Chicago

Capítulo 14

Jay

Sé que pude haber parecido un cobarde al salir del bar de esa forma, pero ya no podía seguir viendo cómo Severide la tenía pegada a él como si fuera suya, ni mucho menos cómo competía con ese tipo para ver quién se la llevaba. Emma no es un trofeo, ni una conquista. Es la chica más increíble que conozco y ahí estaban esos dos idiotas midiéndose como si ella no tuviera voz.

Sí, fui un imbécil por no insistir, lo sé. Pero su mirada lo decía todo: se siente atraída por ambos. ¿Y yo? Yo no tenía lugar en esa escena, y eso me estaba matando por dentro.

¿Por qué? ¿Por qué me hierve la sangre con solo pensar en ellos cerca de ella? ¿Por qué quiero ser yo quien la abrace así, quien le provoque ese deseo tan evidente en los ojos?

Días después

La gala se acercaba y era un hecho: no iba a asistir. No pude preguntarle a Emma, no encontré el momento. Los días estaban desbordados. Salían uno, dos... hasta tres casos al día. Estábamos exhaustos.

—Quiero que ya se acabe la semana. Es demasiado para mí —bufó Anny mientras revisábamos la información de nuestro nuevo caso. Ella siempre se estresa con facilidad.

—El sábado es la gala y luego tenemos dos días libres —le recordó Antonio desde el lado opuesto de la oficina.

Las relaciones entre compañeros no eran algo que el sargento Voight aprobara. Después de lo que pasó conmigo y Erin, dejó en claro que no toleraría más situaciones complicadas que pudieran afectar el trabajo. Aun así, a veces los gestos de afecto entre Anny y Antonio se escapaban sin querer.

—Quiero que llegue ya, son demasiados casos esta semana —me reí un poco por las quejas de Anny. A veces parecía una niña.

—Todos lo queremos, Anny. Pero ahora necesitamos avanzar con este caso —intervino Marina con tono firme. Si no la frenaba, Anny terminaría haciendo un berrinche. Y nadie tenía energía para eso.

—Bien, pásame la carpeta —murmuró la morocha, resignada.

Situaciones como esta eran comunes en la unidad, y aun así no dejaban de hacerme reír. Era divertido ver a Anny sufrir, especialmente con todas las bromas que suele hacer.

Emma

Días después de lo ocurrido en el bar, me enfoqué por completo en mi trabajo. Finalmente logré terminar mi libro y enviarlo a mi editor. Como siempre, me felicitó por la historia. Ahora sólo quedaba esperar los detalles de publicación. Me emocionaba pensar en tenerlo por fin en mis manos, anunciarlo en redes y leer los comentarios. Aunque, honestamente, también me ponía muy nerviosa.

Con un poco más de tiempo libre, me dirigí al MED. Will me había invitado a almorzar y, por lo que entendí, tenía algo importante que contarme.

Apenas llegué, lo vi junto a un puesto de café. Llevaba el uniforme del hospital con su bata blanca encima. El rojo del uniforme hacía resaltar aún más su cabello, y se le notaba algo cansado.

—¡Weasley! —grité. Varios pacientes y personal del hospital se giraron a mirarme. Me puse roja de la vergüenza y corrí hacia él.

—¿Era necesario gritarlo? —preguntó alzando una ceja, divertido.

—¡Es la costumbre! Ya, abrázame —me acerqué con los brazos abiertos.

—Estás loca, ¿lo sabías? —me abrazó con cuidado. Siempre lograba calmarme con un simple gesto.

—Así me quieren.

—Por desgracia —bromeó, y le solté un golpe suave en el brazo.

—Qué malo eres, Will Halstead.

Lo observé mejor. Llevaba la barba un poco más crecida de lo usual, y unas ojeras profundas por la falta de sueño.

—¿Vamos a comer?

—Claro, señorita Rhodes —me ofreció su brazo con teatralidad.

—Con gusto, señor Halstead —lo tomé, riendo, y caminamos hacia la cafetería.

La comida del MED no era nada mala. Cuando terminamos de servirnos, nos sentamos junto a una ventana. Era un día soleado, el cielo claro, y el naranja de los árboles pintaba un paisaje otoñal hermoso. Ya estábamos a mediados de noviembre.

—Bueno, ¿qué es eso tan importante que querías decirme? —pregunté mientras él masticaba su sándwich de pavo.

Will se limpió con una servilleta, pasó la mano por los labios para quitar las migas y me miró fijamente con sus ojos castaños.

—Eres la segunda persona en enterarse —hizo una pausa dramática. Sabía que le gustaba hacerme desesperar.

—¡Will, por favor, dilo ya!

—Qué impaciente eres —intentó contener la sonrisa, y me sacó de quicio.

—Habla ya, Halstead.

—Me voy a casar.

—¿¡Qué!? —tardé unos segundos en asimilar lo que había dicho—. ¡No me lo creo! ¡Felicidades! —le di un abrazo fuerte, feliz por él. Había esperado esto desde hace tiempo.

—Shhh, sólo tú y Jay lo saben.

—Lo siento, pero no puedes soltarme eso y esperar que no grite de emoción.

Por suerte, la cafetería no estaba llena.

—Debí haberme preparado mejor —suspiró—. Pero tenía fe en que te controlarías.

—Y yo tenía fe en que dejarías de meterte en problemas a los 28, pero mira dónde estamos —le apunté con el tenedor antes de volver a comer.

—Eso me ofende... muchísimo —dijo, bebiendo de su vaso.

—Yo también tengo buenas noticias —le avisé, y él me miró con interés—. Terminé el libro. Ya está en proceso de publicación.

—¡Eso es genial! Trabajaste en él seis meses —sonrió, me despeinó como siempre, y yo le lancé una mirada de reproche.

—¿Sabes cuánto me cuesta peinarme?

—No lo hago a propósito, es que estoy orgulloso de ti, pequeña —su sonrisa cálida me derritió el corazón. Quiero mucho a Will. No lo cambiaría por nada.

—¿Y por qué Halstead está orgulloso de mi hermana? —la voz de Connor me devolvió de golpe a la realidad.

—¡Connor! ¿Qué haces aquí? —pregunté girándome hacia él.

—Trabajo aquí —me respondió como si fuera obvio, mientras se sentaba en la silla libre.

—Quiero decir, ¿no estabas de descanso?

—Me llamaron por un paciente y tuve que venir un rato —explicó mientras me robaba descaradamente un pedazo de pollo de mi plato.



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En el texto hay: amor, chicago, chicagopd

Editado: 27.07.2025

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