Llegué antes de lo planeado a casa. Los jueves solían ser aburridos. Las clases estuvieron tranquilas. Intenté acompañar a Rose la mayor parte del tiempo. Me parecía tan absurdo que sus papás la rechazaran por su orientación sexual. Eso no cambiaba para nada quien era ella ni su esencia. Rose era Rose. No obstante, tampoco estuve pegada a ella como chicle, quise darle espacio para que disfrute de la compañía de su enamorada.
Ay, el amor. Eso me recordaba que mis últimas lecturas habían sido libros de misterio, terror y ciencia ficción. Quizá, solo quizá, un poco de romance hacía falta en mi vida. Hablando de libros, claro, porque en la vida real. Qué miedo.
Suspiré y dejé mi mochila en el suelo de la sala. Fui en dirección a la cocina para lavarme las manos y comer alguna fruta. Disfruté de la soledad y el silencio de la casa, hasta se podían escuchar los sonidos de las aves en el exterior. En una hora iniciaría mi clase de violín, pero lo realmente emocionante era que papá llegaría en cualquier momento para regresar a Crispy a casa.
El divorcio tuvo consecuencias negativas. Papá solo podía vernos una vez al mes. Esforzándose mucho, logró convencer a mamá de siquiera poder llevarse a Crispy unos cuantos días. El problema era que papá vivía solo y trabajaba casi todo el tiempo. A mamá nunca le había gustado esa pasión por el trabajo.
En el fondo, aunque quizá no tan en el fondo, deseaba poder irme a vivir con él. Su departamento era mucho más cerca de la Universidad de Cambridge. Lo cual daba igual, porque una vez obtenga la vacante viviría en las habitaciones de la misma universidad. El punto era que estaría cerca de mi papá. Lo amaba en demasía. Era uno de mis ídolos.
—¿Ya trajo a Crispy de vuelta? —preguntó Victoria, anunciando su llegada.
Negué con la cabeza y deseché los restos de manzana que me quedaron. A continuación, me preparé una taza de té con limón.
—Cuando venga me avisas para no salir de mi habitación. No quiero verlo.
Interrumpí la preparación de mi té para seguirla hasta el pie de la escalera.
—Es papá, no lo vemos hace tiempo.
—No, Vaila. Es tu papá —rechistó—. Para mí es el hombre que estuvo ausente durante años y que tú no seas capaz de ver eso, es tu problema. Si no te importa, iré arriba, estaré ordenando mi habitación con música a todo volumen. No existo.
No le respondí. No porque no quisiera discutir, porque vaya que ganas no me faltaban. El verdadero motivo era que no sabía que contestarle, no había forma de invalidar lo que dijo. Era cierto, papá estuvo ausente, pero tenía buenas razones. Su trabajo, su carrera. Era lo que le apasionaba. Victoria no entendía eso en su mundo de fantasía.
Miré el té y lo tomé de un sorbo. Entonces escuché gritos provenientes de la puerta principal. Me adentré más en la cocina para no ser vista.
Eran las voces de mis padres. Ya habían entrado, estaban en medio de la sala y el comedor discutiendo.
—No puedes aparecerte así porque sí. No es cuando se te dé la gana. Te dije exclusivamente que debías dejar a Crispy en el jardín mientras que las chicas estuvieran en clase. No puedes ser tan terco, hombre —Esa era mamá. Aunque no podía ver su rostro, porque estaba de espaldas, sentía el dolor mezclado con rabia en su voz.
—Ya te había dicho por mensaje que se me complicaba traer a Crispy más temprano —Papá estaba más tranquilo en comparación a mamá. No obstante, eso no ocultaba su cara roja.
—¡No, Mark! Mil y una veces, no.
Crispy estaba asustada. Papá soltó la correa y ella fue la única en percatarse de mi presencia porque vino directo hacia mí. O quizá sólo buscaba su casa en el jardín, que era prácticamente donde yo estaba. Entre su casa y la puerta trasera de la cocina.
—Esta alguna vez fue mi casa y, aunque no te guste, ellas también son mis hijas. Debería verlas cuando quiera, como has dicho, debería verlas cuando se me dé la gana.
Una cachetada fue suficiente para que todo el mundo guardara silencio. Incluso las aves habían detenido su canto. Asomé un poco mi cabeza. La mejilla de papá tenía marcada los dedos de mamá.
Victoria tenía razón. La próxima vez no dudaría en encerrarme en mi cuarto.
Me fui al jardín, cerré la puerta de la cocina con cuidado para que mis padres no me vieran. Una vez estuve junto a Crispy, lloré. Había perdido la cuenta de la cantidad de lágrimas que resbalaban por mi rostro hasta llegar a mis rodillas, las cuales abrazaba con toda mi fuerza.
Mi leal compañera se acercó y pasó su lengua por mi mano. Era su forma de decir que me apoyaba. ¿Qué haría sin Crispy?
Mi llanto y mis pensamientos no me permitían escuchar la discusión de mis padres. Ni siquiera estaba al tanto de si seguían ahí dentro o si papá había decidió irse. Como haya sido, no me moví, hasta que una mano se posó sobre mi hombro. Era Hunter.
—¿Quieres salir un rato?
No lo pensé dos veces y salí por el jardín. No llevé a Crispy con nosotros, porque mamá se daría cuenta de que estuve ahí.
Caminé por la parte trasera de nuestras casas. Hunter aceleró el paso y me detuvo.
—No tienes que hablar sobre ello si no quieres —indicó. Mis ojos debían estar rojos y llorosos. Qué vergüenza.
No contesté. Me quedé mirando un punto fijo en la pista. Seguía con el uniforme puesto, debía estar llena de polvo de tiza por todas las veces que participé en clase. No obstante, eso no le importó a Hunter cuando decidió abrazarme.
Sus brazos rodearon mis hombros y sus manos se entrelazaron en mi espalda. Hacía mucho que no recibía un abrazo así de un chico. Me atrevía a decir que nunca había recibido un abrazo así de alguien del sexo opuesto. No me moví ni un centímetro, disfruté del calor que me proporcionaba su cuerpo y suspiré. ¿Por qué mis padres no podían llegar a un acuerdo que hiciera a todos felices? ¿Por qué los adultos debían complicarlo todo?
Seguí llorando. No tenía cuando parar. Era como si estuviera llorando todo lo que había retenido por años. Recordé aquel día en el que exploté con Victoria y le grité en mi habitación. Esta vez era una explosión basada en llanto, no en enojo.