Cenizas En El Cielo.

Capítulo 4.

Los escalofríos me recorrían todo el cuerpo, desde la punta de la cabeza, pasar por mi espalda y terminar en mis pies, mi pie herido estaba adormecido, no podía moverlo aunque yo tuviera muchas ganas de hacerlo, las lagrimas simple y sencillamente salían solas, sin previo aviso, la amarga melancolía que traía colgando en mi espalda me estaba cada vez mutilando por dentro; Cortándome en pedazos, pedazos muy pequeños para que nadie pudiera verlos y ayudarme a armarme otra vez. Estaba en un vagón de un tren, un vagón para animales, donde la peste era insoportable, mi mano cubriendo mi nariz no bastaba para ignorar los pestilentes diferentes olores asquerosos que se combinaban envenenando el poco aire que entraba en el vagón, había gente hablando; planeando escapar haciendo un agujero en el suelo, caer por las vías y esperas al que el tren pasara para correr. Jamás pensé hacer eso, nunca lo hice por ser cobarde, era cobarde, tenía tanto miedo de todo y todos, nunca hice algo de lo que pueda estar orgullosa hoy.

Mi sudor frio viajaba rápido por mi frente y morir en mis labios, el dolor estaba matándome, cerré los ojos de nuevo y me quede dormido, todo esto mientras el tren no se detenía. ¿A dónde nos llevan? Me preguntaba insistente en mi cabeza, por más que trataba de pensar o imaginar un lugar a donde nos llevarían nada se me ocurría, la incertidumbre estaba matado mi cabeza.

La sangre también apesta. Todo apesta.

El viaje se estaba volviendo aterrador, no parábamos nunca, teníamos hambre, sed y ganas de salir con desquicio de ahí. Yo seguía dormida soñando con el bebe que alguna vez tuve, el dolor en mi pie me hizo despertar lentamente, lo primero que vi fue a la chica que vi desde que subí, ella me sonrió de oreja a oreja, yo trate de hacer lo mismo, gire lentamente a ver mi pie y este estaba vendado completamente con trapos viejos, gire a mirar a la chica y esta vez sonreí amargadamente llorando pero con mucha sinceridad y dije — Gracias... — con la voz dormida y susurrante. Ella me dijo — Tranquilízate, está bien, no le sucederá nada a tu pie, pude lavar tu herida con la poca agua que estaba en el balde. Estará bien, el hombre de allá — Señalo con el dedo índice — Es doctor y trae su maletín con él, quizás tenga alcohol, se lo pediré — y se levanto de suelo y camino empujando a las personas una con otra. Tenía la cabeza recargada en la pared del vagón con las piernas de lado y los brazos caídos, suspire dejando escapar un poco de aire contaminado, después la mujer regreso con un botellín pequeño de alcohol, sabía que lo próximo iba a dolerme demasiado, pero no hice ningún movimiento o gesto, ella se puso en cuclillas y estiro mi pierna, comenzó a quitar la venda de trapo del pie hasta dejarlo al descubierto, la herida ya no sangraba como la primera vez, ella abrió el botellín de alcohol y el miedo me cosquillo el estomago y sin aviso previo o algún tipo de delicadeza dejo caer un chorro de alcohol sobre la herida abierta, solté un grito potente carraspeando la garganta, después  retorcerme del dolor ardiente y penetrante, sentía el alcohol meterse hasta lo más adentro de mi, apreté los puños, grite de nuevo, no se quitaba.

Por Yahveh, como duele.

Aquel maldito dolor ardiente se sentía como las llamas de mi propio infierno. Mi vida era un infierno y ya no quería seguir quedándome, llore, me retorcí y gemí de dolor, un profundo dolor, aun no se iba, sin embargo ese no era el dolor más grande que he tenido. Aquel dolor del alcohol profundizarse en la herida abierta no era comparable con lo que ya había pasado. Ese dolor no era nada.

Tomo de nuevo el alcohol y dejo  caer hasta la última gota en mi pie, volví a gritar y retorcerme, de tanto dolor ardiente, rasguñe la pared de madera de lado mío, dejando la marca de mis uñas en esta, rompiendo un par de uñas y lastimándome un dedo — ¡Ya basta! — Grite con desesperación — ¡Por favor!

— Es para que no se infecte, lo siento no quise lastimarte mas — ella bajo la cabeza apenada y yo seguía quejándome porque el ardor que me producía el alcohol en mi interior no se iba, era igual de persistente que esa guerra. Mis uñas seguían rasguñando la madera, quería arrancarme el cabello. Ella me detuvo, dejo caer mi mano y mire mis dedos lastimados y rojizos que aquello me provoco. Ella sonrió apenada y paso a vendarme el pie de nuevo. No tuve palabras para agradecerle lo que ella hizo por mí.

{...}

Los días y las noches pasaban, no sabía con exactitud de cuantas. Mis labios estaban secos y sangrantes, mis movimientos eran torpes y una sed que superaba mi hambre. Estaba agotada y con el cuerpo entumido de tanto estar en esa misma posición, el tren freno de golpe, algunos cayeron, otros lograron detenerse. La puerta del vagón se deslizo y los gritos de esos hombres comenzaron a aturdirme los oídos. — ¡Salgan, rápido! — Trate de levantarme lo mas rápido posible, pero mi pie aun dolía, una mujer mayor me empujo al caminar y fui a dar de bruces contra el suelo del vagón, un hombre me tomo del brazo y me ayudo a salir. El paisaje era tan neutro y verde no podía ver mas allá que unas vías y un cielo azul hermoso. Nos formaron uno a lado de el otro y los soldados comenzaron a contar de derecha a izquierda.




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