El heredero de la galaxia, Marth Berenguer, estudiaba en la biblioteca en compañía de su protectora la subcomandante Selene Amaris cuando inició el abrupto ataque y la alarma gritó en advertencia. Al momento en que las luces se tornaron rojas y la voz mecánica comunicó la situación las personas dentro de la biblioteca sucumbieron al pánico. Confundida, Selene se levantó del asiento y giró en dirección a donde había el mayor número de personas e inmediatamente alzó la voz con severidad.
—¡Mantengan la calma, vayan a refugiarse a los cuartos de archivos y no salgan hasta que se les indique! —Ellos obedecieron al instante—. Lo mismo va para ti, Marth —prosiguió volteando hacia el joven que miraba anonadado la temerosa reacción de algunos soldados y hechiceros, pero al escuchar la indicación de Selene se puso de pie molesto.
—¿¡Por qué!? Es mi deber es asistir y contribuir a la batalla no esconderme como un cobarde —replicó con el entrecejo fruncido—, además, ¿Qué hay de mi madre? si estamos bajo ataque he de ir a buscarla.
—Su majestad atendía una reunión con algunos miembros del Consejo de Magia, ya debieron ponerla a salvo —explicó rápidamente mientras tomaba sus pertenencias colocadas sobre la mesa—. Sin discusiones, es una orden no una sugerencia —pronunció dando media vuelta dispuesta a marcharse del lugar.
Decidido seguir sus propios deseos, el príncipe aprovechó el segundo en que Selene apartó la vista de él para escabullirse entre las mesas y salir corriendo a toda velocidad hacia el pasillo a fin de unirse a la lucha.
—¡Marth, detente! —pidió su protectora al verlo atravesar la puerta, pero al advertir que no le obedecería se apresuró en ir tras él.
Su joven alteza, ignorando la gravedad de la situación, avanzó mediante empujones entre el cúmulo de personas que corrían atemorizadas mientras hacía caso omiso a las peticiones de Selene de detenerse, peticiones que se combinaban con el estridente griterío de la multitud. La subcomandante, quien ya se había dado cuenta de la agresividad de los ataques, aceleró su paso hasta conseguir sujetar el brazo del príncipe.
—¡Esto no es un juego! ¡Ve a refugiarte! —ordenó molesta en medio de un mar rojo de gente presa del temor.
—¡Ustedes nunca me han creído en mí! ¡No seguiré tus órdenes, la autoridad aquí soy yo! —espetó desafiando a su protectora.
Para Selene solo era un niño haciendo una rabieta.—¡El asunto no es sobre si puedes hacerlo o no, estás en riesgo y…!
Repentinamente una sensación de peligro la hizo estremecer, observó por detrás del hombro de su protegido y advirtió que algo desconocido se disponía a herirlo. En un rápido movimiento, cubrió a Marth recibiendo un extenso rasguño en la espalda, una herida que era insuficiente para detenerla. Cargó al príncipe sobre su espalda y se alejó del lugar lo más rápido que la trémula multitud le permitió, las exigencias del príncipe para que lo bajara no hicieron falta.
Corrió hasta llegar a una zona considerablemente despejada donde escaseaban cuerpos malheridos y salpicaduras de sangre. Allí abrió uno de los salones vacíos y lanzó a Marth dentro haciéndolo caer de rodillas.
—Lo siento, pero el ataque es más violento que el de la última vez.—La luz roja a su espalda enaltecía su solemne figura—. Te creo capaz de lograr grandes cosas, sin embargo, mi encomienda más importante es tu protección —declaró azotando la puerta la cual colocó bajo un hechizo de bloqueo.
Marth, entre tropezones se dirigió a la puerta e intentó abrirla desesperadamente.—¡Déjame salir, es una orden! —Irritado, trató de deshacer el hechizo de bloqueo, pero debido a su endeble habilidad mágica solo consiguió lastimarse la mano al rebotarle su propia magia— ¡Ay! Maldición… ¡Selene, ábreme!
Pese a ello, continuó golpeando la puerta y llamando a su protectora por varios minutos hasta detenerse lentamente, apretó los puños y la mandíbula de la frustración. Hubiera descargado toda su cólera contra los objetos del salón de no ser porque la tristeza en su corazón tuvo mayor peso. Se dejó caer de espaldas a la puerta y abrazándose a sí mismo pequeñas lágrimas empezaron a brotar por sus claros ojos marrones. «¿Por qué nadie confía en mí? Mi magia es buena y soy alguien muy útil...¿cierto? ¡¿cierto?! », eran los devastadores pensamientos que lo acompañaban en aquel frío salón.
Entre tanto, Selene retornó sobre sus pasos para introducirse en la inhóspita batalla. Con cada paso surgían más preguntas y su espíritu, al igual que un duro cristal, se iba quebrando lenta y dolorosamente. La situación no tenía sentido alguno y los extraños atacantes, los cuales era capaz de ver, eran las más deformes y horripilantes criaturas jamás vistas en la galaxia.
*
El príncipe había perdido la noción del tiempo que llevaba encerrado en el salón cuando el agudo griterío proveniente del exterior fue disminuyendo paulatinamente hasta disiparse por completo permitiendo que un silencio expectante y gélido dominara el Cuartel General. De repente, tras un breve apagón, las lámparas se encendieron con brillante luz blanca y el sigilo se rompió al compás de fuertes y apresuradas pisadas.
Intrigado, se puso de pie y colocó una oreja sobre la puerta intentando descifrar lo que pasaba afuera. Era imposible suponer con certeza la situación, todo lo que conseguía escuchar era el desorden de voces desconocidas que se combinaban en incomprensibles palabras. Al poco tiempo pudo distinguir el trotar de un considerable número de personas dirigirse precisamente al salón donde se encontraba. Desconociendo si se trataba de soldados imperiales o enemigos se apartó de la puerta preparado para atacar en caso de ser necesario.