Charlotte

Capítulo 11

Una semana después de la muerte de mamá, Jane y los Dwen iniciaron su viaje a Europa. Fue una mañana tempestuosa en la que las seis mirábamos a nuestra hermana entrar, con su mejor vestido negro, a un lujoso coche cargado como una diligencia.Antes que ella, había entradoAlicia Dwen que esperaba que su bebé de cinco meses pudiera nacer en Londres; iba con un ancho vestido azul claro y un sombrero de plumas. El señor Dwen ya se subía al coche cuando caminó hacia nosotras y nos dio a cada una un beso en la frente, como un padre lo hace a sus hijas. John salió de la casa en último lugar y, tras besar en las
mejillas a todas, me dio un beso a mí y un fuerte abrazo. Me susurró que me escribiría siempre que pudiera y que me iba a extrañar mucho. Luego se marchó a grandes zancadas hasta el coche. Jane sacó la cabeza por la ventanilla de atrás y se despidió con la mano; grandes lágrimas caían por sus ojos. Ahí se iba la primera de nosotras.

Después de las Navidades y deAño Nuevo, Lisa decidió marcharse, al fin, al convento. Una mañana, casi de madrugada, la acompañamos con Wilson a que tomara el tren. Mi hermana iba sonriente y con la expresión de quien sabe que hace lo correcto. Dándonos besos a todos, rogando a las pequeñasquesecomportaran,aSammyyamíquecuidáramos de todo y al abuelo que nos enseñara bien a las cinco. Se montó en el vagón y, derramando unas lagrimitas, nos dijo adiós con la mano. Las cinco corrimos tras ella hasta el final del andén.Ahí se iba la segunda de nosotras.

En febrero, la enfermedad de Tracy pareció ceder terreno aunamejoría.Yahabíacomenzadoarecobrarcolores,cuando un día despertó escupiendo sangre otra vez. Llamamos a un doctor que la atendió y medicó rápidamente. Nosotras temíamos por ella y esperamos en la sala. Hasta que la pequeña no dejó de delirar por la fiebre, el doctor no nos dejó verla. A eso del mediodía, la niña despertó sin rastro de la fiebre y con una sonrisa en sus labios. Incluso, la pudimos bajar a almorzar con nosotras. Durante la tarde, Sammy tocó
el piano, el abuelo leyó cuentos de hadas para todas yWilson bailó con cada una las piezas que tocaba Sammy. Después de la cena, nos quedamos a reposar en la sala conversando alegremente y fueTracy la que más se rió y se divirtió. Estaba completamente sana, al parecer. Pidió, a la hora de dormir que Holly durmiera esa noche con ella en el cuarto de nuestros padres.Afirmó que, cuando dormía ahí sola, aislada por su delicada salud, se sentía muy desdichada. Con un enorme sentimiento de culpa, permitimos que Holly la acompañara esa noche.

Ala mañana siguiente, Sammy y yo las fuimos a despertar. Estaban las dos abrazadas y sus caritas muy juntas. Pero una carita estaba sonrosada y tibia y la otra pálida y muy fría. Tracy murió en los brazos de su hermana más querida y después de pasar un último día encantador en familia. Ahí se iba la tercera de nosotras, a un lugar mejor. Todas quedamos muy dolidas por la muerte de Tracy, fue una agonía total; la pérdida de aquella niña querida de cabellos rubio y corto con unos preciosos ojos color miel que dejaron de ver la luz de una manera muy egoísta. Su muerte, a tan temprana edad, hizo un hueco en la familia. Solo tenía catorce años. Por aquellos días pensaba que Dios era injusto, enviando la muerte a quien no se lo merecía. Después lo justifiqué un poco, porque seguro Dios la había dejado caer en la tierra como un ángel para hacer algún bien, y ahora lo llamaba a su lado.Aunque el aspecto de ángel siempre había sido el de Agui, el verdadero era el de Tracy. Es que a mi parecer,Agui, Tracy y Holly fueron siempre ángeles.Alos
que amé, amo y amaré hasta el fin de mis días. Porque mis tres hermanas pequeñas contribuyeron a que aprendiera a hacerme mujer y a hacerme fuerte y decidida.

Para ese entonces, Lisa tenía veintiún años y era una mujer muy hermosa, aunque un poco inmadura y la religión parecía haberla metido en un sueño. En sus cartas, encontraba palabras y formas de hablar de cómo lo haría una adolescente enamorada. No era nada propio de Lisa, una muchacha siempre de tan buena compostura y modales impecables. Quizás era cierto, como ella decía, que había cambiado. Pero no me parecía que ese cambio era para algún bien. Sammy de dieciocho, por otro lado se había convertido en una mujer de una manera muy rápida y completa. Con el apoyo de Wilson, los consejos del abuelo, y mi forma de tratar a las niñas, se hizo tan fuerte como yo. Era un ejemplo para todas nosotras y la seguíamos ciegamente ante cualquier contratiempo. Yo, que ya tenía diecisiete, también me sentía que había crecido mucho. Me dedicaba a comprender la vida que podíamos llevar, a sacar cuentas y a llevar los gastos de la casa. Pero mi entretenimiento favorito se había convertido en escribir cartas. Una vez al mes, me sentaba ante mi escritorio y escribía una carta para Lisa, una para Jane, otra para John, otra para Owen, otra para Frank, otra para Meredith y una última para el señor Dwen.

Ágataporsuparte,yacondieciséisaños,gustabadeayudar en la cocina y pasar horas tocando música. Se estaba poniendo muy alta y una noche, en que se vistió con una camisola verde y se recogió el cabello rojo en un moño alto, nos dio un buen susto. Bajó a tomar leche a la cocina y tiempo después lo hicimos Sammy y yo.Al entrar, dimos un grito de espanto, puesAgui estaba de espaldas y vestida y arreglada
así parecía el fantasma de mamá. Desde entonces, se recogía el cabello en aquel moño. Jane, de quince años, se había hecho toda una señorita. En sus cartas, mostraba felicidad y modales exquisitos. Aquel viaje a Europa y las compañías que había comenzado a frecuentar, la habían hecho menos arisca. Quizás se había dado cuenta de que había personas más ariscas que ella, y que no tenían ninguna compañía o
todos hablaban mal de ellas, así, que temiendo quedarse sola, dio aquel cambio. Pero seguía siendo, en su interior, una niña elegante, pero resabiosa. Por otra parte Holly, de trece años, se había vuelto reservada y, en muchas ocasiones, se encerraba en el armario de la sala a llorar.Ahí la encontrábamos casi todas las tardes. Cuando no estaba escondida en el armario, se iba a cabalgar en una yegua que nos había dejado el señor Dwen al marcharse. A tan corta edad había sido privada del amor de su madre y de la compañía de su hermana más querida y eso la había comenzado a amargar. Gracias a Dios, la niña se sobrepuso y dejó de esconderse para llorar, aunque siguió saliendo a cabalgar sola.



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En el texto hay: amor, guerra, soledad y muerte

Editado: 18.05.2020

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