La Sra. McCain ese día no estaba de muchos ánimos para atenderme, repetía una y otra vez que ya había pasado un año, sin entenderla del todo pasé tropezando con una de sus tantas plantas.
-¡Querido, es trágico ver que el tiempo pasa!- dijo ella con pesar mientras se desplomaba en el sofá de la sala.
La Sra. McCain tenía un típico hablar de novelas, hecho que en lo personal se lo atribuía a todos esos años en los que vivió encerrada en libros.
Ella fue, en sus tiempos muy remotos, la escritora más famosa de todo un continente. Mi madre cuenta que todos se peleaban sólo por verla pasar, también cuenta que sus novelas marcaron una época y que ella se veía mucho más real de lo que era ahora. Pero mi madre juzga demasiado; puede que la Sra. McCain no estuviera tan loca como aparentaba.
-Yo sólo venía porque necesito escribir una última carta- comenté un tanto incómodo.
¿A quién engañamos? No muchos se podrían mantener en comodidad estando en mi situación.
-¿Por qué hoy?- preguntó mientras dejaba su vista en el ventanal que daba hacia el jardín.
Ya había pasado más de cuatro meses desde que pedí ayuda a esa vieja señora, ya me había acostumbrado a escribir en silencio y soledad. Escribir sobre ella me hacía sentir vivo, pero ver escribir a otros sobre ella hacía que el mundo se viese vivo.
-Me pareció un lindo día para escribir- dije mientras pasaba mis manos de arriba a abajo sobre mi pantalón.
-Todos los días son lindos para escribir cuando uno está un poco destruido, querido-
Puede que estuviera loca, efecto colateral de ser escritora, pero entre las probabilidades de toparme con alguien cuerdo éste año, fue un placer conocer a la Sra. McCain.
-¿Sobre qué escribiremos hoy?- preguntó sacando un trozo de papel y colocándolo en la máquina de escribir.
-Sobre ella- mi risa sonó muy leve; ya era redundar al preguntar.
-¿Le vas a contar sobre...eso?-
-No, ella no necesita saber eso-
Y sí, mil ochocientas veinticinco cartas escritas, una por día. Mil ochocientas veinticinco cartas acumuladas en el cajón de mi escritorio. Así comenzamos; yo reclinado en el sofá y ella moviendo sus dedos sobre la máquina. Parecía disfrutar de lo que estaba haciendo tanto como yo disfrutaba pensar en ella.
Les hablaré un poco de Melanie, sólo por el simple hecho de que me gusta hablar de ella. Cuando teníamos once años, Melanie tenía una fuerte obsesión con usar dos trenzas en su cabello, llevar faldas color crema y combinar sus zapatillas con sus lazos. Al cumplir los catorce entró en una etapa de semi-pubertad, lo que significaba la eliminación de todo lo que llevara rosa y el dinero de sus padres; cambió sus faldas cremas por pantalones ajustados y su cabello rubio por un castaño más oscuro. Pero ella era más que una simple imagen; ella era explosiva.
Siempre me pregunté la razón de que me gustara Melanie. Y ahora veo, sentado en un sofá lleno de polvo y escuchando a una vieja señora un tanto delirante, que es una pérdida de tiempo buscar razones. ¿A caso la ola le pide permiso a roca para chocar contra ella? Pues el corazón tampoco pide permiso para escoger a alguien. Porque estar enamorado va más allá de simples pretextos, no se necesita justificar algo que te hace sentir bien.
-¿Sabes si ella ya se enamoró?- preguntó McCain.
Obviamente se refería a si ya se había enamorado de mí, pero preferí mentirle un poco.
-Sí, ya he recibido respuestas-
Era muy complicado, en realidad, de las probabilidades entre uno y un millón, sólo me encontraba con cero por ciento de esperanzas de recibir respuestas a algo que nunca fue enviado.
Pasó media hora mientras me contaba una y otra vez un fragmento de uno de sus tantos libros, una hora mientras se servía un poco de café y dos más mientras concluía con su trabajo. Con la carta en manos salí de aquella casa dejándola descansar, no sin antes pasar por su manada de perros en la entrada.
Melanie no tenía una mejor amiga en específico, ella estaba con todo el mundo todo el tiempo, era una extraña manera de ser única. Justo como lo hacía ahora, montándose en el auto de su nuevo novio.
Sí, lo sé, suena algo triste hablar de cómo el amor de tu vida se encamina a quién sabe dónde con el nuevo amor de su vida. Pero la verdad todos son así; todos los amores que pasan por nuestro camino son considerados el amor de nuestras vidas, es jocosa la manera en la que calificamos a todos como el eterno. Vivimos en una constante prueba de aciertos.