Cicatrices Invisibles

Capítulo 19 - Lazos Que Queman

Alejandro se sintió como si el tiempo se detuviera al ver a Sofía de pie en la entrada de su casa. Una oleada de preguntas lo inundó, dejándolo aturdido y sin aliento. ¿Cómo había llegado ella hasta allí? ¿Cómo había descubierto dónde vivía? El miedo lo paralizó, como si un velo oscuro se cerrara a su alrededor, impidiéndole articular palabra y haciendo que su corazón latiera con fuerza descontrolada.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando, como impulsado por una fuerza invisible, giró lentamente la cabeza y se encontró con la mirada sorprendida de su padre. La expresión de asombro en el rostro paterno solo profundizó su confusión. ¿Qué estaba pasando? Las palabras que había escuchado apenas unos segundos antes resonaban en su mente, aumentando su desconcierto.

La madre de Alejandro se volvió hacia él con una sonrisa que desprendía un dejo de sarcasmo, cortante como un cuchillo en el aire pesado de la sala.

—Vaya, parece que nuestro hijo se divierte en la escuela —dijo con un tono de desprecio que helaba el ambiente.

Un nudo se formó en el estómago de Alejandro al escuchar las palabras de su madre y ver su expresión. La incertidumbre se apoderó de él mientras su mente se llenaba de temores sobre lo que vendría después de ese comentario.

La madre de Alejandro dirigió su atención hacia Sofía, quien aún permanecía en la puerta, sin apartar la mirada de ella.

—Oh, querida, lamento mi descortesía. Por favor, pasa —dijo con una sonrisa que parecía más una mueca forzada, apenas logrando ocultar su incomodidad.

Sofía, manteniendo su compostura, respondió con cortesía.

—Gracias, señora. Se nota que es muy amable —sus palabras resonaron en la habitación, dejando un rastro de amargura en el aire que se palpaba.

La madre de Alejandro notó las bolsas que Sofía sostenía en sus manos, y su expresión se tornó dubitativa.

—Veo que llevas algo en las manos, ¿Podrías decirme qué es? —preguntó, dejando entrever su curiosidad.

Sofía mostró las bolsas con una sonrisa radiante, irradiando amabilidad y sinceridad en su explicación.

—Compré esto de camino. Quería conocer a la familia de mi novio, así que lo
traje —explicó con gentileza, mostrando las bolsas como un gesto de hospitalidad.

El padre de Alejandro se sumó a la conversación, con un leve nerviosismo perceptible en su tono.

—Vaya, qué diligente eres —comentó, intentando ocultar su sorpresa ante la visita inesperada.

Sofía respondió al padre con calma y cortesía.

—Sí, quería conocerlos y qué mejor manera que con una cena para la ocasión —dijo, acompañando sus palabras con una sonrisa amable.

—¡Alejandro, muévete! —ordenó el padre con autoridad, señalando las bolsas que Sofía sostenía.

—Ayúdala con las bolsas —añadió, transmitiendo su orden con claridad, mientras esperaba la cooperación de su hijo.

Alejandro se sacudió de sus pensamientos y se apresuró hacia Sofía para tomar las bolsas, deseando desviar la atención de la tensión que sentía en la sala. Cuando las tomó, Sofía le devolvió el gesto con una mirada, transmitiendo un mensaje silencioso de apoyo.

—Eres muy caballeroso, Alejandro. Eso es algo que me encanta de ti —expresó, mirándolo directo a los ojos, buscando aliviar la tensión con un gesto de admiración.

Sintiéndose un tanto abrumado por el cambio repentino en el ambiente, Alejandro se encaminó a la cocina y comenzó a organizar todo con diligencia, tratando de mantener la compostura frente a la mirada expectante de sus padres. Mientras tanto, estos últimos quedaron boquiabiertos por las palabras de Sofía, incapaces de ocultar su sorpresa ante la situación.

Sofía lo siguió hasta la cocina, donde lo encontró visiblemente abrumado y perdido en sus pensamientos. Decidió abrazarlo suavemente por detrás, tratando de infundirle algo de calma en medio del caos.

—No te preocupes, estamos juntos —le susurró con ternura, buscando reconfortarlo en medio de la confusión, ofreciéndole su apoyo como un refugio seguro en medio de la tormenta.

El abrazo de Sofía pareció liberarlo de sus preocupaciones. Se concentró en preparar los platos para la cena que Sofía había traído consigo, agradeciendo en silencio su presencia reconfortante. Aunque aún había tensión en el aire, la presencia tranquilizadora de ella le dio fuerzas para seguir adelante y enfrentar la situación.

Sofía dejó sus cosas en un rincón y se unió a él, ayudándolo a sacar los cubiertos necesarios con una sonrisa tranquilizadora.

En la sala, la madre irrumpió en el silencio con una pregunta cargada de ira, sus ojos lanzaban chispas de indignación.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —inquirió, con un tono lleno de frustración.

Su esposo, con gesto despectivo y voz amarga, respondió con un deje de desprecio hacia su propio hijo.

—Ni idea. Nunca imaginé que ese inútil tendría novia —dijo, dejando escapar un suspiro de decepción.

La madre se unió al coro de descontento, su voz resonando con disgusto y resentimiento en cada palabra.

—Espero que esa chiquilla se vaya pronto y luego podremos encargarnos de ese inútil. ¡Mira nada más, lo enviamos a la escuela y regresa con estas
tonterías! —exclamó con desdén, cruzando los brazos con un gesto de desaprobación.

Su esposo asintió con una sonrisa retorcida en su rostro, sus ojos brillaban con la promesa de un castigo severo.

—Es hora de enseñarle una lección por su comportamiento —agregó con una expresión que enviaba escalofríos por la espalda, anticipando el castigo que planeaban imponer.

Mientras tanto, en la cocina, la pareja se movía con cuidado entre los platos y los vasos, compartiendo el espacio con una armonía silenciosa.

—Alex, yo me encargo de las bebidas. Tú pon la comida en los
platos, ¿de acuerdo? —dijo Sofía con amabilidad, su voz resonaba con una calma reconfortante.

Alejandro asintió en silencio.

Con manos que temblaban ligeramente pero que no vacilaban en su tarea, Alejandro dispuso meticulosamente las porciones de pollo y ensalada en cada plato, recordando las preferencias de sus padres como si fuera un rito ancestral. Cada movimiento era deliberado, como si estuviera siguiendo un ritual cuidadosamente ensayado. Una vez que los platos estuvieron listos, los llevó a la mesa con la misma precaución, colocándolos con delicadeza en su lugar habitual, mientras intentaba mantener la calma ante la presión invisible que parecía envolverlo.




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