«Las direcciones que nos proporcionaste eran verdaderas» dijo la fiscal Griselda Leguizamón a una joven que no podía disimular la sonrisa de oreja a oreja que se dibujaba en su rostro.
Ella parecía tener todo bajo control. Iba desparramando las piezas conforme a un plan desarrollado, ideado o planeado hace mucho tiempo. Nada se movía en el tablero sin que ella, directa o indirectamente, lo provocara. Estaba conforme; más que conforme estaba contenta por ver, al fin, a una de las personas que más odiaba sobre la faz de la tierra sufrir y retorcerse de la rabia sin comprender de dónde provenían los golpes que estaban generando que el imperio, que tantos años le había llevado forjar y fortalecer, se tambaleara desde sus cimientos.
Sin embargo, pese a la felicidad que la invadía, era consciente de que todavía quedaba mucho por hacer; más prostíbulos que revelar; mas complicidades que delatar, y más, mucho más, sufrimiento que infligir en la escala piramidal del crimen organizado. Solo se estaba calentando. Le gustaba imaginar a aquellos hombres y mujeres intocables, impolutos, inaccesibles, inalcanzables; revolcarse en el pánico emergente que cabalgaba sobre los nuevos vientos que comenzaban a imponerse en toda la Nación. Ellos, tantas veces orgullosos, ufanándose de sentarse en el trono oscuro de la invisibilidad absoluta; ahora serían testigos privilegiados de las desgracias que invadirían a sus colegas; y protagonistas estelares de su propia avaricia alcanzándolos y destruyéndolos sin miramientos ni estupor.
No podía dejar de pensar en el sacrificio que había hecho; las noches sin dormir, las lunas sin soñar; la vida sin disfrutar; los placeres ausentes. No se arrepentía. Los primeros frutos de su venganza cobrando vida y atacando a sus enemigos, eran el aliciente necesario para continuar; ya que no se trataba de una revancha contra aquellos que habían arruinado su vida; no era una acción impulsiva presa de las pasiones y emociones momentáneas; era más bien un contraataque, una venganza premeditada y ejecutada no para saciar su cólera o su ira; sino, para definitivamente, hacer justicia.
―Estamos en un buen momento y debemos aprovecharlo. Los medios, la opinión pública están de nuestro lado. Si tiene más información que proporcionarme señorita Samara le recomiendo que lo haga ahora― expresó la fiscal, ansiosa por continuar avanzando contra la peor escoria del país.
―Por ahora no tengo más nada que ofrecerle, pero créame que cuando lo tenga se lo haré saber; no pierda la calma. Recién estamos comenzando.
―¿Estamos? ¿Quiénes estamos?― preguntó frunciendo el ceño.
―Le prometí a Sasha Garín en bandeja y eso estoy haciendo ―dijo arreglándose el pelo, mirándose en un espejo de pie.
―Ni siquiera me dijo su apellido ―dijo la mujer de pelo anaranjado, jugando nerviosa con su sortija de casada
―Ese fue el trato desde el inicio ―dijo volviendo su mirada hacia la fiscal―. Yo le entrego a esa bazofia y a cambio no hay apellidos, huellas, ni nada ―sonrió
―Lo sé. Continuamos declarando que es una fuente anónima la que nos provee la información ―dijo con la mirada hacia abajo―. Todavía no puedo creer la suerte que tuvimos con el sorteo de la causa. El juez Castelli es el único que no está viciado ni le debe favores a nadie; imagino es por su corta edad y el poco tiempo que lleva en el cargo ―dijo y se echó a reír resignada.
―La suerte no tuvo nada que ver ―dijo Samara transformando la cara de la fiscal; sus ojos parecían nueces queriendo salir de su prisión―. No podíamos arriesgarnos a que esta causa tan importante cayerara en otro juez que no fuera Castelli ―dijo yendo hacia la ventana para ver el granizo golpear despavorido contra el suelo.
―No entiendo. El sorteo de las causas hoy en día es electrónico y según entiendo el sistema es casi imposible de manipular
―Todo sistema se puede manipular; el truco es hacer trampa sin que nadie cuestione los resultados finales. Castelli era una posibilidad entre doce; pero una posibilidad al fin. Una pena para los criminales y sus socios en la justicia que las computadoras hayan elegido al único magistrado que no controlan ―dijo y ahora ambas echaban a reír. Después de todo, a veces, y sobre todo en casos tan difíciles como éste, tanto Samara como la cuarentona fiscal, eran partidarias de la vieja y nunca inagotable frase "el fin justifica los medios" y vaya si lo hacía.
A casi 800 kilómetros de la sacudida Misiones, en la vieja y querida provincia de la bota, Santa Fe, se llevaba a cabo una histórica y urgente reunión del círculo negro. La crém della creém del crimen organizado se juntaba para discutir los acontecimientos recientes y para delinear los pasos a seguir de allí en adelante. Sin embargo, no era nada fácil tomar partido en ese momento. Nunca antes habían estado contra las cuerdas y de pronto, debían decidir, de buenas a primeras, si cerraban filas para defender y proteger al miembro más antiguo de la organización o bien, lo dejaban librado a su suerte.
Miles de veces se ha oído hablar de la legendaria lealtad que existe entre los ladrones. Es falsa. Todo rasgo de camaradería se esfuma cuando la parte putrefacta comienza a contaminar todo el engranaje. Todos sentían respeto, estima e incluso, en algunos casos, un sincero sentimiento por Sasha Garín; pero a la hora del entierro; sus amigos, algunos amigos, solo estaban dispuestos a acompañarlo hasta la puerta del cementerio.
Editado: 28.07.2018