Las lágrimas de Elizabeth cayeron una a una, a la hoja que sostenía sobre sus temblorosas manos.
“Te amo”
Leyó, antes de doblar la carta que Anael mandó.
Llorar se convirtió en una constante. No quiso seguirlo haciendo, pero le fue difícil contenerse.
Leer era su nuevo pasatiempo favorito. Antes de llegar a ese lugar, solía leer de vez en cuando y concentrarse la mayor parte del tiempo en tomar fotografías, pero ahora no tenía una cámara a su alcance y no le interesaba tomar fotos del único lugar del castillo al que tenía acceso. Conocía cada elemento en su cuarto de memoria. Ahí no quedaba nada que valiera la pena preservar como un recuerdo eterno en una imagen. Prefería sumergirse entre páginas. Convirtiéndose en la única terapia que le ayudaba a olvidar momentáneamente su realidad. Sus libros se convirtieron en ventanas a nuevos mundos, que ella estaba deseosa por explorar.
Soltó un suspiro al aire. Pensó cuanto había cambiado en tan pocos meses.
Se levantó del sofá para ir directo a su caja musical, añadiendo una carta más a su colección. Cuando regresó a su escritorio, tomó asiento concentrando su pensamiento en Anael y la forma en la que se conocieron. Cuando esa mirada del más bello azul que hubiera visto, la cautivó. Él fue su primer amor. Puro y noble, lleno de alegrías e ilusiones. A su lado sentía que nada podía salir mal y que eran capaces de lograrlo todo.
Como acto reflejo tomó la pluma, remojándola en el tintero, dispuesta a detallar en papel sus sentimientos, pero algo la detuvo antes de que la punta tocara la hoja. ¿Qué debería decirle? Confesar su amor era algo que dejaba impreso en cada carta, pero ahora, debía hacer algo mucho más que eso.
Desde lo ocurrido con Cedric no había tenido oportunidad de hablarlo con nadie. Decirle a Gabriel no era una opción y guardarlo para ella sentía que era una fuerte carga que día con día lograba consumirla un poco más. Algo dentro de ella le decía que el no contarlo hacia que todo el tiempo estuviera presente en su mente y que, al decírselo a alguien, liberaría ese sentimiento de aprensión en su pecho.
Su corazón se aceleró con temor. Su mente fue bombardeada con imágenes grotescas, con el aroma de su piel y el dolor de su toque. Fue un evento traumático que no se sentía capaz de superar algún día y eso, es a lo que más temía. Quería dejar de vivir con miedo de que ese demonio llegara algún día y volviera a tomarla por la fuerza. Quería confiar en que Gabriel no se lo permitiría, pero una barrera se alzaba, bloqueando su mente. Era el miedo, que la mantenía paralizada haciéndola imaginar mil y un escenarios de futuros y terribles encuentros.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, escapándose con prisa.
—No puedo olvidarlo —soltó con voz apenas audible, olvidando la presencia de Giselle.
Su acompañante era ajena a la revoltura de pensamientos en la cabeza de Elizabeth, pero aun sin saberlo, quiso recordarle algo importante y que estaba segura, la chica había olvidado por completo.
—Eres mas fuerte que esto. —La frase cargada de seguridad quedó flotando en el silencio de la habitación, llamando la atención de Elizabeth, que se giró para verla, aun con los ojos cristalizados— Sé que puedes llegar a pensar que tus problemas no tienen solución, pero solo debes enfocarte en esas pequeñas cosas buenas y antes de que te des cuenta, éstas se multiplicaran —le regaló una sonrisa con la intención de hacerla creer de nuevo en ella misma.
La chica parpadeó incrédula. Eso era justo lo que necesitaba. Una pizca de fe. Pasó tiempo desde la ultima vez que creyó que las cosas mejorarían y se concentró tanto en los males, que olvido por completo las cosas buenas que le quedaba. Muy lejos de allí, sabía que su familia estaba bien, ajena a todos sus pesares y a pesar de todo, Anael seguía con vida y mientras así fuera, seguía teniendo una oportunidad. Por otro lado, también tenía sus cartas con su ángel, que la impulsaban a seguir.
—Gracias. Necesitaba escucharlo —su tono fue agradecido, al limpiar con el dorso de su mano esas lagrimas delatoras de su debilidad.
“No más” —pensó.
Anael y ella serian libres algún día. No sabía cómo, pero debía estar segura de ello. Creerlo hacia que fuera posible. Con las esperanzas renovadas miró la hoja en blanco.
Por un momento pensó en su hermana. Estuvo segura de que se si la hubiera visto, habría estado decepcionada de ella. Jess fue siempre la que la animó en tiempos oscuros. Todo lo que le sucedió fue terrible, pero no podía quedarse llorando en un rincón hasta quedar seca. Ella nunca fue así. Necesitaba sacarlo, contarlo a Anael, aceptarlo y superarlo. Ese maldito no merecía sus lagrimas y su sufrimiento.
“Se fuerte. Sé valiente” repitió su mantra en la mente.
Respiró profundo y cerró los ojos, practicando la respiración profunda. Una vez que se calmó, su manó buscó el papel y comenzó a soltar su pesada carga.
“Un demonio me hizo un terrible daño hace semanas. Me obligó a callarme con amenazas y no fui capaz de contárselo a nadie por miedo. Te pido que no le cuentes nada a Gabriel. Si él lo sabe me ira mucho peor a mí. Discúlpame por obligarte a callar y hacer que cargues esto conmigo, pero ya no aguantaba más. Pensé que podría guardarlo, ponerles llave a los recuerdos y ocultarlos en lo más profundo de mi mente, pero no pude. Debía sacarlo de mí y estoy segura de que contártelo me ayudara a superarlo más rápido. Necesitaba dejarlo ir. Pensé que ocultarlo y aparentar que no ocurrió, me ayudarían, pero no. El sentimiento sigue intacto y en mi memoria todo se siente tan claro como si no hubiera pasado ni un día.
Hoy entendí que no debo perder la fe, que debo enfocarme en las cosas buena de mi vida y es lo que pienso hacer de ahora en adelante.
Sé que saldremos de aquí algún día, que todo mejorara y seremos felices.
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Editado: 19.04.2022