¡Por fin, llegamos!
Bajamos del autobús con un dolor de espalda y de culo. Salvo por tres personas, éramos las únicas en bajarnos en esta parada. Cogimos las maletas con mucho dolor y observamos nuestro alrededor, viendo como se marchaba el bus.
-¿Y ahora qué?
-Tenemos que llamar a la encargada de la residencia. Me dijo que cuando llegáramos la avisara. Tardaría diez minutos en venir.
-¡Llamémosla ya antes de que me congele! -refunfuñó Dory.
Marqué el teléfono y al segundo pitido fue cogido.
-¿Donna? Hola soy Valentina. Ya estamos aquí.
-¡Bien chicas, ahora os recojo! -y colgó.
-Ya viene Dory.
-Genial, significa que aún no ha llegado mi momento.
-¡No digas esas cosas!
-¡Es lo que siento!...Y unos nervios que me comen por dentro.
-Yo también estoy nerviosa... Y estoy dudando que haya sido buena idea.
-¡No te preocupes por eso! Es normal pasarlo mal en la primera semana de estar en un sitio diferente. Tuviste que oír mis llantos los primeros días cuando mis padres me mandaron a Polonia, ¡para tener quince lloraba y hablaba como una de cinco!
-Nunca me dijiste que supieras hablar polaco.
-¡Y no sé! Me junté con una inglesa que le gustaba la fiesta y estaba toda la noche de fiesta en fiesta. Aprendí algunas frases que solté a mis padres al volver y listo.
-Típico de ti.
-¡Yeah! -hizo con sus dedos la señal rockera y sacó la lengua. Sonreí por ello. Era tan payasa.
Me había llevado a la mejor aventurera a estas tierras del sur.
Un coche azul frenó al lado de nosotras y bajó la ventanilla. Una chica de unos treinta años, de cabellos castaños y rizados, ojos verdes y brazos delgados, nos saludó con una sonrisa.
-¡Subid chicas! -dijo con ese acento escocés que escuchamos desde que bajamos del avión. Quitó los seguros y salió para ayudarnos con las maletas. Para ser delgada y bajita, tenía una fuerza que impresionaba al subir las maletas como si nada. Dory no dudó en meterse para dentro de un salto.
Dentro del coche con la calefacción puesta y en marcha, empezamos hablar.
-¿Quién es Valentina?
-Yo -me presenté- Y ella es Dorothea Wellhorg.
-Un placer -extendió su mano y saludó a Donna.
-Igualmente, yo soy Donna Gilmor ¿Primera impresión?
-Frío es lo primero que pensamos -respondió Dory, lo que hizo carcajear a la chica- Y más viéndote sólo en manga larga.
Donna arrancó el motor y comenzó a conducir por la travesía.
-Muchos estamos acostumbrados a este clima, por lo que será normal hasta ver a los estudiantes en tirantes -ironizó Donna- Sigo pensado que puede ser por las hormonas. No os asustéis si véis a los chicos algo...espabilados.
-¿Salidos quieres decir?
-¡Dory!
-¡Exacto! Diste en el blanco.
-Ufff, eso lo hemos visto mucho, más en el vecindario de ésta.
Me guardé mi risa nerviosa y me ruboricé. Si supieran que era porque estaban en su momento de apareamiento, me mirarían como una loca chiflada que inventaba cosas.
-Estos chicos van de exagerados. No sé cómo les educaron sus padres, pero la mayoría van de machos duros y en plan narcisista, como si se creyeran duros escoceses.
-¿No son de por aquí? Me refiero a que tengan familia y que hayan nacido aquí -pregunté curiosa.
-Para nada. Vivo aquí desde que nací y la población era de sólo cincuenta personas. Llegaron un montón de familias hace unos veinte años y este sitio ha recuperado algo de su brillo.
-Entonces...¿la universidad es nueva?
-Por decirlo así, sí. La construyeron hace doce años y mucha gente de las partes de al lado vienen aquí a estudiar. Es más fácil que ir a la ciudad. Vosotras sois las primeras en venir de tan lejos.
-¿Has oído Val? ¡Somos las extranjeras! ¡Eso nos puede dar puntos!
-O tratarnos como idiotas.
Nos reímos las tres en el coche por la ocurrencia.
-No os tenéis que preocupar por nada. Aunque haya más gente joven que mayor, todos son buenos chicos. No han creado ningún problema a nadie y son muy solidarios con las ayudas del pueblo.
-¿No hay fiestas? -preguntó preocupada Dory. Ella quería hacer su debut, y el mejor sitio para que todos la conocieran era en las fiestas.
-¡Claro que las hay! -alzó la voz Donna- Lo hacen en la plaza o en una mansión cerca del bosque y alejado de las casas, para no molestar a nadie.
¿Una mansión?
-¿A quién le pertenece?
-Pertenece al alcalde, y vive con su mujer y su único hijo. Supongo que lo conoceréis en la universidad. Más o menos tiene vuestra edad...¡Bueno chicas, ya hemos llegado!
Vuelvo a la realidad y miro por el cristal el pueblo. Me quedé sin palabras, literalmente. En las fotos de Internet era precioso, pero verlo en persona era más increíble. Las casas seguían la estética de ser blancas, de piedra y de madera robusta, con puertas de colores y una gran vegetación verde. Todo ello girando alrededor de la costa, donde por el otro lado Dory y yo podíamos ver la playa y el mar.