Mientras Sofía y sus padres tenían una charla privada en la habitación, Alejandro quedó solo en la sala, inmerso en sus pensamientos. La seriedad del asunto lo abrumaba, y sus emociones lo envolvían por completo. Sentado en el sofá, con la mirada perdida en el horizonte, reflexionaba sobre cómo su vida había dado un giro repentino.
Recordaba a su familia, ya ausente, y una ola de tristeza lo invadía. Se culpaba a sí mismo por la situación en la que se encontraba. Había perdido todo lo que conocía y ahora la familia de la persona a la que amaba estaba enfrentando problemas debido a él.
Se preguntaba cómo enfrentar esta nueva realidad, cómo seguir adelante cuando todo parecía tan sombrío. Las lágrimas asomaban en sus ojos, pero esta vez se esforzó por contenerlas.
Se puso de pie y dirigió su mirada hacia las escaleras que llevaban a la habitación donde Sofía y sus padres estaban en medio de una conversación. Después de unos momentos de reflexión, giró sobre sus talones y comenzó a dirigirse hacia la puerta de salida de la casa.
—No quiero ser una carga —susurró con tristeza en su voz.
Salió de la casa en silencio, sintiendo la frescura del aire nocturno acariciando su rostro. La oscuridad lo envolvía mientras se alejaba, dejando atrás las luces cálidas de la casa.
Continuó caminando en la noche con la mirada perdida y melancólica. Sus ojos carecían de brillo, reflejando una profunda desesperanza. Sus movimientos eran automáticos, como los de una marioneta sin vida, avanzando mecánicamente en la penumbra.
Cada vez que exhalaba, su aliento se convertía en una nube de vapor en el aire frío de la noche. Los transeúntes lo miraban con desdén, observando a un joven descuidado, con el rostro manchado y su uniforme desaliñado y sucio. Parecía que la desgracia lo había marcado, separándolo del resto del mundo.
Mientras avanzaba bajo el velo nocturno, levantó la mirada hacia el cielo para contemplar la luna plateada entre las nubes. Se cuestionaba a sí mismo, con un toque de incertidumbre en su voz, preguntándose si había hecho algo mal para merecer tal destino. Sus pensamientos se perdían en la vastedad del firmamento, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentaban.
Una lágrima solitaria recorrió su mejilla, capturando el brillo de la luz lunar.
—¿Por qué me está sucediendo todo esto? —se preguntó nuevamente, mientras las emociones lo invadían por completo.
Cada paso parecía más pesado que el anterior, como si sus preocupaciones lo hundieran en el suelo.
Después de una caminata que se prolongó más de lo que deseaba, alcanzó un parque solitario. La oscuridad se extendía por cada rincón, y no había ni un alma a la vista. Los juegos infantiles yacían en silencio y vacíos, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel lugar. El parque tenía un aura espeluznante, con la brisa nocturna sonando entre los árboles.
Con pasos lentos, exploró el parque, su mirada vagaba entre los juegos. En su mente, surgían preguntas sin respuesta mientras se detenía frente a cada uno de ellos. ¿Por qué nunca pudo compartir este tipo de juegos con su familia?, se preguntaba con tristeza, cuestionando si el desprecio de sus padres hacia él era tan profundo como imaginaba.
Los recuerdos de momentos felices en familia eran inexistentes. No podía evocar ni un solo instante de alegría con ellos, ni una palabra de aliento o amor.
—¿Soy realmente tan mal hijo? —se preguntaba con el corazón hecho añicos y lleno de culpa, mientras el silencio del parque amplificaba sus pensamientos angustiantes.
En un rincón apartado del parque, divisó un columpio desgastado y se acercó a él con pasos temblorosos. Con cuidado, se dejó caer en el asiento de madera desgastada y comenzó a balancearse suavemente en un vaivén constante. Mientras se mecía, su mirada se elevaba hacia la luna brillante en el cielo nocturno.
Con el suave balanceo del columpio, su mente se sumergía en pensamientos sobre lo que podría haber sido si su familia estuviera unida nuevamente. Se preguntaba si tuvieran una segunda oportunidad, podrían amarlo y formar una familia feliz. Visualizaba momentos de risas armoniosas, abrazos reconfortantes y palabras de amor que antes solo habían sido un anhelo distante.
El movimiento rítmico del columpio parecía transportarlo a un lugar de esperanza y sueños, donde los recuerdos dolorosos se desvanecían ante la posibilidad de un futuro diferente. Por un momento, cerró los ojos, dejándose llevar por la suave brisa nocturna, anhelando intensamente la calidez y la conexión que tanto ansiaba en su corazón solitario.
Después de reflexionar profundamente, sintió un impulso arder en su interior. Anhelaba fervientemente una segunda oportunidad para encontrar una verdadera familia, una que lo amara y le brindara el afecto que tanto deseaba.
—Esta vez, seré el hijo que siempre desearon —murmuró para sí mismo con voz firme, cargada de esperanza.
Con decisión, se enderezó en el asiento del columpio. Observó la cadena que colgaba a su lado y comenzó a trenzarla formando varios círculos. Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras se preparaba para lo que estaba por venir. Una mezcla de miedo y determinación brillaba en sus ojos mientras introducía su cabeza en la espiral formada por la cadena.
Un momento de quietud envolvió el ambiente mientras se concentraba. Finalmente, dio un paso adelante y se dejó caer. La cadena se tensó con fuerza, dejando su cuerpo suspendido, su rostro mirando hacia arriba, contemplando el brillo de la hermosa luna plateada entre las nubes oscuras. Una sensación de liberación lo invadió mientras el viento soplaba a su alrededor, haciendo ondear su cabello en el aire.
El parque, iluminado por la luz misteriosa de la luna, se sumió en un silencio profundo, como si la noche misma estuviera expectante ante lo que estaba por ocurrir. Una única figura se destacaba en la penumbra, apenas visible bajo el brillo plateado que se derramaba sobre el paisaje nocturno.