Ya han pasado tres atrevidos, juguetones e increíbles meses. Agosto está sobre nosotros con un sol radiante y un cielo despejado. Me molesta el tener que quedarme dentro de la enfermería atendiendo los mínimos casos que aparecían, mientras mis hermanos y sus cuatro amigos la pasaban en grande por el campamento. Papá me había dado unas desesperantes clases de enfermería y, a pesar de que me lo había aprendido todo de memoria, solía dormirme durante ellas. Meredith me dabas ermones de cómo tejer o arreglar muchas cosas.
Por mi parte, pasaba los días esperando la llegada de las seis de la tarde, hora en la que me escapaba con los chicos. Cada viernes le escribía una carta a mi madre, hermanas y abuelo. Además, de que todos los meses le pasaba una carta a mi buen amigo John, que había contestado dos de tres. Había pasado algunas necesidades, pero me sentía capaz de aguantar hasta octubre, ¿y por qué no? Incluso podría aguantar más. Pero justo cuando empezaba a quejarme de mi trabajo, comenzó lo peor.
Había problemas en la vanguardia y día tras día mandaban a por municiones y entregaban más de una docena de heridos. Al tercer día de que comenzara aquello, se marcharon Mayer y Owaley al frente. En cinco días no tuvimos noticias de ellos, pero tampoco aparecían entre los heridos que traían. Cuando apareció la lista de las bajas todos nos alegramos de no encontrarlos ahí.
Por mi parte, el trabajo era cada vez más duro. Llegaban cuerpos destrozados, mutilados y, en muchas ocasiones, solo podíamos verlos morir. Las bajas en la enfermería llegaban a ser mayores que en combate. A muchos les preocupaba esto y mi padre parecía tan distraído que, incluso, dejó de enviar una carta a mi madre ese mes. Al principio, pensé que le molestaba algo, pero luego descubrí que tenía un secreto. No me molesté porque no me lo contara, ya que el único de género masculino que me contaba sus cosas era John. Pero aun así seguí preocupada por la actitud de mi padre. Hasta que una noche me fue inesperadamente revelado. Papá nos pidió a Rich, Mich y yo que entráramos en su oficina cuarto. Yo me senté en la cama, Rich sobre su escritorio y Mich en su asiento con las piernas sobre la mesa.
—Mich, Rich, ¿cuándo se van? —preguntó papá.
—¿Adónde van?
—¿Cuándo? —preguntó papá otra vez.
—Esta noche —dijo Rich muy bajo.
—¿Adónde se van? ¿Adónde?
—Charlotte, hablo con tus hermanos —me reconvino papá.
—Dime qué pasa y me calmo.
—Hacen faltas más refuerzos en el frente. Richard y yo debemos ir —dijo Michael.
—¿Por qué ustedes?
—Esto no es razón de uno o de otro. Nosotros somos soldados y debemos ayudar a nuestra nación —sentenció Richard.
—Richard...
—Los he reunido aquí para hablarles. Quiero decirles que… que… me vuelvo a casa mañana en la tarde.
—¿Qué? —preguntamos los tres.
—Hijos, eso es todo. Déjeme un rato. Charlotte, prepárate, te vienes conmigo —ordenó papá. —Ahora, fuera.
—No puedo creer como se está comportando —se quejó Rich.
—Se está poniendo viejo —dijo Mich.
—¿A qué hora se marchan?
—A las siete de la noche —indicó Mich.
—Estaré ahí.
Salí corriendo al salón de descanso de las enfermeras. Me tiré en la litera y me quedé callada por un rato. Cerré los ojos un rato y pensé en mis hermanos. Mi padre estaba siendo realmente injusto, ni siquiera los iba a esperar. Me sentía molesta con él y no quería irme sin Richard o Michael. Pero mi padre era un hombre autoritario y yo no sería su primera hija en desafiarlo. Por lo que llena de sumisión, pero también de rencor e ira, comencé a recoger mis cosas. Cuando ya todo estaba listo llegó Meredith con su sonrisa piadosa y tranquila.
—¿Ya hablaste con tu padre? —preguntó Meredith.
—Así es Meredith.
—¿Paso algo allá dentro, pequeña?
—Me marcho a casa con mi papá.
—¿Y estás molesta por…?
—No quiero dejar a mis hermanos.
—Bueno…
—¿Dónde encontraran una enfermera tan rápido? ¿Cómo la traerán acá?
—Debes tranquilizarte, Charlotte —me miraba como respiraba agitadamente—. Ven, te voy a dar un regalo.
Se me acercó y se quitó del cuello un broche de bronce con una cruz roja. Meredith tomó el cuello de mi blusa y me lo puso con suma delicadeza. Me abrazó y salió dejándome totalmente sola en aquel lugar repleto de literas. Una lágrima comenzó a asomar por mis ojos negros y la suprimí con un ademán. Terminé de recoger las cosas y puse mi maleta sobre la cama. Como no me sentí contenta, hice lo mismo que Sammy cuando era niña. Tomé una caja de botas que había tirada al lado de la enfermería y comencé a pegarle hojas, cintas y retacitos de tela. Al cabo de un rato se me ocurrió una idea magnífica. Salí con mi cajita a eso de las seis y media a buscar a mis hermanos. Los encontré ya preparados y en la compañía de Tryte y Dennan. Mich, al verme, me abrazó y me preguntó entusiasmado por la extraña cajita llena de adornos extravagantes.
—Pensé que aquí pudiéramos guardar recuerdos de estos momentos, y cartas.
—No es mala idea. Te íbamos a pedir que les dieras estas cartas a mamá y a las chicas.
—Vamos.