Camino a mi recámara cuando el gorila ocho me tira encima líquidos de dudosa procedencia; es falso que todo tiene un precio, la estupidez en esta casa es gratis.
—¿Qué te sucede imbécil? —grité cuan fuerte pude mientras él se retorcía de risa—, te comportas como un maldito crío.
—Que amargada eres, muñeca —seguía tan divertido con la escena.
—Eres un imbécil Eugene.
—¿A ti te hizo lo mismo? —intervino Kaleth saliendo de su habitación.
—¿Qué se supone que nos tiró encima este inútil espécimen?
—Este inútil espécimen tiene nombre —dijo el bromista.
—Hice una pregunta y quiero la respuesta —un olor parecido a desperdicios provenía de mí, fuese lo que fuese que nos hubiera echado estaba segura de que iba a ser otro de esos experimentos donde mezcla porquerías y luego ve a quien arrojarla.
—Entre orines, cadáveres de insectos, sobras de comida —hizo una pausa mientras en mi rostro se formaba una mueca— básicamente desperdicios que había por ahí.
—¿La orina es un desperdicio que se encuentra por ahí? —Kal tenía esa mirada que adoptan los adultos tomando las cosas con madurez. Esa mirada que yo debía tener, pero no tengo.
Nina, una de las muchachas que mantenían la casa ordenada, llegó con una cubeta, el trapeador y botellas que se usan para la limpieza.
—Si no los quisiera tanto dejaría que limpiaran sus desastres —mencionó mordiéndose el labio para ocultar una risa al verme en deplorable estado.
—Él merece limpiar las porquerías que va dejando —le argumenté a ella y luego volví la mirada hacia quien provocó esto—. Ya veremos si tan amargada estoy —me marché a mi habitación sin quedarme para escuchar que respondía mi hermanito.
Lo más importante en este momento era ver que tenía que hacer para vengarme, idear algo que no se olvidaría.
Más que los desperdicios, más que las múltiples veces que arruinaba mi auto a propósito hasta que terminó convertido en chatarra, más que aquella vez del timbre con la tachuela, más que quemar los fusibles, más que romper mis ventanas con pirotecnia, más que cuando nos hizo caer en una piscina de lodo, más que cuando llenó de insectos mi baño, más que cuando me dejaron con los vagabundos.
El punto aquí es que mi cuerpo quiere una venganza memorable.
Entro a la ducha y mientras me enjabono recuerdo todas las bromas que me habían jugado hasta hoy. En ese momento se me ocurrió, pequeña pero memorable, golpear donde más le duele.
Me encargaría de que su pequeña pesadilla se hiciera realidad; pero será otro día, porque no necesito agregar otra llamada de atención a la lista de hoy.
A la mañana siguiente desperté al mediodía, culpa de la luz que entraba por mi ventana.
Me hicieron falta un par de horas antes de tener todo listo. Secuestré cinco lindos ratones, inofensivos pero enormes. Mis hermanos habían salido a comprar con mis padres, contaba con el tiempo justo.
Escondí estratégicamente a las bestias solo para que cuando Eugene se diera cuenta tuviese alrededor a sus mejores amigos. Pasé el resto del tiempo esperando con falso desinterés en la cocina, hasta que se escuchó el chasquido de la puerta principal.
Mi subconsciente empezaba a decirme todo lo malo que podía ocurrir, cuan mal me mirarían mis padres si se enteraban de que había sido yo, igual y mi hermano se desmayaba, era el peor y más divertido escenario.
—Catherina ayuda a bajar las bolsas —gritó mi padre desde la puerta y obedecí, porque al parecer las veinte manos que ya tenía no eran suficientes.
Una vez que terminamos de acomodar cada cosa en su sitio Eugene pasó a su rutina de costumbre.
Encendió el televisor y dejó caer el control remoto en un adorno cercano, un ratón.
Se sentó con brusquedad en el sofá del frente, dos ratones.
Cogió un tazón con dulces y empezó a revolverlo, tres ratones.
Subió los pies sobre la mesa, cuatro ratones
Se puso cómodo en el sofá hasta que sonó cuando éste hacia ruido por el mal uso, cinco ratones.
Viéndolo desde este punto era muy obvio que alguien las había puesto ahí.
¿Qué más da? Ya no hay marcha atrás.
Él seguía revolviendo el tazón cuando algo acaricio su mano, uno de ellos. Su rostro se descompuso delatando el miedo y asco hacia el animalito. Un estruendoso grito recorrió la sala y las habitaciones contiguas.
—¡Cuidado! —dijo el murofóbico dirigiéndose a Dominique y a mí, luego corrió escaleras arriba para bajar con un encendedor, la manta con la que limpia dicho artefacto y combustible.
—¿Qué carajo vas a hacer? —lo miré confundida.
—Calla y ve por mis padres —dudé unos momentos y cuando estaba por ir Dom se me adelantó.
El poco tiempo que perdí pensando el enano había encendido la manta y echado gasolina alrededor del ratón del sofá. Arrojó la manta donde la criatura estaba pero ésta fue más rápida que él. Empezó a perseguir a los animalitos con la intención de incinerarlos y yo no pude soportar ni un momento más la risa, mis ojos no podían dar crédito a tanta estupidez.