Centella

Parte 1

Cinco años sin verle y no había pensado en ella ni una sola vez.

Apreté el puente de mi nariz para aliviar el dolor de cabeza que nació cuando el sonido de su nombre resonó en mis pensamientos, trayendo a mi memoria el color acerado de sus grandes ojos tristes.

La puerta de esa chica se encontraba entreabierta, lo suficiente como para que pudiera percibir ese olor extraño, como a electricidad, que también solía emanar de ella cuando tenía diecisiete.

Preparatoria.

Esa fue la última vez que la vi, mientras estaba junto a su grupo de amigos triunfadores, esos mismos que tenían el juego ganado antes si quiera poner un pie en el mundo real. La clase de personas que te miran sobre el hombro porque no puedes permitirte pagar un teléfono último modelo o usar ropa de marca.

Centella. Ni siquiera la recordaba hasta que la observé unos días atrás, apenas un fugaz vistazo de cabello oscuro entrando al apartamento frente al mío.

No fue nada agradable tener que enterarme de que ahora viviría cerca de esa chica, sobre todo teniendo en cuenta lo difícil que se me estaba haciendo olvidar que mi tía ya no estaba y mi vida era, como siempre, una mierda sin arreglo.

La sensación cargada y asfixiante se asentó en mi pecho, mientras observaba fijamente a mi puerta y me obligaba a no mover ni un solo músculo. Un hormigueo reptaba por mis brazos y me pedía que diera media vuelta y descubriera como demonios la chica afortunada terminó en este edificio de mala muerte.

Finalmente entré a mi hogar y traté de ignorar las grandes sombras, los rincones oscuros, la falta de luz. Gris y más gris. Afuera no era diferente, las nubes de tormenta se arremolinaban y el viento se deshacía en sollozos contra el vidrio frío de las ventanas.

Maldito clima, pensé, entiende de una jodida vez que estamos en verano. Sol, calor. No este puto desastre.

Me serví un vaso de jugo de naranja, me senté en el mueble y prendí el televisor para dejar de pensar en el pasado. Sin embargo, los recuerdos seguían encontrado su camino a la luz como muertos volviendo a la vida.

Ella era extraña incluso en ese entonces. Rodeada de personas, pero siempre callada, como la calma antes de la tempestad, un cielo nocturno iluminado por rayos. Toda ojos cansados y distantes, pero aun si llenos de algo incognoscible. Una especie de corriente, de energía. Un factor Indefinido, pero que hacía retroceder a aquellos cuyo interés por ser parte de los afortunados no era acuciante hasta la locura.

A mí, en cambio, siempre me había producido una extraña fascinación. Sentía que ella era un misterio esperando a ser resuelto. 

Sin embargo, nunca logré acercarme lo suficiente como para comenzar a descifrarla porque sus amigos, esos mismos que recibieron un Lexus como regalo por cumplir los dieciséis años, decidieron que sería una buena idea burlarse del niño de barrio que repartía los periódicos. 

Ella no hizo nada para detenerlos.

Sin previo aviso el televisor se apagó, las luces parpadearon hasta apagarse, se produjo un sonido de chisporroteo, olor a carne quemada inundó el aire, un relámpago iluminó los contornos de los objetos, y un trueno destrozó el silencio hasta hacerlo pedazos.

–Eso no es normal, joder.

Otro sonido se produjo, esta vez más bajo, más bien un golpe: varios objetos cayendo y estrellándose contra el suelo seguidos de un chillido agudo, de chica.

Pensé en Centella, sola y a oscuras.

–No es mi problema. – Traté de decirme a mí mismo, aunque ya me estaba moviendo en dirección a la puerta. Salí y tanteé mi camino hasta su apartamento, apenas a unos pasos de distancia. Mi mano se dirigió a tocar, pero como la puerta seguía como la había visto una hora atrás, se abrió por completo.

–Hola, ¿Está todo bien? ¿Hay alguien en casa?

Nadie respondió. La sensación de ahogo aumentaba a cada segundo y el olor a quemado era intenso y repulsivo.

Las luces parpadearon y volvieron a la vida.

Al principio no la vi, distraído como estaba con los cuadros grotescos que había colgado en las paredes. Pinturas abstractas y oscuras donde predominaba el negro, azul, y algunas líneas amarillas.

Pero entonces observé el suelo y allí estaba Centella. Delgada y frágil, acurrucada, a duras penas cubierta por un vestido rosa desvaído empapado de agua.

Me agaché a su lado para determinar si se encontraba despierta, incluso aunque ya me había dado cuenta que sus ojos estaban cerrados a cal y canto. Llevé una de mis manos a su brazo para intentar despertarla, pero cuando la toqué emitió un chillido tan lastimero que de inmediato retrodecí.



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En el texto hay: medium, romance, cuentocorto

Editado: 11.06.2018

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