósitos.

Desearía poder decirte que tu amor no fue nada en mi vida, un ligero pasatiempo en el que me empeñé en jugar aún al contrario de la opinión de los que me rodeaban. Un desliz simple, sin gracia alguna. Algo que me aborreció, mas no lo suficiente como para dejarlo de buenas a primeras. Pero estaría rechazando una parte de mí, negando un sentimiento del cual jamás anhelaría llegar al punto de arrancar de lo más profundo, donde, por primera vez, se incrustó al conocerte. Estaría describiendo una situación a la que no podría aferrarme, aunque fuera mi salvación a cualquier manifiesto de locura.

Mentir nunca ha sido mi cualidad más preciada y desestimando la opción de volver a hacerlo, voy a explicar sin más demoro mis intenciones.

Gracias, por todo. Sí, has leído bien. Te doy las gracias por maravillar mi mundo aun siendo tan solo unos instantes. Por ayudarme a conocer la confianza, el amor, la libertad de ser amada y de amar. Pero sobre todo de sufrir dolor, odio y rencor. El quedarme sin palabras y sin aliento. Dejar que mi cabeza diera mil vueltas a un asunto de tan poca importancia al dejarme sin respuesta alguna.

Puedo permitirme el agradecer que algunas de mis primeras veces hayan constatado mi historia contigo. Que el pensar en ti me venga un sabor agridulce, pero de alivio. Me hiciste sentir una cálida primavera en el invierno más crudo.

Con cariño,

                                                                                                      Clara Forester