Cena a media Noche

Cena a media Noche

Colawer se había detenido frente a su armario al igual que todos los días el mismo día a la misma hora. Su rostro inexpresivo, su mirada decaída y su postura encorvada sobre la puerta del armario mostraba a simple vista un hombre de unos cuarenta y cinco años cansado por una larga jornada de trabajo. Su mano apoyada en su barbilla rascaba con pereza su áspera barba grisácea con más de tres semanas sin afeitar. Su esposa estaba frente al espejo admirando su cuerpo completo reflejado en el cristal vistiendo un vestido purpura. Cada viernes por la noche era lo mismo, él llegaba exhausto del trabajo mientras que su esposa le molestaba con comentarios sarcásticos y secos sobre como los esposos de sus amigas les llevaban a cenar y compraban joyas. Colawer solo gruñía y asentía con su cabeza agitando en el aire de un lado a otro su mano en un intento de poner fin a la conversación, entonces era así que su esposa sabía que había ganado de nuevo. De todos modos Colawer siempre cedía. Siempre. Había acumulado el estrés y cansancio volviéndolo un trago amargo de saliva que quemo su garganta. Normal, ordinario, cotidiano, aburrido, monótono. Esas eran las palabras exactas para describir su vida pero él no podía permitirse que aquellos pensamientos que le hacían salirse de sus casillas florecieran, hoy debía estar feliz. Sonreír. Fingir. Como siempre.

Colawer pensaba que tal vez aquellas forzadas salidas nocturnas que le arrebataban sus pocas horas de sueño podrían terminar de forma diferente si fuesen a cenar a uno de esos lugares con buena música. A Colawer le encantaba la música, su sueño frustrado había sido ser cantante pero no tuvo ni el apoyo ni talento necesario para serlo, su esposa siempre elegía el mismo lugar, el más caro y lujoso de todos. Los parpados de Colawer comenzaban a pesar cada vez más durante la noche haciéndolo confundir alucinaciones directas de sus sueños en la realidad; ahí va el caballo psicólogo. ¿Viene hablarme señor caballito? Se dijo para sí mismo, se quitó los lentes con lentitud, por un momento se cubrió los ojos con su mano. Concéntrate. Por suerte para él, los peatones y demás conductores, ya se encontraban en frente del restaurant, tomo algo de aire y exhalo con paciencia volvió a ponerse su lentes gruesos y redondos bajo su mirada al suelo por unos segundos para observar una cucaracha que pasaba al lado de su pie. La piso. Venís era el nombre de aquel restaurant con tema italiano, un lugar reconocido y bastante visitado por las personas más ricas del distrito, por lo general con trabajo duro y máximo esfuerzo Colawer podría permitirse ser arrastrado a la fuerza de la comodidad de su casa hacia un lugar lleno de extraños vanidosos para complacer la ansia social de su esposa alcohólica.

Su columna le estaba matando, sus pies comenzaban a pasar cuenta de sus caminatas de un lado a otro sacando copias y llenando pápelo en la oficina y ahora debía manejar durante dos horas hasta el restaurant, que pérdida de tiempo se decía siempre que salían, el amor se había acabado hace mucho tiempo entre ellos dos, Colawer no sentía placer ni gusto al estar con ella pero según él se había vuelto una rutina soportable. Ella era un joven mimada que necesitaba que le consintieran y el un pobre diablo con síndrome de "héroe" necesitado de que alguien dependiera de el para poder sentirse satisfecho. Ella se aprovechaba muy bien de eso; joyas, vestidos, viajes y un montón de cosas innecesarias para adornar su casa. Cada vez que abría la boca era para pedir algo más, un extra porque no había quedado del todo complacida con lo que él ya le hubiera dado.

Aparte de obstinado Colawer de manera desconfiada le había preguntado en reiteradas ocasiones al ballet si su auto se encontraba bien estacionado en aquella esquina, lo está señor, no se preocupe. Fue lo que respondió el encargado. Que no me preocupe, pff, pensó, ese auto cuesta más que su casa seguramente. Colawer no la ha tenido fácil para poder costeárselo y permitir que algún joven con aires de pandillero viniera y lo obtuviera fácilmente solo por el descuido de un empleado no apto. El mal funcionamiento de la bombilla principal en la entrada le alerto nuevamente, pero el faro que iluminaba la calle dejaba completamente a la vista su auto. La bombilla se mantuvo parpadeando. Aún estaba preocupado siendo tal vez el único con aquella preocupación, su esposa tampoco comprendía su inquietud pero ella no había trabajado como burro para conseguirlo. Entrando al edificio pasaron por un corto pasillo a oscuras iluminado por pequeñas bombillas rojas como de navidad, esto es nuevo pensó. Mientras caminaba hacia una mesa donde se podía observar sentado a un hombre o al menos eso era lo que su sombra proyectaba sobre la superficie de la mesa. — ¿Tienen reservación? — pregunto el hombre con acento sarcástico. —Si, si tenemos, a nombre de Gum. Colawer Gum. El hombre registró cada página rápidamente de arriba a abajo, de izquierda a derecha dentro de un gigantesco libro que al dejarlo caer sobre la mesa dejo libre una cortina de polvo. —Sr. Gum. Aquí esta, reservación para dos. Síganme por favor. El hombre les condujo a una puerta negra al final del pasillo —por favor, esperen aquí, con esto último el hombre se dio vuelta y desapareció por el pasillo nuevamente.



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En el texto hay: lugares, cena, lugar

Editado: 19.07.2018

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