Cartas de amor de un Amante

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El sonido del balón rebotando, la brisa ligera porque seguramente alguien encendió la regadora de pasto automática; correr, correr y correr es lo que hacía en aquella tarde de verano cuando todo comenzó. Mis amigos y yo estamos fugandonos de casa. Huimos de la promesa de quedarnos a jugar juegos de mesa como castigo después de haber roto el espejo de la bruja Daniels. Pagamos muy caro nuestra “travesura” pero valió, valió ver su rostro completamente furioso al ver su porche sin uno de sus retrovisores. 

Una venganza que no fue suficiente, merecía más.

Miro a los ojos azules de Alice, no son claros pero tampoco son suficientemente opacos; no hay brillo alguno porque lo que más desea es ganarme.

El sonido del aire siendo cortado por el balón que lanzó al viento es lo que percibo con total atención. Esto lo he vivido antes, tantas pero, tantas veces que no había reparado en lo que se sentía, olvide la sensación que más importa en todo lo que haces, la euforia. No se si es normal pero yo lo consideraré como eso, normal olvidarlo, dejar de lado la pasión cuando la obligación es quien maneja, es normal, pero, nunca recordarlo es inaceptable; es la equivocación humana que consume, carcome la humanidad y la vuelve una máquina fría y ruin.

Deje que la obligación eclipsara mi pasión y ahora que lo noto me causa felicidad, significa que lo estoy recordando.

El día de ese verano no fue perfecto, fue mucho mejor, único. Vi por primera vez aquel lugar con rejas ocupado, vi por primera vez esas extrañas canastas colgadas de las grandes paredes siendo usadas y me gusto estar presente. Ver esos saltos y proezas valió por completo el regaño de mi madre cuando me encontró con mis amigos mirando. 

Yo no supe hasta después sobre el por que de su aversión a ese deporte que me robó los suspiros, unos cuantos años pasaron para poder saberlo. 

El balón baja y yo lo veo en cámara lenta antes de tratar de saltar. La sensación de mis tenis separándose del suelo era algo que extrañaba con magnitud. Cómo lo sabía desde antes, yo iba a tener el control del salto.

Supongo que así comienza, con el choque de su cuerpo con el mío al saltar después de mi. Si quería jugar de esa forma ruda yo no me negaría. Tiene demasiado que un juego no me entusiasmaba tanto. 

Cuando por fin lo tengo entre las manos mientras caigo Alice da un manotazo con fuerza y me lo quita, el balón sale con fuerza de la cancha. Miro de vuelta a la chica que está orgullosa. Me deje llevar por el momento y deje de lado que los saltos después son peligrosos para el primer saltador porque mientras él desciende el otro sube, sencillo y básico y olvidado.

—Nada mal niña —digo con sorna. —Debiste haber aprovechado, ahora te dejaré sin ganas de volver a jugar.

—Quiero ver eso —respondió con una mirada burlona, si trataba de provocarme estaba en el camino correcto.

Me pasa el balón para el primer saque y yo lo regreso cuando entra en zona.

—¿Qué haces? —me mira confundida.

—Saca tu primero —digo seriamente. —Aprovecha los únicos momentos que tendrás con el balón.

—¡Me parece perfecto!

Comienza a correr en mi dirección.

Nunca recordé nada de ella en alguno de los partidos. Cuando no me dejaban participar hacía como que me la pasaba en el teléfono pero en realidad veía el partido y a las jugadoras, cosas buenas y malas. Pero ahora que trato de recordar a Alice no hay nada, nada me pareció diferente y ahora que la enfrentó de frente siento su rapidez para deslizarse. Si hubiera jugado de esta forma antes lo recordaría, ella mejoró solo para derrotarme.

La dejó pasar hasta el borde de la línea central de la media cancha. La sigo de cerca y no dejo que avance de más y espero el momento indicado.

No corro tan rápido como ella pero tampoco me deja muy atrás cuando por fin se detiene a tirar. Salto y despejó el tiro por su lado derecho. Escucho el golpe que da contra el piso el balón naranja, una risa sale de mi involuntaria cuando caigo.

—Nada mal niña —copia mi forma burlesca. 

—Esto apenas está empezando —digo cojiendo un balón de la canasta llena de ellos. —Te dejaré sin caminar.

—No eres mi tipo —dice con una sonrisa sorna.

—Tampoco eres mi tipo, ya quisieras serlo.

No tenía ni idea en lo que me estaba metiendo o si me arrepentiría después, solo se que así comenzaba algo que me lastimaría después.

Mi antiguo equipo era eficaz, perfecto, balanceado; todo lo que un capitán y entrenador deseaban, pero yo no, el equipo perfecto jamás lo fue porque solo deseaban ganar. Nos usábamos entre sí para alcanzar lo más alto y aun así yo no pude continuar como capitana, me relevó una chica de mi generación que permanecía en banca. Me cambiaron por lo que decían los demás. Fingí por meses que no me importaban sus rechazos, fingí por meses que no me importaba que Adele huyera porque no fui capaz de cuidarla, he fingido tanto que ya no se que es lo real. 

La última jugada que tengo para encestar a los 21 la empiezo cuando la pelinegra me pasa el balón para sacar correctamente, me alcanza y yo lo permito. Ella está en la línea que divide los tres puntos de los dos que podría encestar si la hago a un lado, pero no, esa no es mi jugada. Finto correctamente fingiendo que iré a la derecha y antes de que en realidad lo haga me detengo bruscamente y con ambas manos tiró al saltar. Cuando el balón está apunto de entrar yo bajo mi mirada a la pelinegra, Alice está en suelo mirándome, sus ojos brillan por el sol que entra por las ventanillas. Son como el cielo que a veces suelo admirar en las tardes soleadas.

—Excelente demostración —una voz masculina me hace voltear. Miro en su direeciion y me encuentro con un hombre con pans negro. —Le tengo una propuesta.

 



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En el texto hay: poesia, lgbt, cartas de amor

Editado: 26.10.2021

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