Cementerio de deidades

CAPÍTULO ONCE

Las semanas pasaron velozmente mientras todo seguía su curso. Parecía que la marea se encontraba calma y todos, tonta e ilusamente, creyeron que por alguna razón que cazador que los acechaba había quedado en el pasado cuando en realidad la calma en la marea era el descanso antes de la gran tormenta que se avecinaba y que destruiría todo aquello que encontrara a su paso, con un único fin: causar la mayor destrucción posible.

 

Ese día Arica pasó la tarde entera jugando con una camada de cachorros de leopardos que habían nacido en el bosque. Todos allí habían quedado sorprendidos al enterarse, que apenas a sus tres años, los cuatro pequeños niños revoltosos que siempre corrían por el lugar habían adquirido su espíritu animal.

Desde ese entonces ella siempre se daba un tiempo para jugar con ellos, los cuales adoraban subirse en el lomo de Nieve mientras corría por el bosque.

 

—Los piesh de Neve son muuuuu grandesh —le dijo uno de ellos esa tarde a Arica con su característico tono infantil y palabras mal pronunciadas. Su rostro había adquirido una expresión de preocupación mirando de la pata de Nieve a la de él, notando quizás la diferencia de tamaño.

 

—Son patas cariño, no pies —le contestó con una sonrisa dulce — Cuando tu leopardo crezca también tendrá patas grandes.

 

Luego de eso el niño asintió, convencido dejando atrás el problema que antes, en su infantil mente, había creído que era de suma importancia para luego irse corriendo para seguir jugando con sus hermanos.

 

Esa tierna imagen le recordó a Arica los primeros años de vida de Nieve. 

Ellas siempre jugaban con Ruh que las apresaba entre sus brazos haciéndoles cosquillas también recordó aquellas veces en donde Arica en su forma animal jugaba con las ramas de Ruh y comenzaba a estornudar una y otra vez a causa del polen que había en las flores de ella.

Cuando el sol comenzó a caer regresaban a casa junto con Arica cuando todo se desató. Lucie, la cual estaba cerca de la frontera dando un paseo, oyó gritos provenientes de las guerreras, sintió su corazón latir frenéticamente y sus piernas comenzaron a temblar e intentó esconderse detrás de un árbol.

 

Las guerreras solo gritaban cuando estaban en batalla, el único momento en el que se permitían romper su voto de silencio.

Asustada se asomó sobre uno de los laterales del árbol para comprobar que efectivamente, una lucha se desataba a su espalda. Las guerreras luchaban ferozmente con una gran cantidad de hombres fornidos que sostenían con firmeza armas de fuego, algunas ballestas e incluso pudo detectar algunos cuchillos colgando de sus cinturones.

 

Luego de observar aquella alarmante escena se transformó en su forma animal para dirigirse al pueblo en busca de Marlon o Arica para que avisaran a todos y así pudieran esconderse en el búnker, en el momento que divisó —con total asombro y terror— como aquellos hombres comenzaban a adentrarse más y más en el bosque a pesar de los intentos de las guerreras para evitarlo.

 

Para cuando llegó Arica ya había dado la alerta y todos corrían de manera apresurada para esconderse.

 

—Lucie ve al búnker —gritó Marlon apenas la vió —¡Ahora!

 

Ella asintió de manera atolondrada para luego correr en dirección a todos los demás, en el camino vió como Arica se montaba en Nieve para socorrer a todos aquellos que poco a poco iban quedando rezagados justo en el momento en que los hombres llegaban al centro del pueblo seguidos por las guerreras que continuaban tratando de evitar a toda costa que el mal se desatase en ese lugar.

 

Pero ya era tarde para eso, el mal ya había ingresado por cada poro del bosque.

 

Una joven muchacha de cabellos dorados con unos cuernos de alce cayó bruscamente al piso luego de ser alcanzada por una de las balas que eran disparadas a todos aquellos que continuaban fuera del búnker. Arica no dudó antes de acercarse y subirla a Nieve para ayudarla a llegar al lugar seguro.

 

Cuando la dejó allí y se dio vuelta, comprendió que ya era demasiado tarde para ella. Estaba rodeada por una cantidad abrumante de hombres que la apuntaban con todo tipo de armas. Alertada con su poder hizo crecer las ramas cerrando así la puerta del búnker, separando a su pueblo de la maldad, dejándolos aislados en una cueva hecha de ramas y flores. 

Con el alma hecha pedazos, alcanzó a ver cómo capturaban a algunas guerreras antes de sentir un fuerte impacto en su abdomen y el gran rugido de guerra que profirió de las fauces de Nieve.

 

Se tambaleó por el golpe y al bajar la vista divisó una gran marcha de sangre, que cubría su hermoso vestido. Antes de sucumbir a la oscuridad, pidió perdón a las guerreras que no había logrado proteger y que habían quedado — al igual que ella — en las manos de esos hombres, le suplicó a la Diosa que protegiera a los habitantes del bosque y por último agradeció que ninguna vida se perdiera ese día.

 

Luego de eso el bosque se quedó en silencio y la oscuridad reinó.

 

En el pueblo humano, las personas se estremecían observando al bosque. Todos allí habían escuchado los gritos y sonidos de los disparos luego de observar a más de cincuenta hombres ingresar.




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