Capítulo 42:
Al final del abismo
Dess
La oscuridad de un alma siempre será reflejo de su mirada, y es lo único que puedo observar en Dubraska, todo en ella es una nube negra que no deja espacio ni al más mínimo rayo de luz. Ni siquiera es su aspecto, que de por sí muestra la muerte de sí misma en un pasado muy lejano, sino por la falta de compasión, por la frialdad con la que decide ejercer tortura en otros.
Una mujer que ha perdido su humanidad, o quizás, nunca la tuvo. Me inclino por la última opción, no puedo llegar a pensar que ella en algún momento de su vida pudo haber sentido una pizca de remordimiento por lo que causara, ni siquiera antes de entregar su alma.
No ha hecho ningún movimiento ante mi llegada, solo se ha postrado en medio impidiéndome avanzar al interior del pasillo a un lado de los rieles, desde aquí puedo escuchar los gritos de Sandra como un eco que rebota en las paredes.
—Tu otra vez. Fíjate que te he estado buscando y tú decides venir a mí —la ira contenía en su mirada hace que se me erice la piel. Un sentimiento tan corrosivo que ha vuelto esta no grata visita en algo personal. La furia le exhala por los poros. No hay nada más que eso, no veo dolor o sufrimiento por la muerte de su hijo, nada que la haga ver como una madre destrozada por la pérdida. Todo lo contrario, las emociones que me permite percibir están muy lejos de ser por Santiago, es por el peón que perdió.
—Era inevitable que no nos encontráramos, dadas las circunstancias —mi voz se escucha con firmeza, aunque su presencia levanta una capa de miedo sobre mis huesos. El último sin alma que tuve tan cerca era Emiliano, y no tuve las fuerzas, ni la habilidad para contenerlo. Era excesivamente rápido y ni hablar de su ímpetu por saborear mi sangre y deleitarse con mi alma.
Miro al fondo con la esperanza de que alguna luz ilumine el espacio y proporcione una imagen clara de lo que ocurre, pero solo me encuentro con un túnel oscuro con los gritos de Sandra como música de fondo. Lo que me recuerda el lamento de las almas en las profundidades del infierno, hasta puedo escuchar mi propia voz por el suplicio, un recuerdo que acelera el flujo de mi sangre.
—Le arrebataste a Santiago la posibilidad volver a mí, de abrazar el destino por el que fue concebido —el veneno se desliza en cada palabra, y sigo sin poder encontrar algo, lo que sea, que vincule el amor de una madre a su hijo, esa criatura visceral no tiene la capacidad de sentir—. Te haré pagar…
—¿Por qué perdiste a un hijo, o a un peón? —no puedo con esto. De verdad, no lo entiendo yo me estoy muriendo por dentro porque ya no lo puedo volver a ver, y ella solo… es estúpido de mi parte pensar que un corazón que se detuvo hace siglos pueda llegar a sentir de nuevo.
—Por el simple hecho de que quieren tu alma de regreso al infierno —sus labios despliegan una sonrisa que acompaña su amenaza, debo sobrevivir a ella si quiero sacar a Sandra de aquí.
—En ese caso, puedes intentarlo —el poder celestial que me ha sido otorgado emerge en silencio, imperceptible ante los ojos de la sin alma, pero está allí flotando en el aire a la espera de que ella dé el primer paso. Quizás no la iguale en velocidad, pero de lo que sí puedo estar segura es que el sello la puede debilitar lo suficiente.
Solo ha sido un instante, ella estaba frente a mí y luego el impacto de mi cuerpo contra el suelo me hace soltar todo el aire de mis pulmones, estoy segura de que se me ha roto algo, alguna costilla quizás, ¡cielos! El dolor se extiende como una sombra al asecho por todas mis terminaciones nerviosas, a su vez, la adrenalina es un sedante inmediato que mantiene mi cerebro concentrado en el peligro. A decir verdad, no soy una experta en lo que se refiere al uso que debo darle al sello, pero como me enviaron de regreso al mundo de los vivos sin un manual de instrucciones y con una comunicación llena de interferencias, se aprende lo que se puede sobre la marcha.
El sello del príncipe de las huestes celestiales brilla en un intenso azul debajo de mí, convirtiéndose en una cárcel para ella. Sus colmillos expuestos se han detenido a centímetros de mi clavícula, su respiración golpea mi piel como una helada, ella se ha quedado paralizada, lo que me parece impresionante tratándose de que es un sin alma, pero solo es cuestión de segundos, la empujo para quitarme de la encima. Ese sencillo movimiento hace que mis músculos se contraigan, no me dejo doblegar por el dolor y consigo ponerme en pie. Mi espada hace acto de presencia, pero no soy capaz de dar el siguiente paso para atacarla.
Ella se encuentra en un trance al que no le encuentro origen, la fiereza de su mirada ha dado paso al temor.
—¿Qué me has hecho? —gruñe Dubraska retomando el control. Sus pies están a solo un paso hacia atrás de salir del sello, no parece darse cuenta, creo que no puede ir más lejos de donde se encuentra.
—No estoy segura —admito, me muevo dejando que el peso de mi cuerpo repose en su mayoría en mi pierna izquierda de esa manera la contusión en el lado derecho de mi espalda solo son pequeñas puntadas que de momento es soportable. Mi sello de alguna manera que aún no puedo comprender, la está consumiendo, con lentitud—. ¿Cuántos años tiene usted?
Dubraska suelta una carcajada que hace retumbar las paredes, su suena recia lo que no va en concordancia con su cuerpo. La expansión de mi sello nunca había tenido en su interior a ningún sin alma por lo que los efectos que pudiera causarles los desconozco por completo. De lo que estoy segura es que no es para nada beneficiosos para ella, si de por sí las protecciones que se han esparcido por las ciudades repelen a toda criatura de la oscuridad, marcada a fuego por el príncipe de las tinieblas.
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Editado: 27.07.2021