Casada Con Un Rico Heredero [ Libro 2 ]

4. Manos Marcadas. 

Extendí en la mesa frente a Abiel, el sobre marrón con las escrituras del apartamento junto con las llaves y una cartilla de ahorros. 

 

— No es mucho lo que tengo, pero es tuyo. — Le hablé, agarrando entonces una copa con alcohol y dándole un trago. 

 

— No es necesario que me des nada. — Respondió y me quedé mirándolo. — Solo quiero que tú también me ayudes. 

 

— ¿Quieres mi ayuda? — Pregunté sin comprender. — ¿Se trata de tu hermano? — Indagué y Abiel asintió con una sonrisa en su rostro. 

 

— Conocí a tu hermano Richard hace unos años. Él empezó a dudar de que Enyer sea realmente hijo suyo. 

 

— ¿Qué? — Pregunté extrañada. ¿Qué tenía que ver mi hermano con él y su hermano? 

Por alguna razón pensé en mi madre y en sus palabras, y lo supe. 

 

— ¿Enyer es hijo de tu hermano? — Pregunté y asintió. 

 

— Sí. — Me confirmó. — Fue Richard quien me puso en contacto con la persona que requería mi sangre para salvar a su hijo. 

 

— ¿Mi hermano? — Me quedé pensando en Richard y apreté los puños. 

 

— Gracias a su contacto ahora soy rico, con dinero suficiente para recuperar a mi sobrino. — Habló Abiel, habiendo en sus palabras tristeza. — Mi hermano murió sin poder conocerlo, ni siquiera pudo encontrarlo. 

 

— Vaya. — Solté de pronto y Abiel me miró con sorpresa. 

 

— ¿Ocurre algo? — Se interesó y sonreí dándole un trago a mi copa. 

 

— No pensé que Verónica pudiera ser tan... — Callé mirando el licor que sostenía. 

 

— Conozco a Verónica desde niña, y siempre le ha interesado salir del barrio humilde donde nos criamos. — Me contó Abiel extendiendo el sobre hasta mí. — Te ayudaré a cambio de que me ayudes. 

 

— Te has acostado con la persona que tu hermano amaba. — Mencioné y Abiel sonrió, aunque sus ojos negros trasmitían tristeza. 

 

— Ya te he dicho que a ella solo le interesa el dinero, el poder y el estatus social. — Me respondió Abiel. — Es mala y hará lo que sea por tenerlo todo. 

 

Regresé a mi dormitorio dejando mis cosas sobre uno de los sofás y me senté en él. 

 

— Debería irme de este hotel de una vez. — Pensé en voz alta agarrando las llaves del apartamento. — Sí, eso haré. — Sonreí, cuando tocaron a la puerta y dejando las llaves fui hasta la puerta. Encontrando a mi padre cuando la abrí. 

 

— Tenías que haberte pasado por casa. — Me habló mi padre, Mateo De Luque, que me dedicó una sonrisa afectiva. 

 

— Ya pasé por casa. — Respondí dejando que entrara y cerré la puerta. — Pero mamá es cada vez más insoportable. 

 

— Lo comprendo, cariño. — Se dirigió a mí dejando su abrigo sobre un sillón. — ¿No me abrazas? — Me preguntó después y me acerqué con una sonrisa, dándole un profundo abrazo. — Mi hija. — Pronunció y me dejé abrazar. 

 

— ¿Tanto me has echado de menos? — Pregunté pudiendo sentí los latidos de su corazón. 

 

— Claro. — Me indicó, agarrándome de los brazos y haciendo que me pusiera derecha. — Mi nieta, ¿cómo se encuentra ella?

 

— Pronto estará bien.

 

— ¿Y eso? — Se extrañó soltándome. 

 

— He conocido a alguien especial que tiene el mismo tipo de sangre que Patricia. — Me sentí gustosa de decirle, sentándome en el sofá obliganda por mi padre. 

 

— ¿De verdad? — Se sorprendió ocupando un sillón y asentí contenta. 

 

— Gracias al destino, o a Richard. — Mencioné sonriendo. — Mañana viajaremos hasta la ciudad. 

 

— Me alegro, quiero ver a mi nieta ya recuperada. — Agarró mi mano. 

 

— El trabajo, siento haberme largado y dejarlo todo en las manos de los demás. — Pedí disculpas y él me negó. 

 

— Del bufet se pueden encargar otros, de mi nieta no. — Respondió y asentí. Trabajaba en uno de sus bufet que tenía por todo el país. — Tú solo descansa y ocúpate de que Patricia se recupere. 

 

— Eso haré. — Puse morros y mi padre sonrió dando unas palmadas en mi mano. 

 

— Tu madre estaría encantada de que dejaras todo y te ocuparas de encontrar a un hombre. — Bromeó mi padre y gruñí seria. 

 

— Eso es lo de siempre. Pero yo estoy contenta con mi vida. — Apretó mi mano y me vi empujada a comentarle. — Pero bien la estás liando tú con Evelin. 

 

— Es bueno que aprenda, y que sea como tú y Richard. — Contestó quedándose callado, y supe por su mirada que estaría pensando en Marlene. 

 

— Ella estaría orgulloso de ti, de como nos has tratado. — Le afirmé y él asintió repetidamente. 

 

— Te hubieras llevado bien con ella. 

 

— Sí. Un día tenemos que ir juntos a darle a Marlene mis respetos. 

 

— Lo haremos. — Me sonrió y se inclinó dándome un beso en la frente. — Te quiero, hija. 

 

— Lo sé, padre. — Sonreí mirándolo. 

 

Cuando se abrió la puerta del ascensor vi a Abiel que me estaba esperando en la recepción del hotel. 

 

— Estás hermosa. — Me habló Abiel y sonreí saliendo del ascensor. 

 

— Gracias. ¿Me ayudarías a ponerme el abrigo? — Le pedí y Abiel me asintió. 

 

— Será un placer. — Tomó de mis manos el abrigo y me ayudó ponérmelo.

 

Cuando entré en la sala de fiestas del brazo de Abiel, todas las miradas se posaron sobre nosotros. 

 

— Si que estaban deseando verte. — Se burló Abiel y le sonreí tirando de su brazo. 

 

— Si tú lo dices. 

 

— Isabella. — Fui llamada por Fernanda Mames, que ahora de casada, su apellido era Deñal. De su mano traía a su hija de dos años. 

 

— Fernanda. — Me alegré de verla a ella y a su pequeña Estela, que se comía un palillo de pan. 



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 20.04.2021

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