Después de unos segundos de silencio en el comedor, la madre habló nuevamente, rompiendo la tensión que se había instalado en el ambiente.
—Será difícil para Alejandro soportar todo lo que viene en el futuro —dijo con calma, su era voz suave pero decidida—. Así que hemos decidido ayudarlo en todo lo que podamos.
Sus palabras resonaron en la habitación, cargadas de un sentimiento que todos podían sentir. El padre asintió, apoyando la decisión de su esposa y añadiendo su propia voz a la conversación.
—Será algo nuevo y complicado —dijo, con tono firme y lleno de convicción—. Pero veremos qué pasa después. Lo importante es que Alejandro no esté solo en esto.
Las miradas de los presentes se cruzaron, cada uno procesando las palabras a su manera. Sofía, sintiendo alivio, se levantó de su asiento y se acercó a sus padres.
—Gracias, de verdad —murmuró, su voz quebrándose un poco por la emoción—. Alejandro significa mucho para mí, y sé que esta ayuda será invaluable para él.
Laura, que había estado observando en silencio, también se levantó y se acercó a su familia, uniéndose al abrazo. La calidez del gesto entre todos les dio un momento de consuelo en medio de la incertidumbre.
—Vamos a necesitar toda la fuerza y el apoyo que podamos reunir —continuó la madre, mirando a cada una de sus hijas—. Esto no va a ser fácil, pero estoy segura de que podemos hacerlo juntos.
El padre, tomando la mano de su esposa, agregó.
—Lo más importante es que Alejandro sepa que tiene una familia que lo apoya. Que no está solo en esto. Vamos a superar todo esto, un día a la vez.
La conversación continuó, llena de planes y promesas. Discutieron cómo organizarían su tiempo para estar disponibles para Alejandro, cómo se asegurarían de que tuviera todo lo que necesitara y cómo enfrentarían juntos los desafíos que el futuro pudiera traer.
Después de la charla familiar, se dispusieron a visitar a Alejandro en el hospital. El trayecto fue silencioso, solo interrumpido por el suave sonido del motor y el murmullo lejano de la ciudad. Sofía, sentada en el asiento trasero del coche, miraba por la ventana con un rostro perturbado. Los recuerdos de su pesadilla la atormentaban, y el solo pensar en ver a su amado postrado en cama, con las marcas visibles en su cuello, la llenaba de tensión y tristeza.
Laura, que estaba sentada a su lado, notó la rigidez en el cuerpo de su hermana. Sin decir una palabra, le tomó la mano y la apretó con fuerza, transmitiéndole su apoyo y amor. Sofía se giró para mirarla, y Laura le devolvió una sonrisa cálida y llena de esperanza.
—No te preocupes, Sofí —dijo Laura en un tono suave y reconfortante—. Todo irá bien.
El gesto y las palabras de Laura lograron aliviar un poco la ansiedad de Sofía. Aunque el miedo seguía presente, saber que su hermana estaba a su lado le daba una pequeña chispa de fuerza. Las dos se miraron en silencio, compartiendo un entendimiento profundo sin necesidad de más palabras.
El coche se detuvo frente al hospital, y los padres de Sofía salieron primero. Sofía y Laura los siguieron, con las manos todavía entrelazadas. La entrada al hospital, con su frío y aséptico ambiente, les pareció imponente. Avanzaron por los pasillos blancos y luminosos, pasando por enfermeras y médicos que se movían de un lado a otro.
Llegaron a la habitación de Alejandro, y Sofía sintió que su corazón se aceleraba. Con un suspiro profundo, empujó la puerta y entró. Alejandro estaba allí, en la cama, con su cuerpo pálido y débil. Las marcas en su cuello eran evidentes, y la imagen hizo que el estómago de Sofía se revolviera.
Pero Alejandro estaba vivo, respirando suavemente, y eso era lo más importante. Sofía se acercó lentamente, sintiendo el peso de cada paso. Laura, siempre a su lado, le dio un último apretón en la mano antes de soltarla para darle espacio.
Sofía se sentó junto a la cama de Alejandro, tomando su mano fría entre las suyas. Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos, pero se las tragó, decidida a ser fuerte por él. A su alrededor, sus padres y Laura se mantuvieron en silencio, respetando el momento.
—Hola, Alejandro —susurró Sofía, su voz temblorosa pero llena de amor—. Estamos aquí contigo. No estás solo.
El cuarto estaba en silencio, excepto por el suave bip de las máquinas monitoreando a Alejandro. Aunque no respondió, Sofía sabía que, de alguna manera, él podía sentir su presencia. Y eso le dio un pequeño rayo de esperanza, suficiente para seguir adelante.
Mientras las horas pasaban, la familia se turnaba para estar al lado de Alejandro, hablando con él, compartiendo historias y recuerdos, intentando infundirle fuerza y amor.
Mientras Sofía y Laura estaban con Alejandro, hablándole suavemente y compartiendo historias para mantenerlo conectado al presente, sus padres esperaban pacientemente en el pasillo. Los minutos pasaban lentamente, el ambiente era tranquilo pero cargado de incertidumbre.
De repente, dos figuras se acercaron a ellos con pasos firmes y rostros serios. Uno de ellos, un hombre alto con una carpeta en la mano, se dirigió hacia los padres con una voz formal y profesional.
—¿Ustedes son familiares del paciente? —preguntó, mirando directamente a los padres de Sofía.
El padre negó con la cabeza, respondiendo con calma.
—No, no lo somos —dijo, intentando mantener la serenidad en su voz—. Alejandro no tiene familia aquí.
Los dos intercambiaron una mirada significativa antes de que uno de ellos hablara de nuevo.
—Al parecer, el joven no tiene familiares —comentó uno de ellos a su compañero.
La madre, sintiéndose un poco desconcertada y preocupada, intervino.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó con voz temblorosa, pero decidida.
El hombre que había estado hablando antes se giró hacia ella y esbozó una sonrisa conciliadora.
—Oh, disculpe por no presentarnos antes. Somos trabajadores sociales —explicó—. Estamos aquí para seguir el caso de Alejandro y asegurarnos de que reciba el apoyo necesario durante su recuperación.