III
La princesa suspiró, llevaba encerrada en la habitación de la torre dos días, pero aún, ningún príncipe azul había ido a rescatarla, empezaba a pensar, que aquella idea había sido estúpida y que tarde o temprano moriría allí sola de inanición.
Fátima, lentamente, abrió los ojos, aturdida miró a su alrededor, se encontraba en un habitación pequeña, tenía las manos atadas alrededor de un poste de madera situado en el centro de la estancia de forma circular. No sabía que estaba pasando, lo último que recordaba era estar en su casa almorzando, luego todo a su alrededor se había vuelto borroso. Forcejeó para librarse de sus ataduras, mientras más se resistía más fuerte se clavaba la cuerda de forma punzante en sus muñecas.
Examinó la sala con más detenimiento, era cálida; el techo no era plano, sino que se alzaba hacía arriba en forma cónica, era de madera, igual que el suelo en el que estaba sentada, no había ningún mueble, las paredes que la rodeaban eran de un tono amarillento y tenía abultamientos causados por la humedad, no había ventanas por las que entrara luz alguna, en cambió una chimenea ardía plácidamente y su albor bañaba toda la estancia. Justo enfrente de ella se situaba la puerta, cerrada y también de madera.
La puerta se abrió de golpe sobresaltando a Fátima y dos figuras entraron en la habitación. La silueta más alta y esbelta era la de una mujer, llevaba una capa negra y larga con capucha, la cual colocada sobre su cabeza ocultaba su rostro de forma siniestra, la muchacha se fijó entonces en su pobre vestido de color verde kaki, que se asemejaba a la vestimenta de las mujeres vikingas.
La otra figura, encorvada y con chepa era la de un hombre anciano y escuálido. Su pelo canoso pegado a la frente por el sudor, el extraño tic que tenía en el ojo izquierdo y sus dientes desordenados y amarillentos, le atribuían un aspecto verdaderamente repugnante.
La mujer de la capa negra se quitó la capucha, para mostrar un rostro realmente bello. La señora, no tendría más de cuarenta años; su pelo de un tono muy oscuro era liso y lo llevaba bastante largo y recogido en una gorda trenza, sus ojos también eran muy negros, tanto que Fátima, no lograba diferenciaba la pupila del iris.
─ Hola Fátima─ la mujer le dedicó entonces una tierna sonrisa. – Mi nombre es Valtisca de Dratisnova y soy la líder de este lugar, lo llamamos el Limbo y aquí solo habitan mujeres como tú y como yo.
Fátima miró entonces al hombre anciano, que se había quedado en un segundo plano.
Con excepción de Lester – señaló al hombre.
Tras su presentación, Lester se inclinó hacia Fátima para dedicarle una reverencia de forma galante.
─ ¿Dónde estoy? – Inquirió Fátima ─ ¿por qué me habéis secuestrado?
La muchacha, cada vez más nerviosa, no creía a aquellos psicópatas, quienes la habían raptado y que parecían pertenecientes a una secta.
─ Ya te lo he dicho, en el Limbo, no te hemos secuestrado, te puedes ir cuando quieras ─ afirmó Valtisca.
─ ¿Por qué estoy atada entonces? ─ preguntó exasperada.
─ No lo estás – le reveló enigmática aquella mujer de lóbregos ojos.
“Decidido, aquella señora está loca”, pensó para sí Fátima. Tenía las manos atadas alrededor del póster, hacía tan solo cinco minutos, había intentado librarse de sus ataduras, pero lo único que había conseguido fue hacerse aun más daño con la cuerda que la esposaba, sin embargo, volvió a intentar librarse de sus ligaduras, para su sorpresa ya no estaban, se miró las manos, tampoco estaban las marcas que deberían haber enrojecido su piel bajo la opresión de la cuerda.
─ ¿Como narices?, ¡estaba atada! ─ dijo más sorprendida que asustada.
Entonces en su cabeza, todo encajó de repente como encajan las piezas de un puzle, esa mujer había dicho que era como ella, seguro que se refería, a que tenía poderes mágicos, aquel asunto empezaba a intrigarla.
─ ¿Qué eres? – indagó la muchacha ya sin estar asustada.
─ Querrás decir que somos ─ Valtisca confirmó sus sospechas. ─ Acompáñame ─ añadió con una media sonrisa.
Fátima asintió y acompañó a la mujer fuera de la cabaña intrigada. Una vez en el exterior, contempló una explanada sin fin, de verde césped, repleto de cabañas semejantes de la que ella misma había salido segundos antes, además de la explanada y las casas, una niebla amarillenta condesaba el entorno en el que se encontraban, impidiendo que divisara el horizonte; el cielo, se presentaba ante ellos como un agujero negro en el no aparecía astro alguno. Con todo, lo más sorprendente era, la cantidad de mujeres que habitaban en aquel lugar, la multitud al instante, pararon de hacer sus tareas en cuanto ambas salieron de la cabaña.