Cementerio de deidades

CAPÍTULO DIEZ

Teodoro no dejaba de caminar en círculos divagando, perdido, en su mente. 

Muchas veces ya lo había intentado pero siempre que se acercaba al lugar la cobardía lo abrazaba obligándolo a retroceder.

 

Pero ese día estaba decidido así que esa mañana obligó a Pascal para que lo ayudara a recortar algunas ramitas que recientemente le habían salido y que no le agradaban como lo hacían lucir.

Luego de eso se dirigió a lo profundo del bosque en dirección a su objetivo y en su despistado andar pisó por accidente a un monstruillo que caminaba felizmente por el lugar.

 

Este lo observó con cara de odio gritándole insultos en su idioma extraño, Teodoro no pudo evitar reír al ver la cómica escena ya que quien le gritaba no medía más de cincuenta centímetros que junto a sus pequeños cuernos que salían de su cabeza y sus alas similares a las de un murciélago, le daban un aspecto adorable.

 

El monstruillo se marchó enfurruñado diciendo cosas en voz baja, frustrado por ser la nueva víctima de los despistes del guardián.

 

Después del encuentro, el guardián continuó su camino hasta llegar al claro en el que residía Ruh. Se le acercó tímidamente, dándole una sonrisa cuando entró a su campo de visión para luego estirar su brazo y arrancar una pequeña flor amarilla que crecía en su cabeza, regalándosela a ella, quien la aceptó asombrada y la guardó entre sus ramas.

 

Luego se marchó feliz y orgulloso por aquel pequeño encuentro, dejando atrás a una confusa Ruh. Quien jamás se había percatado de los sentimientos del simpático guardián.

Cerca de allí el amor parecía triunfar. Ferran y Heda corrían en su forma animal dando saltos y tropezones entre los arbustos. Ambos caninos jugaban felices tratando de olvidar, por unos segundos, los problemas que tanto los acechaban.

 

Jugaban una carrera cuando Heda tropezó con una piedra la cual provocó que cayera al suelo alertando a su compañero, el cual se acercó apresurado para comenzar a lamerle el rostro con el intento de confortarla por su caída.

 

Sus muestras de cariño se vieron interrumpidas cuando Lucie, dejó su forma de pequeña luciérnaga para tomar su forma humana.

 

—Lo siento...no quería interrumpirlos —dijo con su usual tono de voz dulce— Marlon convocó a una reunión a todo el pueblo y ustedes son los únicos que faltan.

 

La joven muchacha no esperó por una respuesta para convertirse otra vez  en ese insecto brillante y regresar por el lugar al que había llegado. Todos en el bosque conocían a Lucie, tan dulce y tierna que nadie podía resistirse a acercarse.

 

En el lejano edificio que grandes secretos ocultaba el amor también crecía, solo que de manera diferente.

Danna y Ronan platicaban sobre trivialidades desde hacía ya un buen rato. Ambas jaulas se encontraban pegadas la una con la otra, por lo cual pasaban mucho tiempo juntos.

Cada día parecían llevarse mejor a pesar del lugar y  situación en la que se encontraban, luego de cada descarga eléctrica que recibían el se le acercaba a la jaula de la pequeña para consolarla mientras que por las noches, ambos dormían acurrucados pegados a un lado de estas; en la posición exacta para que la pequeña mano de la niña pudiera traspasar las rendijas de sus prisiones y sostener la mano de Ronan, en un intento de callar los malos que visitaban a ambos en la hora de dormir.

 




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