Melina Ferranza nació en el seno de una familia aristócrata de Nimbria.
Si bien, luego de la guerra contra Eridia y la ascensión de Leopoldo, la influencia y riqueza de la nobleza habían disminuido frente al enorme aparataje militar y estatal instaurado por el nuevo régimen de la ahora Nova Orda, muchas familias de clase alta que prestaron su ayuda en la guerra y accedieron a los términos y condiciones de Leopoldo, mantenían su status privilegiado y una vida de lujos.
Así con el tiempo, los altos mandos del ejército y la policía terminaron por formar una nueva casta gobernante a través de la generación de vínculos conyugales y el nacimiento de herederos. La familia Ferranza, que había dado por único heredero a Arturo –el padre de Melina— era una de estas tantas que había logrado sobrevivir y mantener su poder luego del cambio de orden. La riqueza y el título nobiliario de los Ferranza venían de una larga historia de posesión de tierras y propiedades en la campiña Nimbriana. Aunque la guerra había mermado la condición económica de la familia a causa de la destrucción de plantaciones y una gran pérdida en la cantidad de ganado víctima de ataques Eridiano-Fengnianos, por sobre todo les había quitado el sustento económico para conseguir mano de obra. Fue entonces cuando dos factores clave hicieron resucitar el poder Ferranza. Primero, lógicamente el fin de la guerra y las primeras medidas de Nova Orda que beneficiaban con mano de obra barata a los poseedores de tierras y medios de producción para así recuperar la economía nacional. Y segundo, el matrimonio de Arturo Ferranza con María Isabel Silveira. La familia Silveira, que había migrado a Nimbria poco tiempo antes de la guerra, carecía de las tierras, pero tenía en el exterior una fortuna aun considerable hecha en base al comercio de bienes exóticos y obras de arte. Así, entonces, dos años después de su hermano Camilo, Melina nació en la comodidad de una hermosa mansión familiar en las afueras de Valtoria. Rodeada por arte, plantas y enormes extensiones de bosque, la chica a corta edad desarrolló intereses artísticos e intelectuales, los cuales estimularon su cerebro dando como resultado una niña extremadamente inteligente a una corta edad.
A los diez años, Melina, quién amaba estar en los enormes jardines de su mansión, había desarrollado un creciente interés por el cuidado de las plantas. Ya sea acompañando a su madre María Isabel, tomando libros de la enorme biblioteca de la mansión a escondidas —tentando la suerte de Emily, su doncella personal—, o jugando escondidas con su hermano Camilo, la niña sin querer se había familiarizado rápidamente con distintos tipos de flora, logrando diferenciarlas por aspecto y aroma, incluyendo aquellas que los jardineros cortaban como maleza, parecían igual de importantes a los ojos de la entusiasmada niña.
A esta corta edad, Melina esperaba paciente la excursión familiar programada para el mediodía del domingo, significaba para ella la oportunidad de compartir con su padre, —el Señor Arturo Ferranza, un hombre estoico de carácter algo ermitaño y severo, pero con una mentalidad estratégica que le suponía constantemente recibir invitaciones de organismos de seguridad de Nova Orda para dar consejo, e incluso ser parte de los altos mandos— y por fin pasear libremente por los enormes bosques con los que contaba el terreno de la finca familiar. Así, la excursión de aquel día contaba con la participación Melina, quién hacía lo posible para no caerse de su pequeña Pony a la que apenas aprendía a montar, resguardada constantemente por Emily, su doncella personal. Camilo, intentaba seguirles el paso al galope a Gastón, Arturo y María Isabel, quienes lideraban al grupo.
Decidieron detenerse en una enorme zona verde que constaba con dianas para práctica de tiro con arco. De la mula que sujetaba a una nerviosa Emily, los mayores tomaron sus arcos, y dejaron a Melina y su Doncella explorar las zonas llenas de arbustos que rodeaban el verde campo.
—¡Melina! ¡Emily! –Camilo corrió entusiasmado hacia el bosque, cargando un arco pequeño acorde a su tamaño. El chico quedó fascinado y perdió sus palabras observando la magnificencia del bosque, a pesar que ya había participado en un par de incursiones junto a su Padre, su tío y sus tutores, la inmensidad del lugar le seguía maravillando.
—¡Señorito Camilo! ¡No debería estar usted aquí! —dijo Emily nerviosa.— Pero, aprovechando la oportunidad ¿Podría convencer a su hermana de…? —Camilo entonces vio a Melina sentada en la rama de un árbol de una altura de más o menos cinco veces su tamaño.
—Melina. ¡Baja al instante! —dijo el chico, de cabello castaño rizado, intentando sonar severo y varonil— Lo cierto era que uno de los motivos por los cuáles había abandonado el grupo de sus padres era para ver a Emily, de quién estaba platónicamente enamorado y frente a la cual obviamente quería causar la mejor impresión. —Melina río traviesa y se negó a bajar solamente con un gesto de cabeza.
—¡Obedezca por favor a su hermano! ¡Señorita! —agregó Emily, la doncella, una radiante chica de poco más de 20 años, de cabellera rubia trenzada. Descansando sus manos sobre los hombros de Camilo, quién con la cara roja como tomate intentó balbucear un “sí”. Entonces sacudió la cabeza y se aclaró la garganta, tomando una postura firme, lo que llevó a Emily a quitar las manos de sus hombros sin dejar de mirar a Melina en las alturas.
—¿No quieres ver quién dispara mejor? ¡Van a competir! ¡Padre, Madre y Tío! —Esto cambió la expresión de Melina quién dio un salto frente al horror de Emily y Camilo, saliendo casi milagrosamente ilesa, con una pequeña raspadura en la rodilla al aterrizar.
—¡Corran! ¡Corran! ¡Emily! ¡Camilo! —gritó la niña entusiasmada y salió disparada a mirar a los adultos disparar flechas. Emily le sonrió a Camilo y ambos la siguieron.
—¿Cuarenta metros está bien para ustedes? —preguntó Gastón confiado, echando un ojo a los más jóvenes que se acercaban a ver.
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Editado: 14.04.2024