Ciruelas y otras cosas de qué hablar

La caída

Se levanta en las mañanas, siente el frío en sus pies. Ya es lo único que siente. Desconoce de donde viene la fuerza para salir de la cama, pero no la desprecia, la toma y la usa para ponerse de pie. Posiblemente sea la última porción que queda. Todo lo que queda.

Toma el suéter que a su lado tirado está. Despacio camina hacia la cocina. Hierve agua y al servirla derrama un poco. No le importa y prepara café. Da un pequeño sorbo, pero no sabe a nada. 

Odia la sensación de vacío a tan temprana hora del día. Sus ojos se humedecen y el nudo en la garganta parece estar a punto de asfixiarla. Respira y va a la cama. Coloca su taza en ese buró, que ahora su única función es coleccionar tazas, pedazos de pan, pizza y calcetines sucios. 

Como todos los días desde hace meses, se queda mirando a la nada, tan absorbida por sus oscuras ideas. 

Sus lágrimas empiezan a correr, y sin ningún control de su dolor, el llanto se hace más y más fuerte. Pierde la noción de las horas. Al recobrar un poco de calma, se duerme. Duerme pero ya no sueña. 

Casi al anochecer sus ojos se abren muy despacio. Piensa que todo ha sido un sueño, una pesadilla, pero es la realidad. Una realidad que la ha consumido. 

Suena el teléfono pero ya no se molesta en mirar quien es. Posiblemente sea su madre preocupada, o un amigo haciendo su último intento para ayudarla. Ella no quiere ayuda. Solo quiere dejar de sentir tanto dolor. 

Pasan los días, semanas con esta misma rutina. No avanza. Ha decidido no hacerlo. 

Encuentra entre sus cosas, aquel libro que un día un obsequio fue. Lo abre y lee la dedicatoria, le duele. Le duele a tal grado que quiere desaparecer.

Con un esfuerzo enorme, recuerda aquel día. Su sonrisa, las palabras que de su boca salieron. Recuerda lo bien que se sentía escuchar su voz. 

Desde entonces, la cara de él aparecía a cada momento, mirandola con lástima. Comenzó a sentir pena y vergüenza. Definitivamente esa no era la vida que él hubiera querido para ella. De seguro la odiaría de verla así. Ella ya se odiaba por ambos. 

No veía una salida, pues aún faltaba un gran recorrido para ver aunque sea el pequeño punto de luz. Pero de algo estaba segura. Se iba a aferrar con uñas y dientes a ese libro y a su recuerdo. Después de todo, era lo único que le quedaba. 

 

Sin dedicatoria. 

 




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