Alan
Loco. Así terminaré si no hago nada al respecto. Decido que Gea no es la única que puede tener el control de la situación, y manejarla a su antojo.
Espero hasta que se duerme profundamente y me escabullo. No soy tonto y, observando, he logrado descubrir muchas cosas acerca de la chica con ojos multicolores. Una de ellas es una extraña capacidad de percibir cuándo alguien — o algo— se le acerca. Así que supongo que también funciona en reversa.
Camino varios pasos decididos. Corro ramas y hojas que estorban en mi camino. No necesito de una chica para averiguar quién soy. Sé que he prometido darle tiempo, y planeo cumplirlo; pero en el mientras tanto, un poco de información no sobrará.
Debería empezar por lo más simple: el tipo de las botas. Usa los mismos pantalones de camuflaje que yo traigo y, si bien no he visto “mi chaqueta”, me juego la vida a que son iguales.
La luna brilla en el cielo, acompañada por las estrellas. Son increíbles todas las constelaciones que pueden avistarse. “Catlas te sorprenderá más de una vez.” Sus palabras vuelven a resonar en mi cerebro. Son ciertas. No existe firmamento nocturno más digno de apreciar.
Ahora bien, bajar la vista al suelo constituye el verdadero problema. A penas sí veo dónde piso y las sombras extrañas que proyectan los árboles y plantas me resultan inquietantes. De hecho, el panorama es completamente distinto al de luz solar.
Suelto un suspiro. Esta no ha sido de mis mejores ideas. Pero es que ha dolido. En verdad creí que la barrera del odio había sido superada. ¿Desea Gea que olvide nuestro momento en el manantial? De acuerdo, pues entonces ya está desterrado de mi memoria (que, para variar, no es mucha).
Llevo casi un kilómetro de recorrido. Sé que no suena demasiado si lo digo así. ¿Ochocientos, novecientos metros a lo sumo? Quisiera ver cuánto te tardarías si te encontraras en Catlas. A mi me ha tomado como una hora, y eso que voy rápido. Temo esa cosa rara que Gea es capaz de realizar. No la necesito bajo ningún concepto, y es deducible que tampoco deseo que me busque. ¿Habrá notado mi ausencia ya?
Paro en seco cuando un sonido me trae a la realidad. Viene desde arriba, sobre mi cabeza. Si no me equivoco, es la réplica exacta a lo que emitiría una zarpa al rasgar sobre la madera.
Trago saliva y cuento mentalmente hasta cinco para calmarme. Luego levanto el cuello muy despacio. Un par de ojos brillantes y amarillos me observan detenidamente. También puedo apreciar cómo su cola se retuerce hacia los lados, con impaciencia. La pantera emite un ronroneo. Mierda.
Obligo a mis piernas a reaccionar. Me sorprende la capacidad que poseo para esta clase de situaciones. Corro con rapidez sin detenerme a comprobar el salto que el felino emplea para perseguirme. Estoy a punto de convertirme en la cena de un gato negro gigante, y aún así, mi mente se halla clara. Si me salvo, será un milagro. ¿Por qué no siento miedo entonces? Se repite la situación del río… un sexto sentido de supervivencia se apodera de mi cuerpo.
Percibo a la pantera unos pocos metros detrás de mí, no lo conseguiré… Y de pronto el paisaje comienza a dar vueltas, piedras y ramas se clavan en mí, haciéndome daño. Comprendo en seguida que mi entorno está quieto, y soy yo quien gira.
Al parecer, el terreno describe una abrupta pendiente hacia abajo, y he estado tan concentrado en entenderme, que noto el cambio cuando ya estoy magullándome, sin posibilidades de parar.
Siento una punzada aguda en la espalda; algo afilado rajando mi piel. Cierro los ojos instintivamente e intento aferrarme a algo. Una rama, una roca, incluso la misma tierra. Sin embargo no es nada de eso lo que detiene mi caída. Oh, no. Lo hace un árbol. Su tronco es mediano, pero grueso y duro. Choco contra él y mi abdomen recibe todo el impacto.
Termino con la cara hacia el cielo y el cuerpo retorcido de forma extraña. Me cuesta mucho respirar. Pequeñas luces titilantes se cuelan en mi campo de visión. Deseo fervientemente no haberme roto una costilla… o dos. Gea va a matarme.
Gea… ¿me encontrará? Por lo que sé, es capaz de abandonarme a mi suerte; después de todo, me lo merezco. ¿Verdad?
Estoy a punto de darme por vencido; dejar que el dolor que me ataca de todas partes venza. Tirado en el medio de la jungla, incluso cierro los ojos, cuando escucho una voz. Una más y otra. Los gritos parecen acercarse a cada segundo.
—¡Yo lo vi! –protesta alguien.
—Te digo que no es posible –niega otro.
—¡Era un muchacho! –apunta un tercero.
Hablan de mí. Seguro han visto mi “heroico” descenso, al menos dos de ellos.
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Editado: 03.05.2018