Capítulo 39:
Pésimas noticias
Dimas
No he dejado de pensar en mi hermana, en revivir una y otra vez su muerte. Nunca me preocupe en saber que ocurrió con lo poco que quedaba de su cuerpo después de que la seguí al más allá. Creo que asumí, que sus pocos restos fueron sepultados como lo hicieron conmigo, parece que me he equivocado.
Mantengo las manos en el volante e intento concentrarme en el túnel al que hemos entrado. Una línea de bombillas incandescentes en la parte superior, es la única luz que me permite mirar la carretera. Por lo menos la iluminación no ha desaparecido en las principales avenidas de la capital, lo que ayuda mucho ante la oscuridad que ahora reina sobre nuestros cielos.
Llevamos casi cuarenta minutos de carretera, la familia de Santiago una vez que se profanaron los sellos se instaló en un edificio residencial al este de la ciudad capital. Es el único lugar en el que se me ocurre que puedan estar los dos desertores. Este lugar ha sido de difícil acceso para los argeles, por la cantidad de rebeldes que circulan las calles. Ahora que el día se ha único a la noche, no imagino como sea la vida para las personas que residen estas zonas.
Romina ya debe haber despertado, y puedo imaginarla furiosa frente a la camilla de Gabriel exigiendo saber a donde hemos venido sin invitarla.
Tengo miedo, no quiero perderla. Ahora que los desertores tienen habilidades increíbles de inframundo, nuestras fuerzas merman, no es suficiente con la voluntad de querer el bien.
El mayor porcentaje de nuestros aliados son nacidos de las tinieblas, criaturas que han venido a este mundo bajo la perturbadora descendencia del mal, aunque ahora, sus caminos se hayan desviado.
Las hadas no se han visto afectadas por las últimas plagas que se han desatado sobre la tierra con el cierre de los sellos, los cambiantes también están firmes, sin embargo, los lobos y los vampiros… ya muchos de ellos han muertos en un margen de tiempo muy corto. No voy a exponer a Romina hasta que realmente sepa que no corre peligro al estar cerca de un rebelde, sea quien sea.
—¿Alguno de ustedes tiene idea de lo que va a hacer cuando lleguemos? —pregunta Sandra con el ceño fruncido, en medio de Erick y Leonardo.
—Ya nos preocuparemos de eso cuando estemos en el lugar —responde Dessire mirando a la oscuridad en el puesto de copiloto. Ha recogido su cabello en una coleta y el flequillo cubre sus ojos, no ha dicho mucho desde que salimos de la academia.
El plan es simple, encontrar a los dos desertores y enviarlos de regreso al otro lado, en teoría eso debería hacer que sus puertas se vuelvan una ranura más fácil de controlar. La traba, es que ir matando personas para solucionar la situación no se siente bien, estamos teniendo un problema de conciencia y eso nos ha llevado a lo siguiente: los sellos están en nuestra piel por lo que hay que destruir los suyos. Es mejor que la muerte. Lo demás, se irá solucionando sobre la marcha.
—Es lo más estúpido que he escuchado en mi vida —exclama Sandra—. Nos van a matar.
—Oye, ¿dónde está tu fe? —pregunta Erick pasando el brazo por encima de sus hombros —. Todo va a salir como Dios lo permita. Así que, ¿para qué preocuparse?
Suelto una risotada, no por burla sino porque la cara de consternación de Sandra es inaudita ante nuestra tranquilidad. La verdad es que una vez que salimos de la academia decidimos dejar que las cosas simplemente sucedan. Si nos irá bien o mal, eso se lo dejamos al destino.
—Comienzo arrepentirme de haber venido —musita.
—Es un poco tarde para eso —replica Dessire. Su voz es un poco melancólica, puedo imaginar cómo se siente. A apenas han transcurrido unas horas, todo es tan resiente que es impresionante su resistencia.
El final del túnel da inicio a una iluminada e imponente ciudad, los cerros tienen vida hasta donde me permite la vista observar.
Dentro de unos veinte minutos estaremos en el centro de la ciudad capital, donde la vida nocturna se ha reducido a soledad, las calle iluminadas no pueden detener a quienes acechan en la oscuridad. Poco a poco la agitada vida de Caracas se ha perdido ante el miedo que se han cosechado durante veinte años los rebeldes. Una forma de controlar a la humanidad, y destrozar con lentitud los principios en la fe que con el asar de los años estuvo fracturada y que en la actualidad está casi extinta. Las personas han perdido la esperanza de que los buenos tiempos regresen, y con un cielo negro y una luna permanente será difícil hacerlos ver la luz de nuevo.
Me estaciono a dos cuadras del edificio que ha sido invadido por los sin almas. La vida nocturna de la ciudad se ha reducido a nada con todo y que las calles se encuentran completamente iluminadas, la soledad y el miedo es lo que se percibe, la luz artificial no es una barrera para quienes acechan en la oscuridad.
—Sandra, ¿te quedas en el auto? —pregunto con la puerta abierta. Los chicos ya se encuentran por delante del coche observando los edificios.
—Sí, alguien tiene que estar listo para abandonar este lugar si las cosas se complican —dice pasándose hacia adelante entre los dos asientos. Salgo para que ocupe mi lugar.
—Estoy seguro de que se complicarán —si no fuera así, sería un milagro.
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Editado: 27.07.2021