La Luz de Ceniza despertaba lentamente, sus lámparas fosforescentes aumentando su resplandor verde azulado para marcar el inicio de un nuevo ciclo en la mina. La noche había sido un respiro breve para Nara, Cale, Veyra, Milo, Kess, Kael y Taran, tras un día de tensiones marcadas por el drama de Lir, las mentiras de Taran a Kael y el momento de risas entre Cale y Nara, observado en secreto por Taran. La evaluación de la junta, que decidiría si los forasteros podían acceder a la esfera capaz de destruir a los Umbríos, estaba a pocas horas, y la caverna vibraba con una mezcla de esperanza y nerviosismo. Mientras los niños del prado —Liva, Tor y Seli— seguían avanzando con miedo hacia la mina, dentro de sus muros, Cale buscaba a Nara, impulsado por la conexión que habían fortalecido, aunque el peso de la misión y los celos seguía presente.
Cale fue el primero en levantarse, el cansancio del viaje incapaz de competir con la inquietud que lo recorría. La celda de descanso, con su litera dura y manta áspera, no había ofrecido mucho consuelo, pero las risas compartidas con Nara en el pasillo la noche anterior lo habían llenado de una energía nueva. Se puso las botas, ajustó su cuchillo de pesca en la cintura y colgó el rifle fosforescente al hombro, su mente fija en encontrar a Nara antes de que la junta los convocara. El pasillo estaba silencioso, las celdas de Veyra, Milo y Kess aún cerradas, y la de Taran, al fondo, sin signos de movimiento. Cale, aliviado de no cruzarse con él, avanzó hacia la zona donde Nara y Kael dormían, un área reservada para los ocultos de rango, cerca de la cámara central.
El pasillo se abría a una pequeña caverna con varias celdas familiares, marcadas con runas de ceniza en las puertas. Cale reconoció la celda de Nara por el arpón pequeño apoyado contra la entrada, su mango desgastado visible bajo la luz fosforescente. Se acercó, dudando un momento, pero antes de que pudiera llamar, la cortina de tela que cubría la entrada se movió, y Nara salió, ya vestida con su atuendo de oculta —pantalones reforzados, una chaqueta de cuero y el tatuaje de cenizas brillando en su antebrazo. Su cabello oscuro estaba suelto, y sus ojos castaños, aunque cansados, se iluminaron al verlo.
—Cale —dijo, una sonrisa pequeña curvando sus labios—. Eres madrugador. Pensé que los pescadores dormían hasta que el océano los despertaba.
Cale rió, el sonido aliviando la tensión en su pecho. —En la Aurora, sí —respondió, apoyándose contra la pared—. Pero aquí, con la junta y todo… no pude quedarme quieto. ¿Y tú? ¿No deberías estar descansando, oculta?
Nara se encogió de hombros, ajustando el arpón en su cinturón. —Quise repasar lo que diremos a la junta —admitió, su tono ligero pero con un trasfondo serio—. Kael siempre dice que pienso demasiado, pero no quiero dejar nada al azar.
Cale notó la ausencia de Kael, la celda detrás de Nara vacía salvo por una litera deshecha. —¿Dónde está tu hermano? —preguntó, mirando hacia el pasillo—. Pensé que estaría aquí, planeando cómo intimidar a la junta.
Nara rió, el sonido suave resonando en la caverna. —Se levantó antes que yo —dijo, sacudiendo la cabeza—. Dijo algo sobre conseguir comida antes de la asamblea. Probablemente está saqueando el comedor, buscando pan de raíces extra. Es un glotón cuando está nervioso.
Cale sonrió, imaginando a Kael negociando con los cocineros de la mina. —Suena como alguien que sabe lo que quiere —dijo, luego, bajando la voz, añadió—: ¿Estás nerviosa por hoy? La junta no parece de las que se convencen fácil.
Nara suspiró, apoyándose contra la pared junto a él, sus hombros casi tocándose. —Lo estoy —admitió, su voz más vulnerable de lo usual—. Vren, la líder, es como una roca. No confía en forasteros, y después de los renegados que atacaron la mina hace un ciclo, tiene razones. Pero creo en esto, Cale. La esfera puede cambiarlo todo. Solo necesitamos que nos den una oportunidad.
Cale asintió, su mirada fija en ella, admirando la fuerza que siempre lo había atraído. —La tendrán —dijo, su tono firme—. No cruzamos el océano para rendirnos. Y tú… tú haces que valga la pena, Nara.
Ella lo miró, sus ojos castaños suavizándose, y por un momento, el peso de la misión pareció desvanecerse. —Gracias, Cale —dijo, su voz baja—. Por seguirme, por estar aquí. No lo digo suficiente, pero… significa mucho.
El silencio que siguió fue cálido, no incómodo, un eco de las risas que habían compartido la noche anterior. Cale quiso decir más, pero la evaluación, los Umbríos y la sombra de Taran lo mantuvieron en temas seguros. —Oye, hablando de cosas triviales —dijo, sonriendo—, ¿Kael sigue siendo tan malo cocinando como dijiste anoche?
Nara rió, cubriéndose la boca. —Peor —respondió, sus ojos brillando con diversión—. Una vez intentó hacer sopa de algas y la mina entera tuvo que evacuar el comedor. Creo que por eso lo quieren más con un arpón que con una olla.
Cale rió, el sonido relajándolo, y por unos minutos, siguieron hablando, compartiendo historias pequeñas que aligeraban el peso del día por venir. No hablaron de Taran, ni de Lir, ni de los celos que habían marcado la comida. Era solo ellos, encontrando fuerza en la compañía del otro, preparándose para la batalla verbal que los esperaba.
Mientras tanto, en el valle de cenizas, Liva, Tor y Seli seguían avanzando, sus manos entrelazadas, sus corazones acelerados por el miedo. El sendero rocoso los había llevado más cerca de la mina, el brillo tenue de la entrada ahora más claro, a menos de un kilómetro. Pero cada crujido, cada sombra en la Gran Oscuridad, los hacía brincar, sus pequeños cuerpos temblando. Seli, liderando, susurraba palabras de aliento, aunque su voz temblaba.
—Solo un poco más —dijo, apretando la mano de Tor—. El brillo está ahí, lo veo. La mina nos salvará.
Tor, con lágrimas secas en las mejillas, asintió, sosteniendo a Liva, que apenas podía caminar. —No sueltes mi mano, Liva —murmuró, su voz quebrada—. Estamos cerca.
Un siseo lejano los congeló, sus ojos abiertos de terror, pero no había ojos ardientes en la oscuridad, solo el viento. Seli respiró hondo, tirando de ellos. —No paréis —susurró—. No paréis.
La mina estaba cerca, pero aún no habían llegado, y la Gran Oscuridad seguía acechando, su amenaza constante.
En la caverna, Cale y Nara continuaron hablando, ajenos a los niños que luchaban por alcanzarlos. Kael, en el comedor, negociaba con un cocinero por una ración extra de pan, su risa resonando, mientras Veyra, Milo y Kess comenzaban a despertarse, preparándose para la evaluación. Taran, en su celda, permanecía despierto, el dolor de ver a Nara con Cale la noche anterior aún fresco, pero su silencio lo mantenía oculto. La Luz de Ceniza se alistaba para un día decisivo, mientras fuera, la esperanza de tres niños colgaba de un hilo, su destino entrelazado con el grupo y la esfera que podía salvarlos a todos.
La hora de la reunión llegó con el sonido de un gong grave, su eco resonando por la caverna principal. Los ocultos se movían con propósito, algunos dirigiéndose a sus tareas, otros susurrando sobre los forasteros que enfrentarían a la junta. Cale, Nara, Kael, Veyra, Milo y Kess se reunieron en el pasillo cerca de las celdas, sus rostros marcados por el cansancio pero endurecidos por la determinación. Taran apareció en la entrada del pasillo, su tatuaje de cenizas visible bajo la luz fosforescente, su expresión tensa pero controlada. No miró directamente a Cale, pero su postura rígida traicionaba el peso de sus sentimientos no expresados.
—La junta está lista —dijo Taran, su voz cortante, dirigiéndose al grupo pero evitando los ojos de Nara—. Seguidme. La cámara está en el centro de la mina. No habléis a menos que os lo pidan, y mantened las armas visibles pero bajas. Vren no tolera provocaciones.
Nara, ajustando su arpón pequeño, asintió, su mirada firme. —Entendido, Taran. Vamos, todos. —Miró a Cale, una chispa de confianza en sus ojos castaños, y él le devolvió un asentimiento, su rifle fosforescente al hombro, su cuchillo de pesca en la cintura.
Kael, mordiendo un trozo de pan de raíces, dio una palmada en el hombro de Taran, intentando aligerar la tensión. —Guíanos, amigo —dijo, su tono ligero pero con un trasfondo de advertencia—. Y mantén la cabeza fría, ¿sí?
Taran forzó una sonrisa tensa, ignorando la indirecta, y comenzó a caminar, liderando al grupo por un túnel amplio flanqueado por runas de ceniza talladas en la roca. La luz fosforescente proyectaba sombras danzantes, y el aire olía a tierra y metal, un recordatorio de la fortaleza de la mina. Veyra, con su rifle listo, observaba cada detalle, impresionada por la organización de los ocultos. Milo, ajustando su arpón, murmuró a Kess:
—Esto es más serio que una inspección en la Aurora. Espero que no nos pidan hacer malabares con los rifles.
Kess, con el brazo vendado pero funcional, gruñó. —Solo mantén la boca cerrada, Milo. No queremos que la junta piense que somos idiotas.
Cale, caminando cerca de Nara, mantuvo el silencio, su mente dividida entre la evaluación y la presencia de Taran. Las mentiras de Taran a Kael, su reacción al verlos reír juntos, seguían pesando, pero la misión era lo primero. Nara, a su lado, parecía imperturbable, su arpón balanceándose con cada paso, su tatuaje de cenizas brillando como un símbolo de su hogar.
El túnel desembocó en la cámara de la junta, una caverna circular con un techo abovedado y lámparas fosforescentes incrustadas en las paredes. En el centro, una plataforma elevada albergaba a los cinco miembros de la junta, sentados en sillas de piedra tallada. Vren, la líder, con su cabello gris trenzado y una cicatriz en la mejilla, dominaba la escena, sus ojos grises evaluando al grupo con frialdad. A su lado estaban Torv, un anciano de manos temblorosas, y tres mujeres de mediana edad —Mira, Sael y Lirna—, todas con tatuajes de cenizas y expresiones severas. Un grupo de guardias ocultos, armados con arpones largos, flanqueaba la plataforma, sus rostros impasibles.
Taran detuvo al grupo a pocos metros de la plataforma, dando un paso atrás para dejar que Nara tomara la iniciativa. —La junta de la Luz de Ceniza —anunció, su voz resonando en la cámara—. Nara, oculta, y sus aliados de las plataformas y las Hijas del Acantilado, aquí para ser evaluados.
Vren se inclinó hacia adelante, su mirada perforando a Nara primero, luego al resto. —Nara, has hablado de la esfera, de su poder para destruir a los Umbríos —dijo, su voz fría pero autoritaria—. Pero traes forasteros a nuestra mina, a nuestro hogar. La Luz de Ceniza ha sobrevivido por su secreto, y tu aventura lo pone en riesgo. Hoy, tú y tus aliados nos convencerán de por qué deberíamos confiar en vosotros, de por qué la esfera debe salir de su sello.
Nara dio un paso adelante, su postura erguida, su voz clara. —Vren, miembros de la junta, no estoy aquí para arriesgar la mina, sino para salvarla —dijo, su tono cargado de convicción—. He visto lo que la esfera puede hacer: un destello, y un Umbrío reducido a nada. Mis aliados —Cale, Veyra, Milo, Kess— cruzaron el océano, enfrentaron a los Umbríos, perdieron compañeros. No son ocultos, pero creen en nuestra lucha. Dejadnos demostrarlo.
Torv, el anciano, frunció el ceño, su voz temblorosa. —¿Demostrarlo? —preguntó—. La esfera está sellada por una razón. Sacarla atraerá a los Umbríos. ¿Qué garantía tenemos de que no nos condenaréis?
Veyra, incapaz de quedarse callada, dio un paso adelante, su rifle bajo pero visible. —Con respeto —dijo, su voz firme—, los Umbríos ya están ganando. Las Hijas del Acantilado han perdido hermanas, las plataformas caen. Si no actuamos, no habrá mina que proteger. Estamos aquí para luchar, no para saquear.
Milo, siguiendo el impulso, añadió: —En la Aurora, sobrevivimos con redes y arpones. No somos eruditos, pero sabemos disparar. Dadnos una oportunidad, y veréis lo que podemos hacer.
Kess, más reservada, asintió. —Hemos visto lo que los Umbríos hacen —dijo, tocando su brazo vendado—. No cruzamos el océano para fallar.
Cale, sintiendo todas las miradas, habló último, su voz tranquila pero cargada de certeza. —No soy un oculto, ni un guerrero como Veyra —dijo, mirando a Vren—. Soy un pescador. Pero vi a Nara enfrentarse al océano, a los Umbríos, y creí en ella. La esfera es nuestra única esperanza. Dejadme demostrar que no estoy aquí solo por palabras.
Vren evaluó sus palabras, su expresión imperturbable. Mira, una de las mujeres, habló, su tono menos hostil. —Hablas con pasión, Nara, y tus aliados parecen decididos. Pero la confianza se gana con hechos. Os pondremos a prueba: un ejercicio en los túneles, para ver vuestras habilidades y vuestra lealtad. Si falláis, la esfera permanece sellada.
Nara asintió, su determinación intacta. —Aceptamos la prueba —dijo, mirando a su grupo—. Estamos listos.
Taran, de pie al fondo, observó la escena, su rostro una máscara de neutralidad, aunque el dolor de ver a Nara y Cale juntos seguía latiendo. Kael, a su lado, le dio un codazo, susurrando: —Buen trabajo guiándolos. Ahora, mantén la calma, ¿sí? —Taran asintió, pero su mente estaba en otra parte, atrapada entre la misión y sus sentimientos.
Vren se puso de pie, señalando el fin de la reunión. —Preparaos —dijo—. Taran os llevará a los túneles en una hora. No nos decepcionéis.
El grupo salió de la cámara, siguiendo a Taran de vuelta al pasillo principal. Nara caminó junto a Cale, susurrándole: —Lo hiciste bien ahí. Ahora, a demostrarles de qué estamos hechos.
Cale sonrió, su confianza renovada por su presencia. —Juntos, oculta —dijo, ignorando la mirada de Taran.
Fuera, Liva, Tor y Seli estaban más cerca de la mina, el brillo de la entrada ahora visible a unos quinientos metros. Sus manos seguían entrelazadas, sus cuerpos temblando ante cada sonido, pero la esperanza los impulsaba. Un crujido cercano los hizo detenerse, Seli conteniendo un grito, pero no había Umbríos, solo una roca suelta. —Sigan —susurró, tirando de ellos—. Estamos casi ahí.
La Luz de Ceniza aguardaba, pero la prueba en los túneles y la llegada de los niños prometían complicar la lucha por la esfera, mientras la Gran Oscuridad seguía cerrándose a su alrededor.