Los escalones en la entrada le hicieron saber de inmediato en donde se encontraban. Reconocería la mansión del amigo de Gabriel, en donde fuera. Solo él podría poner una alfombra azul aguamarina sobre el mármol rojo y hacer que luciera tan bien. La decoración interior no distaba mucho de esa paleta de colores, combinando rojos, azules y grises. A pesar de no tener permitido elevar la mirada, podía notar de reojo los detalles del lugar y distinguía el gusto minimalista, del demonio de mirada anaranjada, que, a comparación de Gabriel, no conservaba gustos de la época renacentista, sino más bien, contemporáneos.
—Cedric —saludó su acompañante.
Elizabeth distinguió la figura del demonio, haciéndole una leve inclinación, sin despegar la vista de sus zapatos. Incluso su vestimenta reflejaba su estilo mucho más relajado y fresco. Era escalofriante.
—Bonjour poupée —saludó a Elizabeth, dándole un beso en cada mejilla, mientras tomaba sus manos. Siempre que lo visitaban la saludaba de igual forma y como cada vez, ella cerraba los ojos al tenerlo tan cerca, mientras un estremecimiento recorría su piel. Desde la primera vez que lo vio, en la fiesta de máscaras, hubo algo en él que no le gustaba.
Con un ademan los invitó a pasar, mientras saludaba amistosamente a sus demás invitados. Olvidándose momentáneamente de ellos.
En el corredor, un camarero se acercó ofreciéndoles una bebida, que Gabriel no tardó en tomar, mientras Elizabeth se entretenía contando sus pasos, mirando lo bonito que ondeaba su vestido negro con dorado, cada que caminaba.
Al entrar al salón principal la música invadió sus oídos. El saxofón sonaba en lo alto, mientras las parejas bailaban al ritmo del instrumento. Se dio paso al lugar, sujeta al brazo del demonio, que mantenía la frente en alto, vanagloriándose. Para Elizabeth no le era imperceptible que la presumía como uno más de sus logros y es que para la fecha, la mayoría de las humanas habían muerto ya, quedando pocas en las fiestas y reuniones. A pesar de no levantar la vista, notaba la gran diferencia en vestimenta y cuidado, que le daban los demonios a sus esclavas, en comparación de Gabriel. Él tenia otras formas de maltratarla que no eran matarla de hambre o a golpes, por lo menos no a ella. Era tan inteligente como para saber que a la humana no había algo que le doliera más que Anael. Lo que el demonio desconocía eran los planes que empezaba a formar Elizabeth en su mente para liberarlo.
Una vez más, fueron abordados por el camarero. Tomando el demonio ahora dos bebidas, una para él y extendiendo la copa restante a su humana. Ella negó sin atreverse a levantar la vista. “Debería saber que estando embarazada no puedo tomar” pensó, agarrando la copa para no contradecir de nuevo al demonio. Al darle un sorbo, descubrió que no se trataba de otra cosa, mas que de jugo de arándano. Media sonrisa se asomó en la comisura de sus labios. Gabriel siempre pensando en todo. Imaginó que seria sospechoso que los demonios no la vieran tomar, así que exigió al camarero le sirvieran una copa de jugo de arándano, que conservaba el mismo tono del vino que todos tomaban, sin hacerlo evidente a simple vista. Elizabeth quedó sorprendida, dándole un sorbo más a su jugo.
La afluencia de gente aumentaba considerablemente y Gabriel pasaba de un lugar a otro solo para conversar por periodos cortos de tiempo, hasta que una mujer alta y esbelta lo llamó a la distancia, invitándolo a sentarse a su lado. El demonio no tardó en llegar hasta ella, tomando asiento, concentrándose en ella por completo, coqueteando deliberadamente.
La humana aguardó al lado de su amo, sentada sobre el suelo, mirando sus manos y perdiéndose en sus pensamientos. No prestó atención al comportamiento del demonio. En realidad, no le interesaba lo que hiciera, mientras a Anael y a ella los dejara tranquilos. Le gustaba que por primera vez no fuera ella a quien tocaba y besaba. Agradecía le diera un respiro.
Su tranquilidad se vio rápidamente interrumpida por Cedric, que se acercó a los demonios hablándoles con aire divertido. La conversación fue breve, cuando sintió a ambos levantarse. Le helada mano de Gabriel la levantó del suelo para entregársela a su amigo. Elizabeth se sintió confundida ¿por qué la entregaba al demonio de mirada anaranjada? Antes de levantar la vista para buscar respuestas en su rostro, Gabriel le habló al oído en voz baja, aun sujetándola del brazo.
—Compórtate. Regresare por ti en unas horas. —Le escuchó decir, antes de sentir una pequeña ráfaga de viento y darse cuenta de que había desaparecido.
Esta vez no pudo evitar levantar la vista, buscando desesperadamente al demonio, pero en el rápido vistazo no logró encontrarlo.
Cedric la tomó de la barbilla, haciendo que centrara su atención en él, mirándolo a los ojos, como le gustaba hacer con los esclavos.
—Calma —le habló en voz suave, mostrándole una sonrisa que no auguraba nada bueno —. Cuando termine de divertirse, volverá por ti. Hasta entonces, divirtámonos nosotros también. —Soltó su agarre, para tomarla por la muñeca con más fuerza de la necesaria, arrastrándola por los corredores.
Elizabeth no reaccionó de inmediato, asustada por la situación y se dejó llevar por Cedric, hasta que se detuvieron frente a una gran puerta, solo ahí pudo ser capaz de hablar.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó asustada, sin estar segura de poner resistencia o no—. Suéltame —exigió asustada, al momento que era empujaba con fuerza dentro de la habitación. Metió las manos antes de impactar su estómago en el suelo. Este demonio no parecía poder controlar bien su fuerza con los humanos. Al levantarse miró con rapidez el lugar, descubriendo que se trataba de una especie de despacho, lleno de libros, con algunos sillones grises y un escritorio.
Antes de siquiera poderse levantar, las manos del demonio ya abrían hábilmente su vestido.
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Editado: 19.04.2022