El auto se detuvo frente a la casa Allen, la antigua y deprimente casa Allen. Elaine bajó de él, llevaba varios documentos en la mano y esperó unos segundos antes de llamar a la puerta. Un extraño escalofrío le recorría el cuerpo cada vez que llamaba a esa misma residencia, y esta vez no sería la excepción.
Normalmente alguien corría para abrir y saludar, ya fuese con un rostro de alegría o preocupación, pero en esta ocasión, Roxana se paró cerca de la puerta, preguntó de quién se trataba y solo entonces decidió abrirla.
—Hola Roxi —Elaine intentó sonreírle.
—Hola —la muchacha vestía un suéter de rayas grueso, pantalones largos, y las cicatrices en su rostro y cuello las trataba de ocultar con su largo cabello negro. Ya no era Roxana, ya no lo era.
—¿Está Amalia?
—Sí. Bueno, ella se encuentra allá, arriba, ya sabes, en la habitación de Elizabeth.
Collins la dejó atrás y mientras subía los escalones pudo advertir cómo la chica colocaba casi una docena de cerraduras y candados a la puerta. Elaine había leído su expediente, sabía perfectamente lo que Steven y Rubén le hicieron; se enteró de los escarnios, los golpes y las violaciones sexuales que trasgredieron su persona.
—¿Amalia? —Elaine entró a la habitación, y el simple hecho de estar ahí le revolvió el estómago. Por mucho que los días pasaran, que los recuerdos se recubrieran por una aparente capa de olvido, y los culpables fueran cayendo, las cosas jamás volverían a ser iguales. Sara Elizabeth estaba muerta, Erick a pocos días de recibir una sentencia por parte de la corte, y ella… con ganas de regresar en el tiempo y eliminar la presencia de Howard en su vida.
Mientras Elaine avanzó de la puerta al interior del cuarto, las fotografías intactas de la pared le susurraron una cantidad interminable de recuerdos y buenos momentos. En algunos marcos había retratos de ella y Sara juntas, de Iker, de Hardy, de su familia, y en la mayoría como era de esperarse, aparecía Erick en diferentes posturas que externalizaban ternura.
Amalia Allen yacía tendida sobre un sofá. Con una expresión de insumable tristeza miraba la fotografía que sujetaban sus manos. Increíblemente aquel retrato mostraba a un Erick diferente, jovial y muy contento que vestía una chamarra oscura.
—¿Aun no lo entiendo?
—¿Qué cosa? —la cuestionó la agente.
—¿Cómo es que, a pesar de todo el daño que le hizo a mi hija? No puedo dejar de sentir pena por él. Yo lo quería mucho, Elaine. Pensé que… él sería diferente, y por eso lo dejé entrar a mi casa, a nuestra vida.
—No es tu culpa, Amalia. Erick era un perfecto manipulador.
La mujer se cernió sobre la mesa y dejó el marco hacia abajo para no seguir navegando en los recuerdos que solo la destrozaban más.
—¿A qué debo tu visita?
—Te he traído esto —le entregó los documentos—. Mañana es la segunda parte del juicio, y espero que también sea la última. Dentro de este proceso existe un espacio llamado Declaración de impacto, y es en donde los familiares de las víctimas expresan bajo sus propias palabras cualquier cosa que deseen decir. Si usted gusta, puede decir o escribir algo para leerlo ante la audiencia.
—¿Él va a escucharme?
—Por supuesto.
—Elaine —Amalia le tomó la mano—, no va a salir de prisión, ¿verdad? No volverá a lastimar a ninguna otra persona, ¿verdad?
—No Amalia, de corazón espero que no.
3
El juicio se convirtió en un teatro mediático, los periódicos absurdamente apodaron a Erick, El dulce demonio, debido a todas las entrevistas realizadas por jóvenes que buscaban llamar la atención de la prensa. Afortunadamente no todo serían alabanzas a su innata belleza, también estaban todas aquellas personas que lo repudiaban, que gritaban afuera del juzgado por una pronta justicia y merecida condena a muerte. Las asociaciones contra el maltrato animal de diferentes partes del estado, llegaron desde muy temprano a ocupar su lugar frente a las puertas de la corte, pues armados con carteles y altoparlantes pedían justicia para que también se le castigara por el asesinato de Hardy. Desgraciadamente para esos años, la crueldad animal no era un delito que la justicia persiguiera.
El jurado estaba compuesto por siete hombres y cinco mujeres. Las horas avanzaron después de que el juez Herrmann entrara a la sala e hiciera sonar su martillo. Era el turno de Collins y de Iker para testificar, lo que significaba que Erick se mantuvo tenso durante todo ese tiempo, sobre todo cuando Elaine relató cómo fue que le hizo cometer canibalismo al tragarse los dedos de Sara Allen en esa ensalada de carne y verduras.
Finalmente, y luego de casi cuatro horas de discusiones, pruebas y más testimonios, entre ellos los de la forense Jocelyn Kepler, llegaría el alegato final.
Primero se le concedió la palabra a la fiscalía:
—Damas y caballeros del jurado. Han sido testigos de crímenes inenarrables perpetrados por el acusado. Han visto un abuso sexual que raya más allá del límite de lo inhumano, quemaduras, mutilación, desmembramientos, apuñaladas, azotes, ahorcamientos y una mentalidad de planificación increíblemente inteligente y fría. Vestigios horribles de un perverso depredador. Hemos proporcionado testimonio oficial forense para corroborar cada una de las evidencias, así como también expertos en el campo psicológico que señalan un desdeñoso interés y arrepentimiento. El acusado hoy aquí presente mostró tener reacciones negativas ante otros acontecimientos de su vida, pero no al momento de someter a sus víctimas, de una manera tan salvaje que su principal objetivo era recibir gratificación personal, sexual y bajo su conveniencia. El estado de Oklahoma les ha demostrado, anulando cualquier duda, que el señor acusado, Erick Dhaniel Howard, es culpable de un secuestro agravado en primer grado, un secuestro agravado en segundo grado, cuatro homicidios en primer grado y un intento de agresión criminal en primer grado.
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Editado: 07.05.2024