Aún no hay charla, lo único que nos dijimos fue nuestro "hola" matutino. Hasta ahora sólo nos miramos fijamente intentando leer la mente del otro. Lástima que Lori no podrá encontrar algún detalle detonante en mí, lo contrario a lo que yo sí puedo hacer.
-¿Me describes la relación de tus padres ahora? - dijo cruzando los dedos de su mano. Me intriga saber porque no insistió con lo de mi hermana, después de todo ese es el tema central.
Me encogí de hombros en total desinterés - nunca vinieron a verme, me sorprende que aún paguen mi estadía aquí - rodé mis ojos - de seguro lo hacen para no quedar mal vistos.
Lori asintió lentamente y rascó su nariz en modo pensativo, el típico gesto que hace para pensar que cosa preguntarme.
Dudo si pensará en mí tanto como yo en ella fuera del consultorio. Creo que ambos tenemos cosas interesantes en qué hablar, lástima que Lori no lo sepa ver.
Debo ser muy cuidadoso con ella, si planeo que me ayude a salir de aquí, tengo que ganarme su confianza. Algo complicado, pero no imposible.
-Ellos se preocupan mucho por ti Charlie, y por lo que tengo entendido - dijo abriendo una de sus carpetas - es que tú no quisiste verlos, tú prohibiste las visitas ¿por qué me mientes?
Puse mi lengua en el paladar y asentí lentamente alzando mis cejas de forma burlona - claro que dijeron eso, ¿que parte de quedar mal vistos no oyó Doctora? - arrugué mi nariz en total desamparo - hicieron bien en no venir a verme Lori, es lo único que les agradezco.
-¿No te gustaría hablar con ellos? Tal vez te ayude a...
-¿¡A qué?! - dije alterado por su alocada propuesta - ¿sabe lo que sentiría al verlos? ¿tiene una idea de que se sentiría?
Ésta se mostró en calma y anotó un par de cosas en su cuadernillo - ¿Qué sentirías Charlie? Si nunca lo probaste.
-No - dije frunciendo mi boca - si con tan sólo soñarlos me genera depresión, no me imagino lo que será verlos en carne propia - bajé mi mirada levemente y la miré de reojo - ¿qué sentiría usted si viera a las personas que le hacían daño de pequeño? Esas historias de mounstros en los armarios de cuando somos niños, yo no sólo las conocía, yo viví en ellas Lori.
Al parecer lo que acababa de decirle la tomó un poco desprevenida e instintivamente acomodó su blusa cubriendo cualquier rastro de piel.
Por lo que puedo ver no somos los únicos siendo asechados por mountruos. Somos tan parecidos.
-Nuestras sesiones son privadas Charlie, pero si me lo permites, puedo hablar con tus padres - arrugó su frente demostrando su preocupación - me ayudaría mucho que compartieras éstas cosas que dices con mis demás colegas.
Negué lentamente con una sonrisa - no Doctora, lo siento pero no lo permito. Así estoy bien, confío sólo en usted - la última parte la dije aclarando mi garganta, esperando a que tuviera algún efecto en ella.
Me miró perpleja - ¿por qué tardaste tanto en hablar? ¿Sabes que eres un caso muy especial y conocido? Nunca mostraste avances Charlie, nunca hablaste, mis colegas nunca llegaron a conocerte.
-Pero yo si a ellos - reí por lo bajo - en mi vida tuve a dos psiquiatras, el primero a mis seis años. Se llamaba Richard Williams - alcé mis cejas acomodándome en la silla - era un hombre muy hogareño, eso lo sé porque su escritorio siempre estuvo repleto de retratos de su familia y sus tres hijos. Siempre me recibía con una sonrisa radiante, y era muy amable conmigo - me detuve por un momento y la miré fijamente a sus verdosos ojos - a él nunca le encontré un defecto, su vida era perfecta y eso me molestaba muchísimo. Mi segundo psiquiatra fue a los trece, Aaron James. A él le gustaban mucho los perros, su abrigo siempre estuvo repleto de pelos y ni hablar del olor - suspiré profundo recordando los detalles de aquellos días - estaba enfermo, tenía problemas con sus riñones, de eso estoy seguro.
-¿Cómo lo puedes estar? - dijo abriendo sus ojos intrigada a mi respuesta.
-Pude notar que en el borde de sus ojos había un color amarillento, además de que hubieron unos días en donde suspendieron mis citas con él. Creí que era por un transplante, y eso lo confirmé cuando volvió al trabajo y en nuestra sesión, me saludó con una de sus manos pegada al costado derecho de su abdomen. El nunca antes había hecho ese gesto, y no sólo eso, cada vez que tomaba asiento hacia la mueca - dije señalando mis ojos mientras los achico levemente - esa mueca de molestia. Con él tampoco hablé, sólo era un hombre enfermo, él no iba a entenderme, no cuando en esos momentos lo importante era su bienestar.
Editado: 24.09.2019