Círculo de venganza

Acto 2: Las tristezas del pasado

Cap. 1.- La caída de un clan

- Sakai, año 1568 -

La alegre melodía sonaba por doquier anunciando la llegada del circo.

Desde una de las caravanas se asoma un niño somnoliento, intrigado por el origen de tal sonido. Su semblante enfermizo se ilumina cuando ve pasar a los animales y sigue con su mirada el vaivén de las banderillas que adornan cada carpa. Va hacia la puerta y duda un momento; ha estado enfermo por varias semanas y mamá le ha dicho que no debe salir sin compañía… pero su curiosidad es mayor y decide ir afuera a explorar. Al principio, sus pasos son tambaleantes, ya que es la primera vez en semanas que está fuera de la cama, pero conforme avanza lo hace con más firmeza y finalmente llega al lugar de su destino: la carpa donde se presenta el acto principal. De nuevo duda, pero antes de que pueda hacer nada la entrada se abre.

—¡Hey! —soltó el joven peón que se asomó—. ¿Qué haces allí?

El pequeño no dijo nada, solamente entró al lugar mirando embobado por doquier. A pesar de que su padre era el dueño del circo, era la primera vez que entraba y veía todo de cerca; debido a sus diversos problemas de salud no salía mucho de la caravana, por lo que era fascinante observar todo de cerca: a los payasos preparando sus trajes, a los acróbatas ensayando sus actos, a la orquesta prepararse para la función… era como un sueño. Un sueño que se rompería pronto.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —tronó una voz detrás del niño, que dio un respingo dando media vuelta.
—Papá… —logró articular el pequeño.

El hombre frente a él le sujetó el brazo con fuerza y lo jaló bruscamente para sacarlo de allí.

—Te he dicho que no puedes salir solo. Y tu madre también te lo ha dicho. ¿Por qué desobedeciste?
—Lo lamento —dijo el niño—. Yo…

No termina de hablar, un acceso de tos lo interrumpe, lo cual fastidia al hombre.

—Seguro vas a enfermar nuevamente —se quejó—. Eres un inútil debilucho y así no me sirves.

De la carpa sale una mujer que corre hacia ellos, pero es brutalmente arrojada al suelo por el hombre y éste de inmediato hace una seña a uno de sus trabajadores para que sujete a la mujer.

—¡Eno! —exclama la mujer, forcejando para soltarse—. ¡Devuélveme a mi hijo!

El niño voltea hacia ella extendiendo el brazo.

—¡Mami! —grita, provocando que el hombre le jale más fuerte.
—Tu madre resultó inepta hasta para darme hijos sanos. Pero ya arreglaré eso.
—¿¡A dónde vas!? —vociferó la mujer—. ¡Eno! Te lo suplico, dame a mi niño…

Sin embargo, llantos y súplicas caen en oídos sordos. Esa sería la última vez que el pequeño vería a su madre.

-- Provincia de Iga, año 1581 --

El joven se incorporó con un grito ahogado y se mantuvo quieto en su lecho, intentando serenarse mientras aclaraba su mente, tratando de sacudirse la desagradable sensación que le dejaba el mal despertar.

¿Por qué siempre lo perseguía el mismo sueño?

Finalmente sale del lecho y abandona su habitación avanzando con sigilo para no hacer ruido y sale al jardín. Se suponía que no debía salir, el aire frío le haría mal, pero necesitaba hacerlo después del mal sueño ya que el cielo nocturno le traía calma. Y después de tan deprimente pesadilla era eso lo que necesitaba; miró al cielo, que en ese momento estaba salpicado de estrellas, y recordó que estaba igual el día lo encontraron.

Había pasado días en el bosque intentando encontrar el camino de vuelta a casa sin tener éxito. Su padre lo había abandonado allí, a su suerte, sin importarle cuanto le había pedido que lo dejara regresar con él; tenía hambre y frío, no había podido dormir a tal grado que no podía moverse más, su mente de dos años había albergado un solo pensamiento que ahora se repetía incesantemente: “voy a morir”. La muerte le había acompañado prácticamente desde el momento que nació y ahora parecía alcanzarlo al fin, llevándolo a un reino decadente de un cielo rojizo…

De repente, el crujido del follaje alrededor suyo lo trajo de vuelta a la realidad, llamando su atención, y un hombre con un traje negro le miró fijamente. El menor le devolvió la mirada preguntándose qué haría con él, y sin demora éste lo tomó en sus brazos y lo llevó a lo que parecía ser un campamento, donde varios hombres reposaban alrededor de una fogata. El que parecía ser el líder fijó su atención en el recién llegado y preguntó:

—¿Qué tienes allí?
—Encontré una criatura, mi señor —dijo.

Después, sin esperar una orden, acercó al infante a la hoguera. La idea principal era salvar la vida del niño, que estaba a punto de morir por hipotermia.

—¡Hey!

El joven sacudió la cabeza volviendo al presente y miró a su izquierda. Frente a él se encontraba un muchacho, con los brazos cruzados y la espalda recargada contra un pilar; llevaba una yukata color azul oscuro que contrastaba con su piel clara, su cabello negro estaba alborotado y sus ojos color miel estaban fijos en él.

—Estoy buscando a un fantasma —dijo con una media sonrisa—. Es más o menos alto, extremadamente delgado y pálido, de cabello y ojos castaños. Su nombre es Tatsu, y es un bobo al que le gusta salir de noche aunque corra el riesgo de pescar una neumonía.

El muchacho le sonrió de vuelta. Era una broma tonta que les había divertido de niños, pero de todos modos le siguió la corriente.

—Ese soy yo —dijo levantando un brazo—. Al menos yo no uso una yukata para dormir.
—Son cómodas, cállate.
—En serio, Hikari, ¿quién usa una yukata para dormir?
—Ya te lo dije, Tatsu, son cómodas.
—Claro.

Los dos muchachos se echaron a reír. A pesar de no ser hermanos de sangre, Hikari y Tatsu se llevaban como tales. Hikari había cuidado de Tatsu desde que su padre, el patriarca Takuya Ikaranase, lo trajera consigo desde Sakai. Aunque ambos estaban por cumplir los 15 años, Hikari había asumido el rol de hermano mayor, y cuidaba de Tatsu con esmero debido al delicado estado de salud del joven. Por eso mismo, Tatsu, un chico de circo, no terminaba de creer el hecho de que estuviera en el seno de un respetado clan shinobi.



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En el texto hay: misterio, sobrenatural, venganza

Editado: 04.01.2024

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