Cenizas de honor

5. Furia sotto la pelle

Narra Kai

La mañana amaneció sin alma.
Ni el sol tuvo el descaro de asomarse entre las nubes. Era como si hasta el cielo hubiera decidido guardar luto por mi madre y por Leonardo.

Intenté dormir, pero no pude. Daba vueltas en la cama como un condenado, con las imágenes de la noche anterior tatuadas en la mente. Las palabras de Antonio eran cuchillas repitiéndose: “Fue Tsubasa… fue él… el accidente de tu madre no fue accidente”.

Me levanté cuando aún no eran las ocho, con los nudillos rígidos de tanto apretarlos contra las sábanas. Emily y Félix seguían dormidos en el sofá, agotados. Los miré un segundo, con ternura y con culpa: ellos no tenían por qué cargar mi guerra. Pero Tsubasa los había puesto en medio. Y yo… yo sabía que si no hacía algo, terminarían destruidos igual que yo.

No desayuné. No tomé café. Solo me vestí y caminé hasta la oficina, con los pasos pesados, como arrastrando cadenas invisibles. El edificio me pareció un mausoleo. Cada escritorio, cada pasillo, un recordatorio de que estábamos viviendo en un tablero donde todas las piezas éramos reemplazables.

Ni saludé. Ni fingí. Ni me molesté en pasar por el área de ingenieros para molestar a Emily, como siempre hacía solo para verla sonreír. Hoy no había sonrisas que pudieran salvarme.

En mi oficina el aire era espeso. Me dejé caer en la silla, sin fuerzas ni hambre. El único sabor que me quedaba en la boca era el de la rabia. Ese tipo de rabia que no arde en un instante, sino que se cocina lenta, hasta volverse hierro fundido en las venas.

Unos golpecitos suaves en la puerta rompieron el silencio.

—Avanti <<Adelante>> —dije sin ganas.

Y allí estaba ella. Emily. Con dos bolsas de comida en las manos, con una sonrisa cansada pero real.

—Hola, extraño. Como hoy no viniste a fastidiarme, pensé que yo vendría a fastidiarte a ti. Y ya casi es hora del almuerzo. —Dejó las bolsas sobre la mesa, con un gesto que me hizo sentir humano por un segundo—. Hice mi investigación: traje tu plato favorito.

Dio mio… ese gesto me desarmó más que cualquier puñetazo. Por un instante, sentí que no era solo una pieza en este juego macabro. Sentí… famiglia.

Pero la calma duró lo que un suspiro.

La puerta se abrió de golpe. Una sombra arrogante invadió la habitación.

—Ciao, italiano —escupió Itsuki, con su sonrisa podrida de superioridad.

Lo vi y el volcán dentro de mí rugió.

—No estoy de humor para tus jueguitos —le respondí, la voz más grave de lo normal—. Habla y lárgate.

Él avanzó con ese aire de príncipe malcriado.

—Te recuerdo que soy tu superior y me de…

—¡Basta! ¡Cállate de una maldita vez! —estallé, levantándome de golpe. El golpe de mi voz hizo vibrar las ventanas. Emily se sobresaltó. Itsuki se quedó un instante paralizado, pero solo un instante.

—Mira, italianito… —me agarró del cuello de la camisa, con rabia—. A mí me respetas. Aquí no eres nadie.

Y ahí se rompió todo.

No pensé. No calculé. Solo sentí.

El primer golpe fue seco, brutal, directo a su mandíbula. El segundo, en la nariz: sangre al instante. Y después… después no hubo control. Fueron mis puños, mi rabia, mi dolor convertidos en arma. Cada golpe llevaba el rostro de mi madre, la sonrisa rota de Leonardo, la arrogancia de Tsubasa. Golpe tras golpe, hasta perder la cuenta.

Hubiera seguido hasta borrarle la cara. Hasta dejarlo inconsciente. Hasta matarlo, quizá. Pero Emily y Félix —que apareció corriendo al escuchar el ruido— me detuvieron antes de cruzar ese punto sin retorno.

Mis nudillos ardían, la respiración era fuego, el corazón una bomba.

—¡Esto no se va a quedar así, bastardo! —gritó Itsuki, tambaleándose fuera, cubierto de sangre.

Yo no lo escuchaba. Solo quería perseguirlo. Terminar lo que había empezado.

—¡Kai, basta! —Emily se interpuso entre la puerta y yo, con lágrimas en los ojos.

—No vale la pena, hermano —Félix me sujetó fuerte del hombro—. No desperdicies tu fuerza en él. No ahora.

Yo caminaba en círculos, como un lobo encerrado. Las palabras salían solas, en mi lengua madre, tan cargadas de odio que parecían incendiar el aire:

—Li voglio in ginocchio… voglio vederli supplicare come cani! Tsubasa… Itsuki… quei figli di puttana pagheranno tutto! <<Quiero verlos de rodillas… quiero verlos suplicar como perros. Tsubasa… Itsuki… esos hijos de puta lo van a pagar todo>>.

Emily y Félix me miraban como si estuvieran frente a un extraño. Como si temieran que ese monstruo que habían visto en mí se quedara para siempre.

Y entonces… ¡Pah!

Una bofetada. No fuerte, pero suficiente.

Me quedé quieto. Emily me miraba con los ojos brillando entre lágrimas y miedo.

—Lo siento —susurró—. Pero necesitabas volver. ¡Tú no eres esto! No puedes dejar que la rabia te controle. Si lo haces, perderemos más de lo que imaginas.

Toqué mi mejilla ardiente. Su golpe. Su verdad.

—Tienes razón… —murmuré, cerrando los ojos, tragando la rabia como un veneno que aún hervía.

—Vamos a hacerlos caer, Kai —añadió Emily—. Pero lo haremos bien. Con inteligencia. A tu estilo. Con fuerza… pero también con la cabeza fría.

Félix asintió. Y yo… por primera vez en horas, respiré.

No estaba en paz. Ni cerca. Pero tenía un propósito.
Tsubasa e Itsuki caerían.

No a golpes.
No con gritos.

A lo grande.
Como se derrumban los imperios: desde adentro.




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