Charlotte

Capítulo 8

Después de aquellos recuerdos, dejé de llorar y abrí los ojos para encontrarme rodeada por los brazos de Frank Mayer. El muchacho me soltó y dejó que me acomodara en mi cama para luego arroparme. Me quedé dormida y llena de dolor. No fue un sueño tranquilo, estuvo plagado de pesadillas. No tuve noción del tiempo que dormí, pero cuando abrí los ojos, ya era de noche.

Owen Owaley estaba sentado en la butaca, aunque profundamente dormido, en la que había estado sentada Meredith. Frank Mayer estaba acostado en el suelo y roncaba. La jeringa, el gorro y los grados de sargento estaban en la caja. Yo en la cama miraba a todos lados. Me levanté y comencé a preparar mis cosas. No me iba a quedar ni un día más en aquel lugar que no tenía nada para retenerme. Desperté a los chicos dejando caer una bandeja de metal.Ambos, preocupados, corrieron hasta mí.
—No te levantes más —pidió Frank.
—No seguiré postrada en una cama.
—Charlotte, debe reponer fuerzas.
—No me diga que tengo que hacer o no Owen —dije con furia.
Pero algo me contuvo. Quizás fue la manera en que Mayer abrió los ojos, o como soltó mi mano de un salto. Quizás fuera la manera en que Owaley me miró y camino unos pasos hacia atrás. Me quedé callada unos segundos y luego me incliné sobre mis cosas. Mayer se sentó en la cama en la que yo había estado acostada y apartó la vista de mí. Owaley, sin embargo, seguía en pie mirándome fijamente.
—Lo lamento.
—¿Qué? —preguntó Owaley.
—No debí molestarme con usted.
—Me demostró algo, Charlotte.
—¿Qué fue, Owen?
—Es usted una chica tan fuerte, que ya ha superado la mayor parte de este acontecimiento que la agobia.
—¿Qué quiere decir «cuerpo no encontrado»?
—Que la persona, viva o muerta, no se encontró.
—¿Entonces, hay esperanzas?
—Normalmente, no.

Pero ya eso lo sabía. Era imposible que de un momento a otro llegaran dos soldados con una camilla y mi hermano Michael con solo una herida en una pierna. Debía de volver sola a casa, sin más compañía que el dolor y la angustia de llevar semejante noticia a mi hogar. No paré de pensar en mi madre mientras recogía las cosas y me alistaba. Mayer se acostó y, en un momento, volvió a roncar; mientras que Owaley, pensativo, seguía en pie. Quizás él tenía idea de lo que planeaba yo. Iba a desertar, y eso era penado con la muerte. Lo miré llena de miedo y él se rió por mis ojos.
—¿Te vas?
— Claro.
— Bien.
—¿Bien?
—Por supuesto.
—Estoy desertando.
—Eres enfermera. Las enfermeras no desertan.
—¡Ah!
—¿Más tranquila?
—Sí, más tranquila.
—¿Te consigo transporte?
—¿Puedes?
—Sale una carreta en busca de víveres hasta la capital. Van dos enfermeras además de dos funcionarios.
—Sí.
—Son solo dos ciudades de por medio. ¿Tienes dinero?
—No.
—Toma.
—No puedo aceptar el tuyo.
—Por favor.

Me puso unas cuantas monedas en la mano y se fue de la habitación. Me sentí más tranquila con el apoyo de aquel hombre. Después de un rato, ya tenía todo listo para marcharme. Me puse el sobretodo y me hice un moño alto y sin cintas. Meredith me regaló una cobija que me quedaba corta y un pañuelo que me ató a la cabeza. Luego, hablamos un rato de sus hijos y de su futuro. Mayer despertó y salió en busca de Owaley. Volvieron a la media hora y, por la mirada de Owaley, me abracé a Meredith. Ella se secó unas lágrimas y me deseó toda la fortuna del mundo. Owaley me tomó de la mano tras ponerse mi bolso al hombro y salimos de la carpa. Mayer puso su brazo por mi cuello y me dejó apoyar la cabeza en su hombro.

Fuera llovía y hacía frío. Pero yo sentía tanto respeto y un cariño inexplicado hacia aquellos muchachos que temía la hora separarme de ellos. No era mi único temor. El comenzar un largo viaje yo sola, me fatigaba y llenaba de temores mi cabeza.Al llegar a la carreta, vi a las otras dos enfermeras y a
losfuncionarios.

—Te escribiremos —Mayer me abrazó.
—Espero que se vayan pronto de aquí.
—En un mes —Mayer me besó la frente—. Sigue así Charlotte, sigue así. No pierdas nunca la fe ni el valor. Si no los pierdes, volverás a vernos pronto.
—Lo mismo digo —ratificó Owaley.
—Eres un buen amigo, Owen —él me abrazo y, al igual que Mayer, me besó en la frente.
—Buen viaje —dijo y me soltó.

Subí en aquella carreta y, llena de temores, esperé a que comenzara a rodar. Les envíe un beso con la mano a los dos muchachos a los que perdí de vista con la lluvia. Me refugié junto a las otras enfermeras en el fondo de la carreta y las vi titiritar de frío. Tenía tanto frío como ellas a pesar de estar bien abrigada. No era normal aquel frío en verano pero era solo la lluvia y a lo mejor la soledad que nos rodeaba a las tres espiritualmente.



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En el texto hay: amor, guerra, soledad y muerte

Editado: 18.05.2020

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