Hace dos minutos escuchè el despertador sonar, apenas abrì un ojo pude notar el reloj que marcaban las 6:00 am. Di media vuelta para quedarme un ratito más en la cama, sentì que solo pasaron cinco minutos, en lo cual mi celular comenzó a sonar. Una llamada entrante alcancé a leer luego de volver a abrir el mismo ojo que antes.
—¡Alissa!¡¿Dondé estas?!— escuché gritar del otro lado del teléfono segundos despuès de atender. Miré de reojo el reloj que marcaban las ocho y punto.
—¡Carajo!—exclamé, sin darme cuenta que seguía al teléfono—Lo siento, estoy en el tráfico—me excusé y colgué.
Sabía que mi jefe me iba a matar. Me apresure en darme una ducha rápida y salir corriendo al trabajo.
—¡Alissa, llegas dos hora tardes!—exclamó mi jefe, estaba furioso, no solo porque me demoré en llegar, sino que además estábamos corto de personal y en vísperas de navidad, donde la gente suele salir y encontrarse en estos sitios, en los restaurantes.
Soy mesera, desde que dejé la universidad, nunca me gustó estudiar asique decidí trabajar. A veces, cuando me tocan clientes como empresarios o médicos me arrepiento de no haber seguido estudiando. Mi gran sueño siempre fue ser modelo, aunque me presenté en varios casting nunca me llamaron y aunque no podía seguir viviendo con mis padres tuve que salir al mundo laboral para independizarme.
—¡Alissa, ve a la mesa diez!—gritó mi jefe desde el interior de la cocina. El vestía con una camisa azul con cuadros de color blancos y unos pantalones negros, era algo relleno y de cabello castaño un poco calvo.
—¡Voy!—contesté. Tome la orden y volví a la cocina.
—Ten estos pedidos—ordenó el jefe—¡Vamos Alissa, que no tenemos todo el día!—a veces puede ser muy pesado, pero que podía hacer, era el único trabajo que tenía.
Terminado mi turno, dejé mi delantal colgado en la cocina y me dirigía hacia la salida.
—¡Alissa!—volvió a pronunciar mi nombre, el odioso jefe. Suspiré y me di vuelta hacia él— lo siento Alissa, pero estás despedida.
—¿¡Qué?!—exclamé, la mezclas de sentimientos entre tristeza y odio inundaban mi pecho—¿¡Cómo me puedes despedir?! ¡¿Solo tienes dos empleadas porque los demás renunciaron y encima me estás despidiendo?!
—Claro que puedo, casi siempre llegas tarde y no llegas a hacer todo lo que te ordeno—contestó mi jefe, bueno ya no lo es—necesito más gente responsable asique buscaremos a otra.
—¡Eres un un odioso y maldito jefe!—no podía creer que estaba insultando a ese hombre, nunca soy así, no me gusta agredir a las personas, ni faltarle el respeto, pero este señor hizo que explotara todo lo que sentía adentro. Tomé mis cosas y salí furiosa del lugar.
Al llegar a casa, me puse ropa cómoda y me tiré a mi cama a llorar. Todas mis preocupaciones empezaron a aparecer en mi cabeza.
¿Y ahora que voy hacer? Solo tengo un par de ahorros, pero no alcanzará para vivir más de un mes. ¿Podré conseguir otro trabajo? No quiero volver a la casa de mis padres.
Una llamada entrante me sacó de mis pensamientos.
—Mierda, los llamé telepáticamente—me murmuré a mi misma, viendo que era mi madre la que llamaba.
—Alissa ¿Cómo estás?—preguntó mamá del otro lado de la llamada.
—Hola mamá, bien—no podía contarle que me habían echado del trabajo—¿Cómo está papá y tu?
—Estamos bien hija—podía notarse que mamá tenía el teléfono en altavoz, ya que mi padre le murmuraba palabras por detrás—Esta noche vamos a cenar a la casa de los Morellis y estas invitada.
—Dile que no irá James—murmuró papá por detrás.
—Papá, mamá, los estoy escuchando—rodee mis ojos, aunque sabía que no podían verme.
—Perdón hija, bueno espero que puedas ir, te queremos—respondió mamá y antes que pudiera decirles yo también, colgaron.
Bueno, no tengo otra cosa que hacer esta noche, asique tal vez vaya a la cena. Hace mucho no veo a los Morellis, uno de ellos es mi mejor amigo que nos conocemos desde el primer día de secundaria, cuando terminamos el colegio el se fue a la universidad de Boston y nunca más nos vimos, aún así, él se fue sin despedirse de mí y la relación quedó algo inconclusa. Pese a que no nos volvimos a ver, lo extraño demasiado.
Me di una ducha, me coloqué un vestido rojo, zapatos blancos y planche mi cabello, me maquillé un poco ya que se podían notar mis ojeras de tanto llorar y me fui a la casa de los Morellis.
Ellos me recibieron muy contentos, su hermana pequeña que ya no lo era, porque tenía quince años me dió un fuerte abrazo de bienvenida, nos sentamos en la sala, minutos después llegaron mis padres y comenzamos a beber algo de alcohol. Ambos padres contaban anécdotas graciosas y todos reíamos, la pasamos bien hasta la hora de la cena. El timbre sonó en la casa en lo que la señora Morelli fue a atender la puerta, cuando escuché los llantos de esa mujer sabía que lo que estaba por ver, también me iba a hacer estremecer.
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Editado: 21.11.2019