Camino por la mañana hasta adentrarme en el bosque, por el camino voy saludando a los pueblerinos que alegres devuelve mi saludo. Las hojas de los árboles se mueven en un sutil movimiento a causa de la brisa primaveral.
—¡Tyr! —escucho que gritan a mis espaldas.
—Kirsi, ¿ocurre algo?
—Me preguntaba… si podrías venir un rato a la escuela, los niños te prepararon algo.
Sonrio, enternecido por el accionar de los niños. Kirsi siempre quiso enseñar y cada vez que la veo junto a ellos, me alegra saber que ha cumplido sus sueños. Aún recuerdo a aquella chiquilla que me seguía por todas partes y se colgaba de mi pantalón cuando quería mi atención. Un sentimiento de nostalgia me invade al verla, ya nada queda de esa niña. Ahora es una mujer que tiene hijos, e incluso, quien no nos conociera podría pensar que es mi madre.
Si alguien me preguntara qué es lo que menos me gusta de ser eterno, eso sería.
La eternidad, ver como tus seres queridos nacen, crecen y luego mueren. Seguir aquí después de ellos, durante siglos.
Que el tiempo se mantenga estático en tí pero no en los demás.
¿Y si algún día los olvido? ¿Y si pasa tanto tiempo que ya no podré recrear sus rostros en mi mente?
—Claro, vamos.
Comenzamos a caminar y en el transcurso platicamos de algunas cosas.
Las arrugas comienzan a hacerse presentes en los costados de sus ojos y su cabello castaño, que al ser reflejado por el sol, tiene algunos destellos cobrizos comienza a tener algunas canas, mostrando el paso del tiempo en ella.
Al llegar al colegio, los niños nos reciben con los brazos abiertos. El ambiente se llena de gritos y risas infantiles.
—Niños, ¿le mostramos a Tyr lo que hicieron para él? —les pregunta Kiris, provocando una nueva oleada de gritos.
—¡Siii! —corren dentro y nosotros los seguimos. Una pequeña niña, no mayor de cinco años, se queda a mi lado y sostiene mi mano.
—Hola, Harlet —la pequeña me sonríe, la sostengo por debajo de las piernas para cargarla y ella ríe, feliz de ser una pequeña consentida. Con sus pequeñas manitos, comienza a jugar con los rizos de mi cabello.
Entramos a una habitación y los niños no tardan en rodearme. Dejo a Harlet en el piso y presto atención a lo que ellos me muestran.
—¡Para tí! —dice uno de ellos, extendiéndome un papel algo arrugado.
—A ver...— es un dibujo, sonrio al verlo —Wow...esta hermoso.
Los niños van dandome sus regalos, la mayoría han dibujado lo mismo. Un hombre de cabello negro con rizos junto a una mujer de piel mulata, con un largo cabello castaño y un ostentoso vestido lleno de brillos.
—Lamento si te molestó...les hacía mucha ilusión —dice Kiris con una expresión apenada.
—Me encantan, gracias chicos.
Ellos sonríen, orgullosos de sus creaciones.
—¡Tyr! —grita Bastián, quien llega corriendo con la respiración acelerada.
—¿Qué ocurre?
—¿Has ido hoy a ver a Eirlys?
—Aún no, ¿por qué? —cuestiono intrigado.
—Hay algo...extraño —mira a los niños de manera disimulada y hace una seña con la cabeza para que lo siga.
Comenzamos a caminar a paso despreocupado, para no alterar a quien pueda vernos, y al ingresar al bosque comenzamos a correr en dirección a donde se encuentra Eirlys.
Al llegar, la respiración se me corta y el corazón parece querer salir de mi pecho. ¿Como esto puede ser posible?
Anteriormente, ella era una estatua de piedra con una gema en sus manos pero ahora, todo su alrededor comienza a transformarse en piedra. La gema ya no brilla tanto, es algo opaca.
La piedra avanza poco a poco, esparciéndose a su alrededor, y atrapa a un pequeño conejo que se cruzó en su camino. El animal queda petrificado apenas es tocado por aquella materia gris que avanza sin piedad, siendo despedida de la figura de Eirlys.
—Mierda…
—Si, mierda.
—Da la alarma —ordeno —¡Rápido!
La observo una última vez, con el corazón apenado y corro en dirección hacia el pueblo, en donde la alarma ya ha comenzado a sonar, alertando a todos. Nuestra peor pesadilla acaba de hacerse realidad.
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Editado: 11.10.2021