Casado Con Una Mafiosa © [#1 Mortem]

Capítulo 8.

DAKOTA.

Observo con indiferencia al tipo magullado que solloza y gime a mis pies. Su rostro está irreconocible por los golpes, de su boca sale un exagerada cantidad de sangre mezclada con saliva, y su respiración se hace cada vez mas lenta, más forzosa.

—Te lo vuelvo a repetir, ¿dónde está Demetrio?

El tipo tose y más sangre sale de su boca, se retuerce como si quisiera ponerse de pie pero es imposible. El que todavía esté respirando es un milagro. Sonrío y me acuclillo; lo suficiente como para que él sea capaz de verme. Tomo su magullado rostro sin lástima alguna entre mis dedos, llenandome de su sangre, y ganandome un gemido de dolor de su parte.

—¿Dónde está?

N-No lo...se.—susurra con dificultad, la emoción entrecortando sus palabras.

Finalmente las lágrimas empiezan a salir de sus casi cerrados e hinchados ojos, y se mezclan con la sangre de su rostro. Suspiro de puro fastidio. Lo suelto de golpe y me levanto de un salto.

—¿No crees que el karma es un gran hijo de perra, querido Joel?—le doy una rápida mirada, su cuerpo empieza a estremecerse al escuchar el tono siniestro con el que hablo. —Porque mira que entregarme en bandeja de plata la oportunidad de vengarme de uno de los hijos de puta que hicieron de mi vida un infierno, eso no es de todos lo días. ¿No lo crees?

Suelto un larga carcajada. Empiezo a caminar lentamente, arrastrando un poco la suela de mis militares, a su alrededor.

—No sabes lo mucho que te odiaba. Las ganas de matarte que tenía eran tan intensas que no se cómo pude contenerme, esas ansias de quitarte de un golpe esa maldita sonrisa arrogante. Dispararte cada vez que me mirabas con esa asquerosa mirada lasciva tuya. ¿Te excitada ver como Demetrio me hacía sufrir, no es así querido Joel?—tenso la mandíbula con fuerza, las palmas de mis manos empiezan a sudar. —Ah, claro que sí. A ti y a todos esos hijos de puta les fascinaba ver como mi querido padre me humillaba, y me convertía en una persona igual de podrida que él. Pero bueno, yo sabía que si mataba a la mano derecha de Demetrio Anderson quien iba a pagar las consecuencias iba a ser mi madre. ¿Pero adivina qué?

Me detengo por su cabeza, los ojos marrones de Joel se encuentran inyectados de sangre, sus párpados hinchados los tapa casi por completo, dejando el suficiente espacio como para que sea capaz de verme. Muchas más lágrimas empiezan a bajar por sus mejillas cuando su mirada conecta con la mía, él sabe cuál mirada es. Es la misma que puse cuando maté a Daymond enfrente de toda la maldita mafia de nuestro amado padre.

—Ella ya no está en este maldito mundo, y tú ya no eres de mi utilidad Joel.

Matt—uno de los chicos—se acerca, y con lentitud, casi que un sumo respeto me entrega mi pistola preferida. Sonrío de lado, bajo la mirada a mi mano donde se moldea perfectamente esa mortal. Las serpientes sobresalen sobre el largo cañón plata. Vuelvo a poner mi mirada en Joel, y apunto al centro de su cabeza. Los ojos de Joel se abren un poco más y el pánico se hace presente en su rostro. Trata de decir algo pero sólo bajos gemidos consigo escuchar, lo que me provoca una gran satisfacción.

Desaparece.

Y apreto el gatillo. Su sangre salpica un poco mis viejas botas, el eco del disparo acompaña la tensión de todos los que estamos dentro de aquella sucia y vieja bodega. Lentamente su pecho deja de subir y bajar, deja de forzar sus pulmones, y sus ojos inyectados de sangre quedan abiertos; sin ni una pizca de vida en ellos. Finalmente su corazón se detiene, dándome la señal de que  a muerto.

Una escoria menos.

—Ya saben qué hacer con su cuerpo.—con paciencia vuelvo a poner mi pistola en mi espalda, entre mi cinturón. —Y cuando terminen lo dejan en una de las bodegas principales de Demetrio.

—¡Sí, señora!

Levanto la mirada encontrandome con aquellos fríos ojos grises. Sangre escurre de sus nudillos.

—Limpiate y vete con los chicos, quiero que Demetrio vea el cuerpo de Joel.

Kenya asiente sin cambiar la tensa y escalofriante expresión del rostro, toma la botella de alcohol que uno de los chicos le ofrece, y sin vacilar se echa el infernal líquido en sus reventados nudillos. Ni siquiera se inmuta, aunque debe de doler como el infierno, algunos de los chicos la observan impresionados. Pongo los ojos en blanco, les doy la espalda y llevo mi mano derecha a uno de mis bolsillos; tomando mi celular e inmediatamente busco el contacto de Drew. Espero pacientemente a que me responda.

Señora.—su voz llega dos tonos después.

—Necesito que vayas con Kenya a una parte, estamos en la zona D.—respondo mientras le doy una mirada de reojo a los chicos que toman el cuerpo inerte de Joel.

¿Y qué pasa con Drey?

Frunzo mi ceño al no entender pero segundos después lo comprendo. Pongo los ojos en blanco y bufo de fastidio.

—No te preocupes, yo iré por él. Te doy diez minutos.

Cuelgo sin esperar respuesta y guardo el celular nuevamente en mi bolsillo. Tomo una botella de agua y limpio la sangre de mis manos, además de la que salpicó mis botas. Seco mis manos con un pañuelo que uno de los chicos me ofrece.



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En el texto hay: narcotrafico, romance, drogas amor y celos

Editado: 16.06.2019

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