Los rayos de sol se colaban por la ventana, lo que le daba a entender que había amanecido. El verano apenas comenzaba y la temperatura aumentaba cada hora de la mañana. El sudor se le acumulaba en la espalda y lo hacía girar de un lado a otro hasta despojarse de la corcha de algodón que lo mantenía caliente; sentía la franelilla húmeda y adherida a la piel. Un ligero sonido vibratorio interrumpió el silencio de la habitación. Se lamió el labio inferior mientras se frotaba los ojos irritados por la luz incandescente. El teléfono seguía vibrando en alguna parte de la habitación, estiró el brazo toqueteando en una mesita hasta lograr dar con él. Deslizó en la pantalla la barra verde que titilaba: “contestar”.
— ¡¿EN DÓNDE HAS ESTADO METIDO TODO ESTE TIEMPO?! —Gritó alguien en la otra línea—. ¡HE ESTADO SALIENDO CON UNA ESTIRADILLA Y… NO SÉ QUÉ HACER!
William miró la pantalla del teléfono verificando el número.
— ¡Buenos días! —dijo acomodándose en la almohada, continuando su plan inicial.
— Me has tenido preocupado, hombre, pensé lo peor de ti ¡cualquier demente pensaría lo peor de ti después de semejante manera de mandarme a freír espárragos! A ver, anda ya y ábreme la puerta, tengo las manos ocupadas —se escuchó el rose de bolsas, dando a entender esto último.
Colgó la llamada y luego de unos minutos se levantó con un gruñido hasta quedar sentado en el borde de la cama. Frente a él, un espejo de cuerpo completo le mostraba en quién se había convertido estos últimos días: un saco pálido de ojeras un tono menos que su color de piel; disintió al mirar aquel personaje. Constelaciones de menudas pecas le salpicaban los pómulos y parte de la nariz. Tanteó con un dedo la débil línea de expresión que se hacía notar en el entrecejo, notó se había hecho más fuerte, pero no tanto para arruinarle el cálculo de edad.
Finalmente se puso en pie dejando salir un bostezo que le secó la boca; salió de la habitación hasta el pasillo que dirigía a la cocina y al recibidor, pensó en hacer una parada en la cocina antes de abrir la puerta, pero ya escuchaba el escándalo de su amigo. La última vez que lo dejó entrar casi lo corren del edificio, lo había dejado cuidando el apartamento por un par de días mientras él solucionaba algunos asuntos; el Señor Bernard le negó la entrada por algunos meses luego de que dos inquilinos le llamasen alterados por una supuesta revuelta en la habitación de Liam; otro vecino añadió que antes de aquel escandalo había visto a la recepcionista junto a una docena de personas entrar a la habitación. ” ¿Qué piensa usted que dirán acerca de mis servicios, Señor Parker? Usted ha sido uno de mis mejores inquilinos, mi respeto está con usted, pero lamentablemente, no puedo decir lo mismo cuando aparece su inculto amigo. “Le hacía saber el Señor Bernard excusándose por lo ocurrido.
— ¡Venga ya! —lo escuchaba decir desde el pasillo. No justificaba su comportamiento, sólo podía entenderlo. A pesar de ser tan opuestos, Liam, lo entendía. Ambos llevaban la misma rotura, heridos con la misma arma, Robbie daba a entender lo sano que estaba mientras se carcomía por dentro, mantenía su pasado alejado del presente, odiaba la sensación de temor que sentía al imaginar que si lo despertaba, ese pasado, terminaría destruyendo la inmunidad que había logrado crear hacia él, mientras que Liam luchaba por comprenderlo, aunque hacerlo no cambiase nada, pero era como sanar desde adentro. Creía que lo bonito de vivir sería recordar alegremente, dignamente aquello que en su momento logró herirle, deseaba abrazar fuertemente contra su pecho cada recuerdo que le hizo daño, saber que lo intentó y no sólo los dejó ir. No quería que le quedasen sólo los sueños de las cosas que deseó hacer, quería recordar las cosas que hizo, las que consumó, aunque le rasguen y le hieran peor.
Robbie se encontraba recostado del marco de la puerta con una sonrisa de oreja a oreja dejando ver sus grandes dientes. En una mano sostenía una mini bandeja desechable con dos Mocca´s cargados; en la otra, una bolsita de panadería la cual expuso delante de Liam al abrirse la puerta.
— ¿desayuno? —dijo mostrando el contenido de sus manos.
— Eras mi plan B. —Tomó uno de los Mocca´s y terminó de abrir la puerta ofreciéndole el paso.
— ¿Cuál era el plan A? —dijo cerrando la puerta con el contrafuerte del zapato.
— No tenía uno. —Sorbó café y se lanzó en un sofá individual que había comprado Jhosepine para visitas y que por alguna razón él no dejaba que las visitas lo ocupasen. Frente a él, Robbie se tumbaba en la que solía ser su cama muchas veces, un sofá en forma de L que se extendía de una pared a otra.