En la penumbra, las enormes habitaciones vacías que atravesaron en su camino al tejado parecían tan desiertas como escenarios teatrales; el mobiliario, cubierto con telas blancas, se alzaba bajo la tenue luz como icebergs saliendo de la niebla.
Cuando Yeonjun abrió la puerta del invernadero, el aroma golpeó a Beomgyu con la suavidad del zarpazo enguantado de un gato: el intenso olor oscuro de la tierra y el aroma más potente y jabonoso de las flores que se abren por la noche -la campanilla tropical americana, la reina de la noche, las maravillas- y algunas que no reconoció, como una planta que lucía una flor amarilla en forma de estrella y cuyos pétalos estaban cubiertos de medallones de polen dorado. A través de las paredes de vidrio del recinto pudo ver las luces de la ciudad, brillando como frías joyas.
- ¡Vaya! - Se fue volviendo despacio, absorbiéndolo. - Esto es muy bonito por la noche.
Yeonjun sonrió burlón.
- Y es sólo para nosotros. Kai y Niki odian estar aquí arriba. Sufren alergia.
Beomgyu se estremeció, aunque no tenía nada de frío.
- ¿Qué clase de flores son estas?
Yeonjun se encogió de hombros y se sentó, con cuidado, junto a un lustroso arbusto verde, salpicado todo él de capullos firmemente cerrados.
- Ni idea. ¿Crees que presto atención en la clase de botánica? No voy a ser un archivero. No necesito saber esas cosas.
- ¿Sólo necesitas saber cómo matar?
Él alzó los ojos hacia Beomgyu y sonrió. Parecía un ángel de un cuadro de Rembrandt, excepto por aquella boca perversa.
- Eso es. - De la bolsa, sacó un paquete envuelto en una servilleta y se lo ofreció. - También... - Añadió. - Preparo un sándwich de queso genial. Prueba uno.
Beomgyu sonrió a regañadientes y se sentó frente a él. El suelo de piedra del invernadero resultaba frío, pero era agradable después de tantos días de calor incesante. De la bolsa de papel, Yeonjun sacó unas manzanas, una tableta de chocolate de fruta y nueces y una botella de agua.
- No es un mal botín. - Bromeó Beomgyu con admiración.
El sándwich de queso estaba caliente y un poco flácido, pero el sabor era excelente. De uno de los innumerables bolsillos del interior de su chaqueta, Yeonjun sacó un cuchillo con mango de hueso, que parecía capaz de destripar a un oso pardo, y se puso a trabajar en las manzanas, cortándolas en meticulosas porciones.
- Bueno, no es un pastel de cumpleaños... - Dijo, pasándole un pedazo. - Pero espero que sea mejor que nada.
- "Nada" era lo que esperaba, así que gracias.
Le dio un mordisco. La manzana sabía a verde y estaba fresca.
- Nadie debería quedarse sin recibir algo el día de su cumpleaños. - Yeonjun estaba mondando la segunda manzana, cuya piel se desprendía en largas tiras curvas. - Los cumpleaños deberían ser especiales. Mi cumpleaños era siempre el día en el que mi padre decía que podía hacer o tener cualquier cosa que quisiera.
- ¿Cualquiera? - Beomgyu lanzó una carcajada. - ¿Y qué pedías?
- Bueno, cuando tenía cinco años, quise tomar un baño de espaguetis.
- Pero no te dejó, ¿verdad?
- No, ese es el quid. Me dejó. Dijo que no era caro, y, ¿por qué no si era lo que yo quería? Hizo que los criados llenaran una bañera de agua hirviendo y pasta, y cuando se enfrió... - Se encogió de hombros. - Me bañé en ella.
"¿Criados?" pensó Beomgyu.
- ¿Qué tal fue? - Dijo en voz alta.
- Resbaladizo.
- Apuesto a que sí.
Intentó imaginarle de niño, riendo tontamente, hundido hasta las orejas en pasta. La imagen no quiso formarse. Sin duda Yeonjun no reía tontamente nunca, ni siquiera a los cinco años.
- ¿Qué otras cosas pediste?
- Armas, principalmente. - Respondió él. - Lo que estoy seguro que no te sorprende. Libros, leía una barbaridad por mi cuenta.
- ¿No fuiste a la escuela?
- No. - Respondió, y ahora hablaba despacio, casi como si se aproximaran a un tema que no quería discutir.
- Pero tus amigos...
- No tenía amigos. - Repuso. - Excepto mi padre. Él era todo lo que necesitaba.
Beomgyu le miró fijamente.
- ¿Ningún amigo?
Yeonjun sostuvo su mirada con firmeza.
- La primera vez que vi a Kai... - Explicó. - Cuando tenía diez años, fue la primera vez que me encontraba con otro niño de mi misma edad. La primera vez que tenía un amigo.
Beomgyu bajó la mirada. Una imagen se formaba en aquel momento, inoportuna, en su cabeza. Pensó en Kai, el modo en que lo había mirado. "Él no diría eso."
- No me tengas lástima. - Siguió Yeonjun, como adivinando sus pensamientos, aunque no había sido por él por quien había sentido lástima. - Él me dio la mejor educación, el mejor adiestramiento. Me llevó con él por todo el mundo. Londres. San Petersburgo. Egipto. Adorábamos viajar. - Sus ojos estaban sombríos. - No he estado en ninguna parte desde que murió. En ningún lugar aparte de Seúl.
- Tienes suerte. - Repuso Beomgyu. - Yo no he salido de esta ciudad en toda mi vida. Mi padre ni siquiera quería dejarme ir a Busán en viajes del colegio. Supongo que ahora sé el motivo. - Añadió pesaroso.
- ¿Tenía miedo de que enloquecieras? ¿De que empezaras a ver demonios por ahí?
Beomgyu mordisqueó un trozo de chocolate.
- ¿Hay demonios en Busán?
- Bromeaba. - Contestó Yeonjun. - Creo. - Se encogió de hombros filosóficamente. - Si los hubiera, seguro que alguien lo habría mencionado.
- Creo... - Insistió Beomgyu. - Que sencillamente no quería que estuviera lejos de él. Mi padre, quiero decir. Después de la muerte de mi papá, cambió una barbaridad.
La voz de Minho resonó en su mente. "Nunca has sido el mismo desde que sucedió, pero Beomgyu no es Yoongi."
Yeonjun lo miró irguiendo una ceja.
- ¿Recuerdas a tu papá?
Él negó con la cabeza.
- No. Murió antes de que yo naciera.
- Tienes suerte. De ese modo no le echas de menos.
Viniendo de cualquier otra persona habría sido una cosa atroz, pero no había amargura en su voz, para variar, únicamente una sensación de soledad por la falta de su propio padre.