Cazadores de Demonios

CAPÍTULO 24

JENNA

 

Mi corazón latía tan deprisa, que estaba segura de que en cualquier momento se me saldría por la boca y lo vería brincar por la acera, alejándose de mí. Marqué, con manos temblorosas, el número de Kyle, pero ni siquiera después de todos los tonos respondió. Hice lo mismo con Mara, comenzando a caminar con prisas hasta la parada del bus, pero recibí el mismo resultado; saltó el buzón de voz.

 

Me obligué a evitar pensamientos pesimistas y comenzar a tener paranoias con que algo malo había ocurrido. Probablemente, simplemente habían apagado el teléfono porque estaban en clase. Nada más que eso.

 

Monté en el siguiente bus que pasó, y puse rumbo hacia el instituto Greenwoods.

 

***

 

 

LYDIA

 

Lydia acababa de salir del baño de las chicas; el sabor a aquella pastilla amarga aún le duraba en la lengua. Hacía mucho tiempo que no había necesitado tomar tranquilizantes; la última vez había sido hacía años, cuando sus padres se divorciaron, y ella aún era una niña. Sin embargo, lo que pasó en aquel momento no tenía ni comparación con lo que estaba sintiendo en aquel momento.

 

Las noches se habían convertido en un tormento desde la tarde del partido, aquella en la que decidió seguir a Jenna y Kyle después de que ellos le dijesen que esperarían a la tía del chico para recibir las llaves de casa (algo que le había sonado a completa excusa barata). Hacía días que sentía que ellos le ocultaban cosas, pero aquella ocasión había sido demasiado exagerado como para dejarlo pasar. Desde entonces, no había noche que no despertase empapada de sudor y asustada, sintiendo que alguien más se encontraba en su habitación, observándola con aquel rostro pálido y frío. Veía el cuerpo de Jenna, aplastado contra las taquillas, sacudiendo las piernas en el aire mientras una mano le robaba el aire, apretándole la garganta, y la aterradora y fría voz de Kyle resonaba en sus oídos como nunca la había escuchado.

 

Sabía que algo malo estaba pasando. Algo realmente oscuro, tan turbio y peligroso que implicaba hombres que atacaban adolescentes, o jóvenes que saltaban de tejados. Sin embargo, todo lo que había obtenido como explicación eran delirios (o, peor aún, burlas) por parte de la muchacha.

 

No esperaba ver a Jenna en el instituto ese día. Mientras se guardaba el bote de pastillas en la mochila, pensó que lo mejor era pasar de ella, tomar otro pasillo, aunque el camino hasta el aula fuese más largo. Sabía que era una actitud infantil, pero no le apetecía volver a hablar con ella, y menos después de cómo había ido la última conversación en su casa, el día anterior. Entendía que ella estuviese dolida, y triste, por lo ocurrido con su hermano. La había visto en el cementerio, destrozada, de rodillas frente a la tumba de su hermano. Lydia no podía ni imaginar lo que debía estar sintiendo en ese momento, pero, aún así, no podía evitar ese resentimiento hacia ella. Ella no tenía la culpa, y no sentía que mereciese aquel trato.

 

Lydia se colgó la mochila al hombro, dispuesta a alejarse por otro pasillo, cuando se percató de que Jenna no estaba sola, si no que hablaba con alguien. Hablaba con Gabriel Sharman.

 

Con riesgo de llegar tarde a la siguiente clase, se paró contra la pared, oculta detrás de la fila de taquillas, y agudizó el oído.

 

***

 

 

JENNA

 

Llegué al instituto corriendo, jadeante por el esfuerzo, pero los pasillos estaban prácticamente vacíos. Había escuchado el timbre de clase desde fuera, lo que significaba que sólo los muy rezagados seguían por los pasillos, y ese, desde luego, no era el caso de Kyle y Mara.

 

Me dirigí hacia el aula de matemáticas, con la esperanza de que el profesor aún no hubiese llegado y tuviese unos minutos para contarles mi descubrimiento. Pero mientras pasaba frente a los taquilleros, alguien me encontró antes a mí.

 

- ¡Jenna! Me alegra ver que te has recuperado ya.

 

Mi cuerpo se había quedado petrificado ante la pronunciación de mi nombre. Me volteé lentamente, sintiendo la boca seca, cuando me topé de frente con Gabriel Sharman.

 

- Tú...

 

-Siento… tanto, lo de tu hermano- palabras bonitas, adecuadas para la situación, pero, cuando las dijo, una sonrisa malévola adornaba sus labios gruesos.

 

- Siento lo de tus Shinigami- le respondí, con el mismo tono frívolo, tratando de no amedrentarme. - Una lástima que no puedan seguir alimentándote de poder.

 

La carcajada del hombre me puso la piel de gallina e, inevitablemente, di un paso hacia atrás.

 

- La muerte de tu hermanito fue más que suficiente, Jenna. Me siento… lleno de energía- sonrió, y sus ojos brillaron con maldad.- Ya sólo nos queda esperar a que llegue el día, ¿verdad? No dejo de contar los minutos impacientemente.

 

- No pienso dejar que le pongas un dedo encima, ¿me oyes?- sentí la rabia hirviendo, y ni siquiera la transformación de sus iris en manchas negras aplacó mi rabia.- Puede que te hayas llevado a mi hermano, pero si crees que voy a permitir que me quites a mi amigo, estás muy equivocado…

 

Había sacado la daga de plata de mi bolsillo, aunque sabía que no iba a poder usarla. Ni siquiera mis dos hermanos juntos habían conseguido detener a Kahla, así que mis posibilidades eran nulas. Sin embargo, ganas de clavársela en el pecho, no me faltaban.

 

- Jenna, ¿voy a tener que recordarte que las armas están absolutamente prohibidas en el instituto?- me miró como un adulto mira a un niño pequeño que ha hecho algo malo, con decepción, y todo mi cuerpo vibró por la impotencia de no poder hacer nada.




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