El cementerio estaba en las afueras de la ciudad, donde los edificios de apartamentos daban paso a hileras de homogéneas casas victorianas pintadas con los colores de las galletas de jengibre: rosa, blanco y azul. Las calles eran amplias y desiertas en su mayor parte, la avenida que conducía al cementerio si más alumbrado que una solitaria farola. Les llevó un cierto tiempo conseguir abrirse paso con sus estelas a través de las verjas cerradas, y otro poco localizar un lugar lo bastante oculto para que Yongsun empezara a cavar. Estaba en lo alto de una pequeña colina, resguardado de la carretera por una espesa hilera de árboles. A Beomgyu, Yeonjun y Niki les protegía un glamour, pero no había modo de ocultar a Yongsun, ni de ocultar el cuerpo de Jake, así que los árboles proporcionaban una bienvenida protección.
Las laderas de la colina que no daban a la carretera estaban densamente cubiertas de lápidas, muchas de ellas con una Estrella de David en lo alto. Relucían blancas y lisas al igual que la leche a la luz de la luna. A lo lejos había un lago, la superficie plisada por centelleantes ondulaciones. Un lugar bonito, pensó Beomgyu. Un lugar bonito al que acudir y depositar flores sobre la tumba de alguien, en el que sentarse un rato y pensar en la vida de aquellas personas, en lo que significaban para uno. No un buen lugar al que acudir de noche, al amparo de la oscuridad, para enterrar a tu amigo en una tumba poco profunda sin un ataúd ni oficio religioso.
- ¿Sufrió? - Preguntó a Yongsun.
Esta alzó los ojos de la tierra que cavaba, y se apoyó en el mango de la pala, como el enterrador de Hamlet.
- ¿Qué?
- Jake. ¿Sufrió? ¿Le hicieron daño los vampiros?
- No. Morir desangrado no es un mal modo de morir. - Contestó Yongsun, con su rítmica voz pausada. - El mordisco te droga. Es agradable, como dormirse.
Una sensación de mareo embargó a Beomgyu, y por un momento creyó que iba a desmayarse.
- Beomgyu. - La voz de Yeonjun lo sacó violentamente de su ensoñación. - Vamos. No tienes que presenciar esto.
Le tendió la mano. Al mirar detrás de él, Beomgyu pudo ver a Niki de pie con el látigo en la mano. Habían envuelto a Jake en una manta y yacía sobre el suelo a sus pies, como un bulto que él custodiaba. No era un bulto, se recordó Beomgyu con ferocidad. Era él. Era Jake.
- Quiero estar aquí cuando despierte.
- Lo sé. Regresaremos en seguida.
Cuando él no se movió, Yeonjun lo cogió del brazo, que no opuso la menor resistencia, y se lo llevó fuera del claro, ladera abajo. Allí había rocas, justo por la primera hilera de sepulturas; Yeonjun se sentó en una y se subió la cremallera de la cazadora. Hacía un frío sorprendente. Por primera vez en aquella estación del año, Beomgyu pudo ver su propio aliento al espirar.
Se sentó en la roca junto a Yeonjun y clavó la mirada en el lago. Oía el rítmico golpeteo de la pala de Yongsun chocando contra la tierra y las paletadas de tierra cayendo al suelo. Yongsun no era humana; trabajaba de prisa. No le llevaría mucho rato cavar una tumba. Y Jake tampoco era una persona muy grande; la tumba no tendría que ser muy profunda.
Una punzada de dolor le retorció el abdomen. Se inclinó hacia adelante, con las manos abiertas sobre el estómago.
- Tengo náuseas.
- Lo sé. Es por eso que te he traído aquí. Parecía como si estuvieses a punto de vomitar sobre los pies de Yongsun.
Beomgyu emitió un gemido quedo.
- Quizá se le hubiese borrado la sonrisita de la cara. - Comentó Yeonjun, pensativamente. - Es una posibilidad.
- Cállate.
El dolor se había mitigado. Beomgyu echó la cabeza hacia atrás, alzando la mirada hacia la luna, un círculo de desportillado brillo plateado flotando en un mar de estrellas.
- Todo es culpa mía.
- No es culpa tuya.
- Tienes razón. Es culpa nuestra.
Yeonjun volvió la cabeza hacia él, con la exasperación claramente visible en las líneas de los hombros.
- ¿De dónde sacas eso?
Él le miró en silencio durante un momento. Yeonjun necesitaba un corte de pelo. Las cicatrices del rostro y la garganta daban la impresión de haber sido dibujadas con tinta metálica. Era hermoso, se dijo con abatimiento, hermoso, y no había nada allí en él, ni una expresión, ni una inclinación del pómulo, ni la forma de la mandíbula, ni la curva de los labios que denotara en absoluto cualquier parecido de familia con él o con su madre. Él ni siquiera se parecía a Jinki.
- ¿Qué? - Preguntó el mayor. - ¿Por qué me miras de ese modo?
Quería arrojarse a sus brazos y sollozar al mismo tiempo que deseaba golpearle con los puños.
- De no ser por lo sucedido en la corte de las hadas... - Dijo finalmente. - Jake todavía estaría vivo.
Yeonjun bajó la mano y arrancó violentamente un manojo de hierba, aún con tierra aferrada a las raíces. Lo arrojó a un lado.
- Nos vimos obligados a hacer lo que hicimos. No fue para divertirnos o para herirle. Además... - Añadió, con una sonrisa apenas esbozada. - Eres mi hermano.
- No lo digas de ese modo...
- ¿Qué, "hermano"? - Yeonjun sacudió la cabeza. - Cuando era un niño pequeño comprendí que si dices una palabra una y otra vez lo bastante de prisa pierde todo su significado. Solía permanecer tumbado repitiendo las palabras una y otra vez: "azúcar", "espejo", "susurro", "oscuridad". "Hermano". - Dijo en voz baja. - Eres mi hermano.
- No importa cuántas veces lo digas. Seguirá siendo cierto.
- Tampoco importa lo que no me permites decir, eso seguirá siendo cierto también.
- ¡Yeonjun!
Se oyó otra voz, llamándole por su nombre. Era Kai, un tanto jadeante por haber corrido. Llevaba una bolsa de plástico negro en una mano. Detrás de él marchaba Soobin, muy digno, imposiblemente alto, delgado y con la mirada colérica, vestido con un largo abrigo de cuero que aleteaba al viento como el ala de un murciélago. Kai fue a detenerse frente a Yeonjun y le tendió la bolsa.