¿Qué se supone que haga en vacaciones? Vivo en los suburbios y lo único que hay aquí es un grupo de casas, el acantilado y un río a unos quince minutos hacia el este. Solo hay que caminar entre los árboles antes de subir por el camino de tierra y se llega al río fácilmente. Además, la ciudad no es lo mío a menos que deba ir a la universidad, por eso prefiero estar aquí, a pesar de que no hay mucho que hacer.
Son las ocho y media de la mañana. Como no tengo con qué distraerme, decido ir al río.
Me observo en el espejo que cuelga detrás de la puerta de mi habitación y creo que estoy decente. Trencé mi largo y rubio cabello, que me llega a media espalda. Mi piel es ligeramente bronceada pero aun así apliqué una capa de protector solar. Me coloqué un traje de baño entero de color verde oscuro, porque aunque soy delgada como una bailarina de ballet no me gusta mostrar mucho. Para cubrir mi traje de baño me coloqué uno short negro con una blusa ligera de color blanco, y para terminar me calcé unas bajas sandalias de estilo romano de color beige.
Estoy lista.
—Buenos días, mamá, papá—digo con una sonrisa, entrando a la cocina.
Mis padres están en la isleta desayunando cereal y una taza de café. Ambos tienen cuarenta y tantos, pero aparentan diez años menos, y según dicen están enamorados como el primer día.
Mi mamá se parece a blancanieves, con su piel tan blanca como la nieve, cabello largo y negro, con ojos oscuros casi negros, y unos labios naturalmente rojos como cerezas.
Por otro lado, mi papá parece un surfista. Dicen que me parezco mucho a él. Es rubio, de la piel broceada, como de un tono oliváceo, y con unos hermosos ojos verdes. Yo heredé sus ojos.
—Cariño, ya te preparé los dos sándwiches que me pediste, están dentro del microondas. También tienes dos botellas en la nevera, una con agua y la otra con jugo de naranja—me informa mi madre, después de tragar su último bocado de cereal.
—Gracias, mami—digo, coloco todo en mi mochila.
Me voy, pero no si antes depositar un beso en la mejilla de mi mamá y otro en la de mi papá.
—Kat…—me llama mi padre antes de que salga por la puerta.
—¿Si?—me giro para observarlo y, de inmediato, noto que oculta algo en su espalda.
—Tu cumpleaños fue hace una semana y lamento no haberte dado tu regalo antes…
—Papá, de verdad no importa—lo interrumpo, pero él alza la mano para silenciarme.
—Permíteme continuar. Lamento no haberte dado tu regalo, pero el envío se retrasó y no llegó sino hasta ayer en la noche. Toma—dice, tendiéndome lo que tenía oculto—. Feliz cumpleaños, hija.
—¿Es lo que creo que es?—me acerco los pocos pasos que me separan de mi padre y tomo entre mis manos a mi nuevo bebé—¿Es un Telescopio Camlink Portátil CSP60?—mis padres, asienten con una sonrisa en sus caras—¡Aaaaah! ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Es el mejor regalo del mundo! ¡Los amo, son lo máximo!
Soy consciente de que me veo como niña pequeña saltando por todos lados, pero estuve meses rogándoles a mis padres por este telescopio y ahora por fin es mío.
—Sé que querrás probarlo e irás al acantilado, probablemente regreses a casa en la noche, pero prométenos que no llegarás tan tarde—me pide mi mamá acercándose a donde estamos papá y yo.
—Lo prometo, ustedes quédense tranquilos. Solo probaré a mi nuevo bebé por unas horas y regreso a casa sana y salva—vuelvo a besarlos en la mejilla—Chao, los amo—esto último lo digo antes de salir por la puerta, para luego tomar mi bicicleta y manejar hasta el río.
Lastimosamente al llegar al camino que me lleva al río, noto que Jason y sus amigos están allí. Lo sé porque reconozco sus tres carros aparcados junto al camino al no poder pasar por él. Eso me hace suponer que sus propietarios están en el río.
Qué bueno que este pequeño bosque lo conozco mejor que ellos y que nadie. De modo que tomo otra vía entre los árboles que me lleva a una parte más allá de donde se encuentras los chicos.
Esta parte del rio la descubrimos Andrew y yo un año antes de que él se fuera. Es tan bonita que cuando la encontramos comenzamos a colocar grandes rocas en él hasta formar una pequeña poza. Además del acantilando, este era nuestro lugar favorito.
Reposo mi bicicleta contra el tronco de un árbol, para luego dejar en la hierba mi mochila y mi estuche con el telescopio.
Me quito el short, mi blusa y mis sandalias. Y sin miedo alguno corro y salto al agua del río.
El agua está helada, pero en poco tiempo me acostumbro a ella. Nado de todas las maneras posibles, saliendo del rio y volviendo a saltar en él. Por momentos me quedo simplemente flotando, disfrutando de la paz que ofrece estar en la naturaleza sin que el caos de la vida cotidiana la perturbe. Sólo me doy cuenta que debo de llevar mucho tiempo aquí cuando percibo que la luz del sol está bajando de intensidad.
Salgo del agua para verificar la hora en mi celular y descubro que son las dos de la tarde. El agua debe ser mágica para hacer que pierda la noción del tiempo, porque es increíble que casi cinco horas se me pasaran volando.