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Nuestro autoconocimiento se desarrolla mejor cuando tenemos conexión con quienes nos rodean, permitiéndonos reconocer nuestras fortalezas y debilidades, encontrando las soluciones a las adversidades y enriqueciendo nuestras habilidades. Aquellas personas que nos hacen ser mejores, son como el arcoíris después de un diluvio. No te lamentes por quienes no están, disfruta a los que tienes y sonríe porque con ellos puedes contar, hasta cien o hasta el infinito, pero están ahí, en medio de la adversidad.
“La fuerza no viene de una capacidad física. Viene de una voluntad indomable”
Mahatma Gandhi.
La muestra de amor más grande que tenemos hacia nosotros mismos es permitir perdonarnos, porque merecemos estar en paz para poder vivir tranquilos y al momento de leer esa carta entendí que, de nada valía sentir odio hacia él; por el contrario, me iba a desenfocar de los asuntos a los que debía prestar atención y entre otras cosas, debía permitir tener el apoyo de las personas que me rodeaban para poder soportar el dolor de haber perdido a mi abuelo y ahora el dolor de saber que, había llegado Daniel nuevamente y no estaba mi escudo protector para alejarlo de mi como aquella vez lo había hecho. Quise desgarrar de mi alma el amor que sentía por él, permitiéndome liberar de las culpas, los temores y todo aquello que me estancaba en el pasado ¿Cómo enfrentar a Daniel nuevamente? Debía encontrar la manera de hacerlo y asegurar mis fuerzas para no desvivirme de amor por él.
Mi madre entró en la habitación y estuvo acariciando mi cabeza un rato, para lograr calmar mi llanto. Ella, a pesar de su dolor, trataba de hacerme sentir que la vida no me estaba haciendo caer en un abismo de desolación.
Recordé todos los momentos que viví junto a él y me lastimaban; cada caricia era una lagrima más.
Con el pasar del tiempo fui soportando no tenerlo en mis días y aun cuando no lo había dejado de amar, la vida colocó a Ryan en mi camino nuevamente para que, él me diera ese trato que yo necesitaba y pudiera encontrar el medicamento que aliviara mi sufrimiento. Daniel no alcanza a imaginar cuanto lo amé y precisamente por eso fue difícil entender que él no era el hombre para mí, porque a pesar del amor que le tenía, no era suficiente para hacerme feliz, porque el amar es todo lo contrario a utilizar y esto último fue lo que él hizo conmigo: Usarme como a un juguete sucio e indefenso, donde no comprendió el alcance de la palabra amar y a veces recuerdo que pudimos vivir una historia de amor sincero, pero enseguida viene a mi mente todo el daño que causó y digo ¡De lo que me salvé! Supe en ese momento que su ausencia me hacía mucho bien, pero necesitaba verlo regresar para descubrir que, prefería mantenerlo lejos de mí, porque su arrogancia lo seguía dominando haciéndole pensar que él era indispensable.
-Princesa ¿Cuándo vas a hablar con Luna? –Inquirió mi madre.
Ella no sabía que en ese momento Luna era como una espina puesta en mi garganta, porque reavivaría aún más el daño que me había hecho Ismael y que ella había sido causante de gran parte de aquella triste historia; sin embargo, necesitaba escucharla porque ya no solo era Luna, quién alguna vez había sido mi amiga, sino que era mi hermana, la que me impulsó a seguir batallando como una de las mejores guerreras.
-Dile que puede entrar. -Respondí.
Afuera, Luna había recibido una charla motivacional de Ryan para que cuando entrara a verme pudiera encontrar las palabras adecuadas para entablar una conversación conmigo; además, de no dejarse llevar por su personalidad un poco arrogante y saber pedir perdón. La chica había mejorado su forma de ser, porque cuando tienes la muerte tan cerca, valoras más lo que tienes.
-Ryan, creí que no vendrías hoy. –Dijo mi madre.
El chico encogió sus hombros y respondió: -No pude evitar sentir ganas de hacerlo. Además, me sirvió venir para hablar con Luna.
-Lo necesitaba. –Dijo Luna, sonriendo. –Gracias por tus palabras, Ryan.
-No tienes que agradecerme nada, bonita. –Dijo, tomando la mano de ella suavemente.
-Me alegra saber eso. Sara los necesita a ambos.
-Lo sabemos. –Respondieron ellos, al unísono.
-Ya puedes ir a verla. –Dijo, mirando a la chica.
Un brillo cálido iluminó sus ojos y ella asintió. Minutos después, la chica entró a la habitación. Su rostro reflejaba vergüenza y dolor lo que hacía que, se acercara muy lentamente a la cama.
-Ven. -Dije.
Ella sonrió y camino un poco más rápido, ubicándose en la silla que estaba junto a la cama. - ¿Cómo te sientes? -Inquirió.
Mi ser estaba luchando contra un sentimiento negativo, pero cada vez que recordaba los consejos de mi abuelo, tragaba mi dolor; sin embargo, nadie sabía que Ismael estaba más cerca de lo que pensábamos y mientras ellos ignoraban que él estuviera a mi pendiente, él si sabía que ellas son mis hermanas.
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Editado: 19.06.2020