Estimado señor Miller.
Usted no me conoce, pero yo estoy comenzando a conocerle.
Se preguntará quién soy tras haber contemplado el obsequio adjunto que dejé para usted en el interior del sobre. Presupongo que habrá recibido excesiva correspondencia de personas dedicadas profesionalmente al periodismo, pero estoy completamente seguro de que ninguno de ellos se molestó en sorprenderle.
He pisado sus tierras, aquellas que usted recorría de niño y debo admitir que me sorprendió la belleza que albergaba la villa. Visité la granja en la que creció, no quedan pinceladas de los Miller entre sus paredes, pero hay un recuerdo que persiste, pese al correr de los años.
¿Sabe de qué le hablo, verdad? La muerte de sus padres y hermano, una tragedia que vive en el recuerdo de los residentes y que no han logrado borrar.
Me preguntó si usted logró erradicar el recuerdo o, en su defecto, los gritos de su madre prevalecen en su mente
Debo admitir, que no confió demasiado en el dolor que sintió con la perdida, porque años después usted se convirtió en aquel monstruo que entró en su domicilio el catorce de mayo.
No logro entenderlo.
Gracias a mi profesión he conocido a muchas personas que sobrevivieron a situaciones traumáticas, experiencias que te rompen por dentro, pero han empleado toda una vida en ayudar a gente que, como ellos, sufrieron situaciones similares.
¿Qué hay diferente en usted? ¿Por qué se decantó por hacer daño a otros?
Quizás nunca respondas a mis preguntas, quizás caigan en un abismo del que no logren salir, como usted, y no obtenga respuesta. Pero, ¿sabe una cosa? no pienso rendirme, dentro de mi persona no hay espacio para la derrota.
Pienso subirme en sus zapatos, pienso vestirme con su tez, pienso recorrer senderos, carreteras y descubrir cada resquicio de su vida.
No voy a cesar hasta que tenga mi historia.
Recuerde mi nombre, porque de ahora en adelante voy a descubrir cada uno de sus movimientos.
¿Cuento con su ayuda?
En espera de su respuesta, se despide atentamente, Logan Clifford.