Tiempo después, los padres de Sofía finalmente llegaron a casa. Abrieron la puerta con movimientos lentos y pesados, como si cada paso fuera una lucha contra un dolor invisible. La luz del vestíbulo se encendió automáticamente, iluminando sus rostros cansados y marcados por la angustia.
Al entrar en la sala, encontraron a sus dos hijas acurrucadas en el sofá. Sofía y Laura estaban envueltas en una manta, buscando consuelo en la cercanía mutua. El suave resplandor de una lámpara de mesa arrojaba una luz suave en la habitación, creando un ambiente de calma.
Sofía fue la primera en levantar la vista. Al ver las expresiones abatidas de sus padres, un nudo de miedo y ansiedad se formó en su estómago. Laura, al notar la rigidez en el cuerpo de su hermana, también levantó la mirada, su rostro reflejaba un sentimiento de miedo y ansiedad.
—¿Cómo esta Alejandro, está bien? —preguntó Sofía con un hilo de voz, su corazón estaba latiendo con fuerza.
Su madre dio un paso adelante, su rostro era una máscara de dolor y cansancio. Parecía haber envejecido años en solo unas pocas horas. Su esposo se mantuvo a su lado, su rostro igualmente marcado por la fatiga y la tristeza.
—Alejandro... —empezó la madre, pero su voz se quebró y tuvo que detenerse para recomponerse.
El padre tomó la palabra, tratando de mantener la calma por el bien de Sofía.
—Alejandro está en coma —dijo con voz firme pero cargada de emoción—. El doctor nos explicó que su estado es crítico debido a la falta prolongada de oxígeno, pero aún hay esperanza. Los médicos están haciendo todo lo posible.
El silencio que siguió fue abrumador. Sofía sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras apretaba con más fuerza la mano de Laura. Su hermana, aunque tratando de mantenerse fuerte, no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas.
—¿Podremos verlo? —preguntó Laura con voz temblorosa, rompiendo el silencio.
La madre asintió lentamente.
—Sí, podemos verlo. El doctor dijo que podemos hablarle, que nuestra voz puede ayudarlo a luchar —dijo, tratando de mantener un tono esperanzador a pesar de todo.
Los padres se sentaron junto a sus hijas en el sofá, todos unidos en un abrazo. La sala estaba llena de una tristeza casi tangible, pero también de un silencio profundo. Sabían que el camino por delante sería largo y difícil.
Después de unos momentos de plática entre la familia, la madre miró a sus hijas con ternura y preocupación.
—Tienen que descansar —les dijo con voz suave—. Mañana iremos a verlo, por eso tienen que estar bien.
Las dos hijas asintieron con aceptación, aunque sus ojos reflejaban el dolor que sentían. Con movimientos lentos, ambas se pusieron de pie y se dirigieron a sus habitaciones. Laura le dio un último apretón a la mano de Sofía antes de separarse.
La madre se quedó unos instantes en la sala, escuchando el sonido de los pasos de sus hijas alejándose. Luego, con un suspiro profundo, tomó camino al baño. El ruido de la regadera llenó la casa, sonando como una lluvia que limpiaba todo a su paso. El agua caliente golpeaba su piel, llevándose consigo un poco de la tensión acumulada, aunque no todo el dolor.
Al terminar y dirigirse a su habitación, encontró a su esposo esperándola. La abrazó fuertemente, y en ese abrazo ella sintió consuelo y fortaleza.
—Sé que hiciste todo lo que pudiste, no te sientas mal —le dijo él, con unas palabras llenas de cariño y comprensión.
Al escuchar eso, las lágrimas que había guardado durante todo el día comenzaron a fluir libremente. Su cuerpo temblaba con cada sollozo, pero no se apartó del abrazo de su esposo.
—El verlo colgado y ver a nuestra hija desesperada… —dijo ella con voz triste—. No puedo estar débil por el bien de Sofía. Tengo que estar bien por ella.
—Y lo estarás —respondió él, acariciando su espalda suavemente—. Eres fuerte y vamos a superar esto juntos, como siempre lo hemos hecho.
Ella asintió, sintiendo un pequeño rayo de esperanza entre la oscuridad de su tristeza. Se recostaron juntos en la cama, con los brazos entrelazados, y por un momento, encontraron algo de paz en la cercanía del otro. El cansancio finalmente se apoderó de ellos, y poco a poco se fueron quedando dormidos.
En la habitación de Laura, el silencio solo era interrumpido por el suave zumbido del ventilador de techo. Ella estaba recostada en su cama, mirando su teléfono celular, los ojos fijos en una foto que había tomado en la sala hace no mucho tiempo. En la imagen, Sofía abrazaba a Alejandro, quien estaba profundamente dormido, su expresión era tranquila y despreocupada.
Una suave sonrisa se dibujó en su rostro al recordar aquel momento. En ese instante, todo parecía perfecto, como si nada malo pudiera pasar. Pero ahora, las cosas eran diferentes, y la nostalgia la invadía. Laura anhelaba que todo fuera como antes, cuando la vida era más simple y las preocupaciones eran pocas.
—No puedo creer que todo sucediera tan rápido —dijo con voz suave, sus palabras llenaban el vacío de la habitación.
Pasó sus dedos suavemente sobre la pantalla, como si intentara tocar la foto y revivir esos recuerdos felices.
—Nunca imaginé que tu vida fuera tan difícil —susurró, sus ojos estaban llenándose de lágrimas mientras continuaba mirando la imagen.
Laura dejó escapar un suspiro profundo, lleno de tristeza y esperanza. Apoyó su teléfono en la mesita de noche y se recostó completamente en la cama, mirando al techo. Su mente se llenó de recuerdos de su familia con Alejandro, de sus risas y de los momentos en los que él había sido una fuente de alegría para todos.
Cerró los ojos y trató de recordar la voz de Alejandro, la forma en que siempre encontraba algo positivo que decir, la plática que tuvieron en la cena. Recordar esos momentos le daba una pequeña chispa de esperanza, una razón para creer que, a pesar de todo, había una posibilidad de que las cosas mejoraran.