En un hogar infantil se notaba un gran alboroto y bullicio, pero era principalmente porque los niños no podían estar más alegres y entusiasmados ante cierta visita especial…
— ¡Santa! —exclamó una pequeña abrazando al hombre de barba blanca que jugaba con los niños en el medio de un gran salón decorado por navidad.
—Qué bueno verte Caro, veo que has crecido mucho desde el año pasado. ¿Has sido una buena niña? —preguntó el hombre de barba blanca a la pequeña.
— ¡Sí! ¡Muy, muy buena! —respondió con un brillo en la mirada la niña.
— ¿Quién me quiere decir quién se portó mejor este año? —inquirió el barbudo a los niños y en menos de un minuto el lugar se llenó de voces gritando…
—Huy, hizo la pregunta suicida —Se burló una chica vestida de traje rojo y peluca blanca.
—Ni que lo digas… solo espero que este año salga con el traje entero —dijo su amiga vestida de manera… levemente similar.
—Yo no lo podría asegurar… Pero los niños están felices y eso es lo que cuenta —dijo solemnemente.
—En eso estoy de acuerdo contigo Cecilia, aunque ¿quién hubiera dicho hace tres años que estarías aquí vestida como la hija de Santa? —Se rio la pelinegra… es decir, “peliblanca”.
—Bah, déjame en paz Dayana o debo decir ¿“señora Claus”? —rebatió Cecilia viendo divertida la cara de horror de la chica.
—Dios me libre —dijo acariciando sus “cabellos” y acomodándose los lentes falsos.
— ¿Por qué? ¿acaso usted no quiere a Santa? —Las dos chicas brincaron asustadas y se voltearon para ver un niño que las miraba inocentemente.
—Claro que lo quiero, mi amor —dijo Day con una voz levemente más dulce—. Me refería a que no me gusta que me digan señora me hace sentir vieja —explicó sudando frío detrás del disfraz.
—Eso es cierto —secundó Cecilia arrodillándose frente al niño—. Hace unos… 100 años más o menos le dije sin querer así y pues… me dejó sin galletas navideñas —dijo haciendo un puchero y fingiendo que lloraba—. Fueron tiempos oscuros —aseguró.
El niño rio maravillado y se unió a sus amigos contándoles la historia.
—Eres rápida —dijo entre dientes con una sonrisa Dayana.
—Y tu lenta —pronunció Cecilia de la misma forma. Vio que los niños estaban que arrasaban con Santa Claus así que se encaminó así allá para salvar a su “padre”.
Cecilia Rodríguez era una chica que visitaba frecuentemente el hogar a pesar de trabajar incontables horas en un buffet de abogados junto con “Santa” quien no era nadie más que uno de sus amigos llamado Tomas Thompson y que al igual que ella consideraba ese sitio como un lugar de descanso. Su “esposa” o mejor conocida como Dayana era su casi hermana desde los 15 años y la conocía mejor que ella en algunas ocasiones.
Como cada año desde hace un tiempo estaban visitando el hogar de niños como “La familia Claus” una de sus ideas que lentamente fue creciendo hasta involucrar a sus dos amigos. Originalmente solo era ella, pero ellos dos al enterarse se unieron irreparablemente.
—Santa se puede enojar si no lo dejan respirar —habló Cecilia con una sonrisa a los niños. Estaba vestida como la “hija de Santa” con un bonito vestido rojo en conjunto con un abrigo del mismo color con bordes de algodón blanco. Tenía una peluca de risos blancos y unas botas negras brillantes. Santa en versión femenina y joven… y sin miopía.
Lentamente los niños se fueron alejando y sentando alrededor del barbudo que agradeció con la mirada a la chica.
— ¿Alguien quiere una galleta? —interrogó con cariño la señora Claus llegando con una bandeja repleta de las mismas, seguida de algunas de las señoras que dirigían el hogar. Dayana estaba vestida con un vestido rojo y blanco con un delantal encima de tonos verdes, se había puesto unas almohadas debajo de la ropa para dar la idea de ser “fornida” y al igual que ella tenía una peluca blanca corta, rompiendo en parte la imagen de “viejita desvalida”. Pero claro, obviamente tenía unos lentes, como quien dice, renovar la imagen de la esposa de Santa, pero sin irse muy lejos.
Los niños chillaron emocionados y sin más, la familia Claus se dispuso a pasar la tarde con esos alegres chiquillos.