—Leah más vale que te bebas ese café en menos de cinco minutos.
Llego de mi habitación provisional y lo que recibo es una taza de café que, huelo levemente, es más cafeína que azúcar. Mi nariz se arruga por inercia y eso no pasa desapercibido por mi abuela. Me mira como si viera a través de mi, me siento juzgada. Sin pensarlo le doy un gran trago a la bebida que es insípida que solo al rozar mi lengua levemente me da asco. ¿Cómo hay personas que lo disfrutan?.
Después de ese trago amargo escucho un ruido chillón, volteo en su dirección y oh sorpresa, la abuela deja el envase sellado frente a mi. Veo el frasco viejo y transparente con algo brillante. Una sonrisa de parte mía le es regalada a la pasita frente a mi. Ella expectante asiente.
Una, dos, tres cucharadas son suficientes para que esta bebida negra no sepa tan mal ante mi lengua de niña pequeña. La abuela en seguida recoge el frasco y lo regresa a su escondite como si escondiera un tesoro o más bien un contrabando.
Mi madre no tarda en aparecer con un saco negro recien planchado que pasa de su mano izquierda a la derecha para ajustarcelo. Termino el café con una sonrisa y ella parece inerte.
—¿Feliz? —preguntó con cinismo.
—Parece que te subestimaba cadete...Auto.
Seguí el movimiento de rostro correspondiente para ir a la puerta. Cogí las llaves del auto y antes de dirigirme de lleno a él me detuve para escuchar lo que mi mamá hablaba con la abuela.
—Tu hija parece vagabunda —la voz rasposa de la mayor llamó mi atención.
—Es una vagabunda muy linda —respondió mi madre.
Una sonrisa se asomo en mi rostro y ahora si llegue al auto. Dentro y lista para irnos con mi mochila detrás sonreí. Definitivamente no sería lo mismo pero esos útiles me servirían si me llego a quedar el día de hoy. Pego mi espalda al respaldo mientras respiraba y captaba como la luz del sol llegaba a la casa que se cierne frente a mi. Deteriorada por el tiempo pero sin dejar de verse fuerte los rayos de sol caían a sus pies. Era de arquitectura típica de casas en los suburbios pero aún lado se encontraba un granero que supongo estaba vacío pues la abuela parece que casi no sale desde hace tiempo. Comencé a divisar más para ver dónde iba a ajustar mi canasta para practicar tiros. A un lado del granero había un lugar perfecto que estaba lo suficientemente plano como para un buen bote y sin tanto desequilibrio.
Mi mama no tardó en acompañarme abrochándose el cinturón en seguida de cerrar la puerta. Se veía tranquila y me contagia. Le tendi las llaves que aceptó gustosamente.
Todo empezará nuevamente y no quiero volver a lo de antes. Tal vez mis pesadillas me persigan con sus arrepentimientos, pero nadie debe saberlo, ni mi madre.
Conecte mi teléfono al estereo del auto y puse una canción al azar. La voz que tanto le gustaba a mi madre salió de las bocinas del auto. Desde el rabillo del ojo me miraba mientras encendía el auto en su primer intento. Su sonrisa relajada y su intento de seguir las canción eran sus mañanas conmigo.
—Dumb ¿eh?, así que tenía la razón de haber criado a una chica con cultura. Me encanta —dijo con orgullo.
Esa casa estaba a unos 10 minutos en auto del pueblo. En la corta travesía lo único que vi era campo y más campo con poco cultivo.
Al llegar a la escuela sólo note lo normal que era, aunque comparada a la que había ido anteriormente esta se queda un poco pequeña pues la otra se especializaba en deportes. Me hubiese sido más sencillo ser reclutada a alguna universidad con una preparatoria de ese estatus y ahora solo se esfumó.
—¿Qué opinas? —preguntó mamá sacándome de mis pensamientos.
—Pues, está bien. —Me escuché menos convencida de lo que creía.
—Segura es que no te veo muy convencida —lo noto de inmediato.
—Pues no importa lo que piense esta debe ser la única preparatoria del pueblo. —Me encogí de hombros restándole importancia.
—Hay otra pero está al otro lado.
—No creí que el pueblo sería tan grande —ataque con cierta sorna.
—Se expandió un poco más —me miró —¿Está bien está preparatoria?
—Mmm si.
Ella suspiró con fuerza.
—Bueno entremos —Salió con el folder con mis papeles y me guió pues esa había sido su preparatoria por al menos 2 años para después abandonarla e irse con el imbécil de mi padre.
Como era muy temprano solo había muy pocos alumnos. Nos topamos con unos cuantos hasta llegar a la habitación en la que yacían algunas secretarías tecleando.
—¿Ejem? —soltó mi mamá para llamar la atención de la que estaba detrás de la primera ventanilla.
—¿Si? —preguntó una de ellas elevando el rostro para mirarnos directamente.
—Vengo a inscribir a mi hija, agende una cita con la directora a esta hora. Soy Luisa Walker. —La presentación de mi madre fue sutilmente tranquila.
—Si, ahora le aviso a la directora. Siéntense en lo que sale a recibirlas.
Seguimos su sugerencia y nos sentamos en unas sillas cercanas.
Mientras esperábamos me puse a observar todo a su alrededor y me perdí entre las ideas de posibles escapatorias de esa sala, hasta que se escuchó por los altavoces un llamado.
—Señorita Zoey Anderson solicitamos su presencia en la dirección.
Levanté la mirada y la dirigí a la puerta de la oficina principal de la dirección. Se abrió y dejó ver a una mujer mayor de unos 40 o más.
—Luisa Walker y Leah pasen. —Nos levantamos, ella nos dio paso y nos sentamos en los lugares que estaban al frente de su escritorio. —Bueno la inscripción es algo muy fácil solo quiero conocer a la candidata. —Me miró fijamente y prosiguió: — Platícame de ti Leah que te gusta o que quisieras estudiar en la universidad.
Había algo que me molestaba en su forma de hablarme.
—Soy Leah Walker, tengo 17, aplicaré para asistir a la Universidad de New York en diseño gráfico, y me gustaría entrar a su club de baloncesto... Quisiera saber si eso es posible.