Ciclo de Magna-Terra I

Capítulo II: La Asamblea de Norgoth

Nota del Autor:

Hola lectores de Ciclo de Magna-Terra I. Espero que disfrutaran de la anterior publicación con el difunto mago Ewix. Hemos regresado con un nuevo capítulo.

Personalmente, o en este caso veremos al mencionado mago en un capítulo futuro pero en años de juventud específicamente.

Ahora bien… este capítulo nos dirige a la fría y poco clemente, Nordheim. Siendo uno de los principales hilos argumentales junto a otros dos hilos que se irán desarrollando a futuro o en otras actualizaciones.

Sin mayores palabras, damos inicio a este nuevo capítulo:

                                  

Los hombres civilizados son menos amables que los salvajes porque saben que pueden ser más descorteses sin correr el riesgo de que les partan la cabeza.

Conan el Cimmerio. De Robert E Howard.

                                   

Mediados de otoño. Norgoth…

Norgoth –"Nor" proviene de la palabra Norte y "Goth" se traduce como Godos o Gótico. Conformando la palabra, Norgoth– considerada, la única y verdadera ciudad en la fría Nordheim. – Traducido como mundo nórdico– Los belicosos nórdicos reconocidos por sus habilidades salvajes en el campo de batalla, expertos en navegación, comerciantes y extrañas costumbres para el resto de Magna-Terra.

Pero, la inminente llegada del cruel invierno a las tierras de Nordheim, provocada cada año o por incontables siglos. La tradicional Asamblea de Norgoth, donde los poderosos Jarls se reúnen para escuchar las palabras de los tres sumos sacerdotes nórdicos e interpretar los designios de los dioses nórdicos.

Entre las leyes nórdicas, solía existir una en particular o prácticamente inquebrantable para los habitantes de Nordheim. A partir de mediados de otoño y hasta los primeros cinco días de primavera, cualquier combate o dispuesta entre los nórdicos –Independiente de la posición social– quedaban estrictamente prohibidos y quien se atreviera a romper dicha ley con resultado de muerte, sería inmediatamente ejecutado y sus posiciones materiales pasarían a la familia del difunto.

Los Jarls junto a sus séquitos, se presentaban en Norgoth con los más diversos tributos para los dioses. Los tres sumos sacerdotes recibían cada regalo, intervenían en disputas entre los Jarls e intentando llegar a un acuerdo por medio de matrimonios para zanjar diferencias, transmitir las señales enviadas por los dioses e interpretarlas, aconsejar o predecir juicios.

Hasta era consideraba como la única y verdadera ciudad,su puerto principal considerada el gran punto comercial de Nordheim. Los navíos procedentes de Valusia o Urdath, atracaban en el puerto de la ciudad por semanas.

Esa mañana, el primer sumo sacerdote Jorund o apodado Jorund el Vidente por los extraños sueños atribuidos a los dioses. Escuchaba atentamente cada palabra de la Jarl de Heorot –O traducido como el salón del ciervo– en la adusta vivienda del sumo sacerdote.

–¡Matamos a cada uno!– dijo Soléy-Atali. Jarl de Heorot y solo contaba con 60 miembros de su pueblo. Había perdido hace un año a su esposo y posiblemente muerto en las lejanas tierras de Urdath y hace menos de una semana a su pequeño hijo de tan solo 4 años. Los atacantes de Heorot, fue una salvaje horda de Draugrs (No-muertos), el ataque llevado a cabo en plena noche y dejando prácticamente sin oportunidad de defenderse y masacrando indiscriminadamente. Tan solo sobrevivieron un puñado de guerreros pero la gran mayoría resultaban ser mujeres e infantes. Entre ellos se encontraba su prima Kara y Tama, su amiga de infancia y confidente.

–Entraron al salón y luego mataron a los sirvientes o todo aquel inocente tratando de salvar su vida– dijo y entre ellos estaba su pequeño hijo.

La mujer sostuvo firmemente entre sus manos, un juguete tallado de roble con forma de lobo. Un objeto tan insignificante representaba lo más valioso que podía atesorar y mantendría consigo por siempre e incluso más allá de la vida. El primer sumo sacerdote volvía a beber y escupir ese líquido verdoso sobre las piedras ardientes, el vapor inundaba todo el recinto destinado para ayudar a revivir esa fatídica noche.

–¡¿Ves o escuchas algo más?!– pregunto Jorund. Cuidada cada pregunta, evitando revivir una experiencia demasiado traumática y solo debía chasquear sus dedos para romper un denominado "hechizo" tan básico pero a la vez peligroso. La persona quien estuviera profundizando en eventos del pasado, podría quedarse para siempre en sus recuerdos dejando un cuerpo vacío. –¡¿Hablaron entre ellos?!– fue la segunda pregunta.

–No. Solo gruñían y mataban. Lo mataron… ellas intentaron protegerlo.

–¡¿Atali?!– pregunto.

Soléy-Atali le cubría parte del rostro un poco de arcilla y runas dibujadas a partir de un polvo rojizo. Recostada en una losa de piedra con grietas, antiguos grabados de tiempos primigenios y un pequeño altar de la diosa Soléy, donde se realizaba una pequeña ofrenda a la mencionada deidad.

En cambio, el primer sumo sacerdote había cumplido hace menos de dos semanas los sesenta años. En comparación con los otros nórdicos, se representaba como un hombre delgado pero vigoroso, cabello blanco, barba trenzada, en su mano derecha lucia tres anillos y en la mano izquierda se afirmaba en un bastón, ojos claros, vestimenta de lana y cuero, botas forradas en su interior de piel y una gruesa capa.




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